Trump en cruzada antiuniversitaria

martes, 22 de abril de 2025

Desde el pasado mes de marzo la administración Trump empezó su arremetida contra universidades como las de Columbia, Princeton, Cornell, Northwestern, Florida, Harvard, Yale, Stanford y varias otras. Esta situación se radicalizó durante las protestas universitarias contra la guerra en Gaza en la Universidad de Columbia, que le dio pie a Trump para señalar que dicha institución educativa era semillero de radicalismo izquierdista, de antisemitismo disfrazado de activismo. Trump indicó que si esa universidad quería seguir recibiendo las contribuciones federales debía efectuar cambios radicales en sus contenidos educativos y políticas.

Luego Trump pasó a imponer la retención de fondos a las universidades que han sido escenario no solo de las protestas contra el conflicto armado entre Israel y Hamás, sino contra todas las que impulsan políticas de diversidad, igualdad e inclusión. La respuesta de las universidades ha sido desigual, unas han dejado mucho que desear, otras se han movido entre la tibieza, la cautela o otras de plano prefieren hacer como que nada ha sucedido. Mientras las universidades públicas, que dependen exclusivamente de financiamiento público, han optado por mantener una postura de «neutralidad» institucional, argumentando que no pueden tomar posiciones políticas explícitas con el fin de no comprometer su credibilidad académica ni su mismo financiamiento. Esto refleja un frágil compromiso no solo con la libertad académica, la libertad en general y su propia autonomía, sino también con los principios fundamentales de la democracia estadounidense.

Varias universidades se han conformado en una red de defensa común, lo cierto es que su fortaleza depende mucho del soporte económico con que cuenten, lo que se ha evidenciado con la postura de la Universidad de Harvard, que es la más firme en rechazar los condicionamientos y atropellos de Trump. Pero eso está respaldado por una tradición de autonomía académica, de defensa de la libertad de cátedra, de su liderazgo intelectual a escala mundial, de su fuerte compromiso con la diversidad y la inclusión, del respaldo de egresados y plantilla académica influyente en el campo económico y político. Pero, además de eso, Harvard cuenta con un enorme fondo patrimonial que supera los 50 mil millones de dólares, lo que le da un margen de maniobra que otras instituciones no pueden tener ante las actuales presiones políticas que sufren.

Los ataques de Donald Trump hay que ubicarlos como parte de una estrategia más amplia de una guerra cultural de la derecha estadounidense, donde presenta a las instituciones académicas como enemigas de los valores tradicionales, conservadores y patrióticos. Es una embestida que reflejan una narrativa política que viene de años atrás y busca desacreditar todo lo que se percibe como «élite liberal» o que suene a «progresismo institucionalizado». Lo paradójico es que varios de los principales asesores de Trump y políticos republicanos, e incluso empresarios, que arremeten contra las instituciones de educación superior estudiaron en alguna de ellas.

Para Trump las universidades son centros de adoctrinamiento izquierdista, donde se promueve el marxismo cultural, o la ideología woke y una visión negativa de Estados Unidos. Sus ataques a las universidades en el lenguaje de Trump es una «guerra contra la progresía», ya que considera que las universidades de Estados Unidos han dejado de ser espacios de pensamiento libre para convertirse en fábricas de radicalismo progresista expresados en sus estudios de género, raza y diversidad. Para frenar eso quiere imponer a los centros educativos universitarios que modifiquen sus políticas: cambiar sus planes y contenidos de estudio —por ejemplo, demanda modificaciones en las maneras de enseñar la historia intentando reescribir la misma y borrar teorías e interpretaciones de ciertas etapas históricas para acomodarlas a las exégesis de derecha—, poner punto final a determinados programas que vulneran la democracia y/o pluralidad, eliminar carreras «no rentables» o consideradas ideológicas o sin perspectivas de tener demanda del mercado laboral, como es el caso de las humanidades, estudios de género… y priorizar la formación en disciplinas «no ideológicas» como ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM).

La situación ha llegado a tal extremo que varios académicos han decidido abandonar Estados Unidos. Investigadores como Timothy Snyder, Marci Shore o John Stanley, por ejemplo, han optado por dejar la universidad de Yale y trasladarse a vivir a Toronto. La cacería contra académicos es tal que se cancelan visas de trabajo, el FBI allana sus hogares para incautarles sus equipos de cómputo y otros materiales, todo ello con el silencio y/o complicidad de las mismas autoridades universitarias; esta cuestión también ha alcanzado a cientos de estudiantes que han visto cómo les cancelan sus visas y temen una posible deportación (shre.ink/MdYp).

Pero esto no es inédito en Estados Unidos: persecuciones similares se pusieron en marcha en otros momentos: por ejemplo, en los años cincuenta del siglo pasado en la llamada era McCarthy se impuso, en plena guerra fría, una cacería de brujas contra los comunistas en todos los ámbitos sociales —como lo retrató Philip Roth en Me casé con un comunista—, lo que se tradujo en el llamado Terror Rojo traducido en que profesores universitarios fueran investigados, humillados públicamente, despedidos o censurados por tener simpatías comunistas, por haber firmado manifiestos o simplemente por negarse a delatar a colegas. Las mismas universidades fueron presionadas para investirse de patrióticas y despedir a quienes no se alinearan con los valores estadounidenses.

Sin embargo, a pesar de que cada cierto tiempo las universidades en ese país han sufrido embates del poder, también es real que el caso más extremo es el que ahora impulsa Donald Trump porque su narrativa política va de la mano con propuestas legislativas y una batería de órdenes ejecutivas coordinadas desde el poder federal contra las universidades. Esto se da en un momento en que los contrapesos se erosionan, cuando un sector de la sociedad estadounidense también ve a la educación superior como una amenaza ideológica y el resentimiento que existe contra las universidades privadas justifica que se repriman.

La fortaleza de la democracia tradicionalmente se ha medido por su longevidad y por la solidez de sus mecanismos de equilibrio de poder, características que supuestamente distinguían a Estados Unidos. Sin embargo, los acontecimientos recientes en dicho país con sus universidades revelan una realidad: las instituciones, por robustas que sean, no son invulnerables. La verdadera salvaguarda de un sistema democrático no radica solo en una robusta ciudadanía, sino también en el compromiso de sus políticos con los valores democráticos. Cuando esos valores se debilitan, incluso democracias históricamente estables como la estadounidense se fragilizan ante liderazgos con tendencias autocráticas como el de Donald Trump.

* @tulios41

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La censura china

La censura se propaga por la red, se expresa con diversas técnicas que usan tanto gobiernos como empresas con la finalidad de cercenar el acceso a múltiples contenidos. Se implementan bloqueo de direcciones IP, se impide el acceso a determinados sitios web o servidores; se alteran registros DNS, redirigiendo las solicitudes de conexión a páginas falsas o inaccesibles; se detecta e inspeccionan paquetes (DPI), filtrando tipos específicos de tráfico en la red. Casos extremos son los que producen apagones de internet en determinados momentos de protestas o elecciones; se acuden o restringen de manera selectiva determinados sitios con el objetivo de impedir la circulación de información. En el guion original que dio vida a la red esto no estaba contemplado; China es un caso que ilustra lo errado que estaba el libreto.

China es una de las naciones que implementa uno de los esquemas más rigurosos de censura, en donde esta cohabita exitosamente con el comercio. Pero en el pasado la idea que se tenía era otra, se consideraba algo antitético: censura y libre mercado eran como el agua y el aceite. Durante las últimas dos décadas del siglo XX se pensó que el comercio, el libre mercado, eran la llave que abriría la puerta de la censura de países como China. Cuando la devoción estaba puesta en la libre circulación de mercancías, se pensaba que era suficiente una dosis de diplomacia para hacer que las naciones terminaran aceptando las bondades de la democracia liberal.

Desde los años setenta Deng Xiaoping comenzó a abrir la economía China. En la última década del siglo XX China se integró con paso firme a la economía global y muchas empresas estadunidenses empezaron a fabricar sus productos y mercancías en esa nación asiática. China ofrecía mano de obra abundante y a costo bajo, ideal para empresas que querían reducir costos de producción y tener mayores ganancias; el gobierno chino implementó zonas económicas especiales, con incentivos fiscales y subsidios a la exportación; era el mejor momento de la globalización y el gobierno chino desarrolló cadenas de suministro globales y mejoras en la logística internacional que facilitaron que las empresas estadounidenses trasladaran su producción a China; al mismo tiempo, esa nación puso en marcha tanto una infraestructura industrial como cadenas de suministro completas que permitían producir desde componentes básicos hasta productos finales sofisticados y con una mano de obra que estaba en constante capacitación —proporcionada en muchos casos por las mismas empresas de Estados Unidos—.

Estados Unidos alentaba la fiebre por el libre mercado, creyendo que eso sería bueno para la buena salud de la democracia global. La idea de que se consolidara una clase media era importante, ya que demandaría derechos y libertades, como aconteció en su momento en países como Taiwán o Corea del Sur. Un ejemplo de esa percepción fue Bill Clinton, quien era partidario de que China se integrara al comercio mundial porque «la interdependencia cada vez mayor tendría un efecto liberalizador en China. […] Las computadoras e internet, las máquinas de fax y las fotocopiadoras, los módems y los satélites aumentan todos ellos la exposición a personas, a ideas y al mundo más allá de las fronteras de China» (www.iatp.org). Incluso el mismo Clinton creyó que era importante que China se incorporara a la OMC; en una ocasión respondió con sorna a una pregunta de un periodista sobre la censura China y su interés por controlar internet, a lo que respondió: cualquier intento de controlar internet por parte de China sería como «intentar clavar gelatina en la pared».

Pues al final resulta que si supieron como clavar, y bien, gelatina y engrudo en la pared. China demostró que la censura se podía hermanar perfectamente con sólidas cadenas de valor y hacer de ese país una solvente economía. En Estados Unidos demócratas y republicanos de fines del siglo XX consideraban que en un mundo más abierto e interconectado, la democracia y las ideas liberales se extenderían a los estados autocráticos. Pero sucedió al revés: la autocracia y el iliberalismo fueron los que se propagaron en los países democráticos y de paso hicieron añicos las ideas de la teoría de la modernización que databan de posguerra e indicaban que el comercio era la que llevaría la democracia a los países autoritarios.

En el caso de la censura en China, ese país se incorporó a internet a fines de los años ochenta y al inicio, como en muchos países, solo fue un medio de comunicación para una elite, para el sector académico. Sin embargo, en 1998 erigió su proyecto Escudo Dorado (Gran Cortafuegos), un sistema multicapas implementado por el gobierno chino que aplica tanto la censura como el control de la información en internet. Es capaz de usar la denominada inspección profunda de paquetes (DPI), con la finalidad de identificar y bloquear en tiempo real términos prohibidos como «Tiananmén», «democracia», «derechos humanos» o críticas al Partido Comunista Chino; lo novedoso es que permite el uso de VPNs siempre y cuando sean las aprobadas por el Estados y únicamente pueden usarlas las empresas y que, por tanto, están monitoreadas. Además, las grandes plataformas chinas como WeChat, Weibo o Baidu están obligadas a cumplir con severas normas de censura, de manera que en sus algoritmos está eliminar contenidos considerados «inapropiados» y monitorear usuarios, quienes deben registrarse con su identidad real; al mismo tiempo el Ministerio de Seguridad Pública apoyándose en inteligencia artificial (IA) escudriña datos y rastrea actividades en línea, identifica disidentes y disuade comportamientos considerados subversivos.

Pero China también sabe dar zanahorias: da acceso a múltiples productos culturales a los usuarios jóvenes de las plataformas digitales, de manera que se hace de la vista gorda para que consuman entretenimiento y productos protegidos por derechos de autor de manera que se intercambia o descarga software y aplicaciones diversas en donde se combina lo legal e ilegal. Es cierto que el gobierno chino ha fortalecido su sistema de protección de derechos de autor en las últimas décadas, en parte derivado de sus compromisos internacionales con la OMC y también para apoyar su economía digital. Sin embargo, dosifica lo legal e ilegal y prefiere que los jóvenes se entretengan en el ciberespacio a que cuestionen a los dirigentes políticos o el régimen.

China ha demostrado que es posible combinar crecimiento económico, libre comercio y tecnología de punta sin liberalización política, lo que ha inspirado a otros regímenes autoritarios a aprovechar la tecnología para consolidar el control estatal. Este modelo desafía la noción de que la globalización, hoy en día debilitada, conduce inevitablemente a sociedades más abiertas. Resulta irónico que China, gobernada por un partido comunista autoritario, se haya convertido en uno de los principales defensores del libre comercio, mientras que Estados Unidos, una de las cunas del capitalismo y ahora con un líder con tendencias autoritarias, haya adoptado un enfoque proteccionista. En el fondo eso refleja el temor de Estados Unidos de perder su liderazgo en industrias clave como la inteligencia artificial, 5G y automóviles eléctricos frente al avance asiático.

* @tulios41 

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Spotify en formato inteligente

Spotify es sinónimo de música, su nombre remite a una startup sueca creada en 2006, es en la actualidad una sociedad anónima que cotiza en bolsa, con un valor estimado en 25 mil millones de dólares. En 2023, Spotify reportó ingresos anuales de 14,000 millones de dólares, y su patrimonio neto es de unos 2,670 millones de dólares, según Statista. Pero si consideramos su crecimiento hasta el año pasado, con 640 millones de usuarios activos mensuales, de los cuales 252 son premium, y partiendo del múltiplo típico de valoración de las empresas tecnológicas (entre 5 y 10 veces sus ingresos anuales), se puede inferir que en la actualidad su valor está entre 70,000 y 100,000 millones de dólares.

Nada mal para una empresa surgida en un país pequeño, donde se ha tenido una sólida carrera en la producción de artistas exitosos en el campo de la música pop. Esta empresa sueca domina un sector que era esperable lo encabezara una empresa estadounidense, pero sus 19 años de existencia demuestran que su fuerza no fue circunstancial. Actualmente Spotify intenta reforzar su músculo adoptando la tecnología de moda, la inteligencia artificial (IA).

Para unos es innecesaria la presencia de la IA en el campo musical e incluso dicen que no ha tenido relevancia en la música. Pero después de todo, la relación entre IA y música no es de ahora. Ya Alan Turing, que puede ser considerado uno de los padres de la IA, desarrolló en 1951 una máquina que generó tres melodías simples: la canción infantil Baa Va Black Sheep, la canción de Glenn Miller In the Mood y el himno de la selección británica God Save the King. La grabación fue efectuada por la BBC en el Computing Machine Laboratory de Manchester, pero se había extraviado y en 2016 algunos investigadores la recuperaron y dieron a conocer.

En el campo musical ha habido pioneros en investigar sobre los vasos comunicantes entre IA y música, uno destacado fue David Bowie, cuya trayectoria siempre estuvo ligada a la vanguardia, a la ciencia y la innovación como se refleja en su extraordinaria Space Oddity. A principios de los años noventa Bowie hizo alianza con el programador Ty Roberts, para crear un software llamado Verbasizer, capaz de generar de forma automática letras de canciones originales a partir de contenido textual.

En el caso de Spotify, fue en 2018 cuando abrió una unidad de investigación dedicada a desarrollar investigaciones científicas sobre el uso de la IA en el campo de la composición musical, el Creator Technology Research Lab. Esto fue una manera de sistematizar, o redondear el trabajo que venía efectuando con la IA desde 2015, cuando empezó a usarla para analizar los gustos musicales de sus usuarios y así ofrecerles contenido si no a la carta sí bastante personalizado.

En 2017 Spotify contrató a François Pachet, a quien nombró como director del centro de investigación de Spotify de París. Nacido a mediados de los años 1960, François Pachet es especialista en ingeniería computacional con estudios en universidades francesas, que desde hace varios años se ha dedicado a la investigación en el campo musical, el aprendizaje automático y la IA. De hecho Pachet fue nombrado en 1997 director de la Sony Computer Science Laboratory, un centro de investigación privado, financiado por la empresa japonesa Sony, también con sede en París y dedicado a experimentar con la materia sonora.

Durante su estancia en Sony Pachet creo varias tecnologías, pero su producto más destacable fue Flow Machine, un proyecto iniciado en 2012 que su objetivo era enseñar a las computadoras a crear composiciones musicales basadas en estilos concretos; el objetivo fue desarrollar una máquina capaz de aprender a tocar de forma autónoma, a partir de un proceso de aprendizaje (machine learning) con una serie de repertorios musicales existentes; de esto se derivó un programa para ser usado por cualquier músico llamado Flow Composer, que crea nuevos contenidos musicales a partir de dos elementos iniciales que se deben proporcionar a la IA: una selección de partituras musicales (melodías y acordes), que permiten al programa aprender un determinado estilo de composición musical; el segundo, una serie de piezas de audio que permiten a la máquina asociar texturas sonoras específicas con las partituras. De esa manera, con tales materiales, es como Flow Composer produce composiciones musicales originales y únicas, basadas en una serie de operaciones y elecciones que, sin embargo, son gestionadas por un operador humano.

De hecho poco antes de incorporarse a Spotify Pachet y su equipo ofrecieron una demostración de las capacidades creativas de Flow Machine, en la cual también participó el músico francés Benoît Carré para confeccionar una canción original, inspirada en la música de los Beatles. Benoît Carré proporcionó a Flow Machine una selección de 45 melodías de los Beatles que le sirvieran de inspiración y dio como resultado una canción original directamente influida por las melodías y sonidos del cuarteto de Liverpool, que recibió el nombre de Daddy's Car y se dio a conocer en YouTube (shre.ink/MvZY).

Con esos experimentos queda claro que las máquina sí consiguen producir secuencias sonoras a partir de partituras que se pueden considerar originales. Para varios eso implica un alivio ya que si bien se demuestra que las máquinas son capaces de dar vida a productos sonoros, pero es completamente distinto a que las máquinas puedan crear de forma independiente música lista para ser escuchada por los suscriptores de Spotify.

Pero más allá de Spotify, lo que no debe olvidarse es que las IA operan con patrones, sean lingüísticos o melódicos, con sonidos u oraciones, para posteriormente dar paso a composiciones nuevas o inéditas. En tal sentido no debería pensarse que un servicio de streaming no pudiera en el futuro generar exclusivamente melodías a la carta que le fueran solicitadas por los usuarios. Y parece que se camina hacia tal escenario. En 2016 Google lanzó el proyecto Magenta, dedicado a desarrollar algoritmos de aprendizaje profundo y aprendizaje por refuerzo para generar automáticamente no sólo contenidos musicales, sino también imágenes, dibujos y otros materiales; una tecnología que actualmente usan diversos artistas.

Lo cierto es que el rostro de la música en el futuro próximo no está escrito en las características técnicas de las nuevas tecnologías, pero su forma o consistencia se dará a partir de que melómanos, consumidores y ciudadanos sean capaces de participar de manera activa y se apropien creativamente de los instrumentos musicales que tendremos a nuestra disposición. En el caso de Spotify a pesar de que no han sido muy explícitos sobre el trabajo que llevan a cabo con la IA parece que su interés no está en transformarse en un productor musical automatizado. Pero para nadie es un secreto que las maneras en que las tecnologías musicales ingresan en las dinámicas sociales siempre están destinadas a reservar sorpresas y desenlaces inesperados.

* @tulios41

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El periodismo y la USAID

Desde la masificación de internet en la década de 1990, el periodismo ha enfrentado un declive sostenido, no tanto en términos de propuestas narrativas —que se han multiplicado— o de análisis, sino en su viabilidad económica. La disminución de tirajes y aparición de plataformas digitales fragmentaron la audiencia, generando una precarización creciente de las condiciones laborales de los periodistas. Este escenario ha repercutido negativamente en la calidad de la investigación periodística, una práctica que la llevan a cabo otras organizaciones que su función no es exclusivamente el periodismo. El entorno informativo marcado por la inmediatez y la saturación.

Desde hace años el periodismo independiente ha superado obstáculos financieros, ha sorteado las condiciones adversas mediante el apoyo económico de fundaciones. Entre los organismos que han desempeñado un rol significativo en el financiamiento de iniciativas periodísticas transnacionales destaca USAID (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional). El papel de la USAID se caracteriza por una dualidad y perspectivas disímbolas: mientras algunos académicos refieren que su labor constituye un aporte fundamental para el fortalecimiento de los sistemas democráticos, otros analistas argumentan que es un instrumento de influencia política, promueve los intereses estratégicos y la agenda hegemónica de Estados Unidos en el ámbito internacional.

En parte eso es cierto. La USAID fue creada en 1961 bajo la administración de John F. Kennedy como una herramienta esencial de su política exterior. Oficialmente su tarea era promover el desarrollo económico, la democracia y los derechos humanos en más de 100 países, canalizando recursos a ONGs, gobiernos y organismos internacionales. Sin embargo, desde el inicio su papel fue controvertido. En el contexto de la Guerra Fría, la USAID actuó como una interfaz de soft power, difundiendo los valores estadounidenses e influyendo en las sociedades para fortalecer los intereses geopolíticos de Washington. Al principio su interés estuvo en contener el avance del comunismo y reforzar a los aliados de ese país, especialmente en Latinoamérica. La ayuda humanitaria se combinaba con las labores de inteligencia e impulsando estrategias para consolidar la hegemonía estadounidense, lo que siempre generó críticas sobre la verdadera naturaleza de su labor.

Como ejemplo del papel de USAID está su colaboración con la CIA para influir en la política de varios países. En los golpes de Estado de Chile con Salvador Allende, o Guatemala con Jacobo Árbenz, USAID apoyó iniciativas que eran un complemento de los impulsados a escala política por Estados Unidos. En los años setenta del siglo pasado tuvo participación en lo que se conoció como la Operación Cóndor, de nefastos recuerdos en Latinoamérica.

Sin embargo, la USAID modificó su accionar con base en los vientos políticos, de manera que cuando se dio el derrumbe del Muro de Berlín y se dio el consecuente colapso y desaparición de la Unión Soviética, se lavó la cara y empezó a jugar un papel relevante en favor de la democracia. Empezó a apoyar iniciativas interesadas en impulsar la calidad democrática en la región, apoyó a organizaciones que impulsaban elecciones, combatían la corrupción, financió a ONGs interesadas en la protección de múltiples minorías: mujeres, grupos indígenas, personas LGBTQ+, salud sexual y reproductiva. Esa ha sido la etapa más destacable de USAID, con una perspectiva liberal impulsó proyectos democráticos. Con ello se apoyaron a organizaciones periodísticas de la región, que terminó por enriquecer la vida pública con un periodismo de calidad.

Una investigación reciente de Reuters (shre.ink/MNWg) ilustra el papel que jugaba ese organismo en el campo periodístico. En 2023 respaldó a más de 6,200 periodistas, 700 medios no estatales y 279 organizaciones de la sociedad civil relacionadas con el periodismo. En Latinoamérica diversos medios han sido apoyados en sus labores editoriales, de manera que esos fondos permitieron visibilizar luchas de colectivos, situaciones de violaciones de derechos humanos y demandas democráticas de diversos sectores sociales.

En Latinoamérica el siglo que corre ha sido un periodo en el cual los medios convencionales fueron arrinconados y desplazados por la tendencia digital: se desplomaron los ingresos publicitarios, se cancelaron ediciones en papel y varios medios quedaron a expensas de que su tráfico en línea les permitiera tener algo de ingreso. Al mismo tiempo, pusieron en marcha una serie de medidas para apuntalar sus espacios: unos optaron por cobrar por el acceso a sus contenidos; otros impulsaron la publicidad digital, que a pesar de ser menos rentable que la impresa es una fuente importante de ingresos; promovieron contenido patrocinado, colaboraron con empresas y promovieron productos o servicios; se vincularon a los gobiernos para promocionar sus políticas; algunos incluso para subsistir han acudido al crowdfunding.

La USAID apuntaló un sinfín de proyectos. En México, por ejemplo, destinó 6.6 millones de dólares en 2024 a organizaciones que promueven la transparencia a través del periodismo, cuestión que ahora seguramente será una labor que si bien no se suspenderá sí disminuirá el trabajo de las publicaciones y organizaciones que recibían tales apoyos. De esa manera, organizaciones civiles que su labor central no era el periodismo, terminaron por hacer un periodismo de investigación, que es algo que ya no hacen el grueso de medios por sus altos costos. El periodismo de investigación, requiere de viajes, de usar programas especiales, y caros, de cómputo y dedicar incluso meses para trabajar una historia. Es una tarea que ya no se ve mucho en medios de comunicación tradicionales. Por eso a menudo para hacerlo se depende del acceso a subvenciones de fundaciones.

Además, si bien no solo la USAID es la única organización que apoya las labores periodísticas, también es verdad que el financiamiento de las fundaciones estadounidenses no fluirá ya hacia Latinoamérica porque canalizarán sus recursos a apoyar proyectos en Estados Unidos, ya que el arribo de Trump ha dejado a muchos proyectos en ese país vulnerables y que ahora padecen la misma situación que sus pares latinoamericanas.

Para muestro entorno eso no significa la muerte del periodismo, ya que su práctica siempre ha sido una labor hasta cierto punto altruista. Es un ejercicio que incluso muchos llevan a cabo en condiciones adversas, por un amor a esa disciplina, pero sí es verdad que socavará la pluralidad y el número de investigaciones y contenidos.

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La IA entre el entusiasmo y la crítica

viernes, 14 de marzo de 2025

 

La constelación de inteligencias artificiales (IAs) se ha ampliado. Las propuestas se acumulan: Mistral, Open AI y su o3-mini, Gemini, Grok 3, Qwen, Perplexity o Claude 3.7 Sonnet. También están las que se conocen poco como Hunyuan Turbo S, de Tencent, lanzada recientemente en China. Esto son ejemplos de una tecnología que cada semana lanza nuevas ofertas. Aunque hoy ganan terreno los modelos de código abierto, lo que termina por generar una propuesta desbocada de más IAs. Ya vienen las IAs latinoamericanas para el mes de mayo que ampliarán el abanico de ofertas.

Con tantas IAs de procesamiento de lenguaje natural que se lanzan, eso ya no es tan espectacular y parece que dicha tecnología se ha vuelto una especie de comoditie; cada corto lapso se acumulan ofertas y al paso que vamos se empieza a matar la sorpresa; en la tecnología el interés lo genera lo que impresiona, cuando se instaura la novedad por la novedad el entusiasmo decae. No olvidemos que en la IA, también, el problema está en que la novedad de lo mismo es vista como sinónimo de permanencia, de anquilosamiento.

Además, muchas suenan bien o se difunden con grandes virtudes pero terminan siendo más ruido. Eso experimentamos recientemente con Grok 3, que al principio nos impresionó por el procesamiento ante determinadas preguntas, pero su trabajo de procesamiento de datos al final no se tradujo en resultados sustanciales o mucho mejores respecto de otras IAs como DeepSeek o Gemini, por ejemplo. En este caso, como sucede con muchas tecnologías, se usan pero las respuestas y resultados que ofrece no son suficientes como para que uno termine pagando la membresía SuperGrok.

Cuando Bill Gates refiere a que «La gente tiende a sobreestimar lo que puede hacer en un año y subestimar lo que puede hacer en diez años», está describiendo lo que sucede hoy con la IA, ya que toda la grandilocuencia que ahora vemos en propuestas, análisis y reflexiones se centra en lo que está siendo el presente de la IA. Pero también, es verdad, que poco sirve tratar de ver demasiado lejos y pavimentar de referencias éticas y hasta morales este terreno: las nuevas mentes que se incorporarán en la creación tecnológica como la IA la van a moldear con base en lo que demande su entorno, por sus necesidades y preferencias. Además, es difícil dibujar el devenir porque desde donde estamos parados parece que quedaremos a merced de la inercia producida por unas cuantas empresas multinacionales, de unas cuantas IAs, dirigidas por personas que hoy son unos infantes y que tendrán en su mano diseñar el mundo del mañana sin haber conocido el mundo pasado y sin interés en hurgar en la historia.

Para varios, es onanismo centrarse en el tema de la inteligencia, cuando se considera que las IAs carecen de ella. Otros por su parte refieren que sí la tienen, incluso consideran que CHAT-GPT, Meta Ai, Perplexity o Deep Seek sí tienen inteligencia, incluso refieren que bien se les puede calificar de que son las primeras IAs de propósito general. Para nadie es un secreto que comparada con un humano las IAs actuales tienen severas limitaciones, por algo se les da el mote de débiles, pero no pasemos por alto que en muchos terrenos son mucho más competentes que cualquier persona —que son a quienes etiquetamos de contar con inteligencia general o robusta—. Pero no pasemos de largo en equiparar la experiencia de una IA a la de un humano como inconmensurables, ya que en las «mentes» de silicio hay rasgos inteligentes. Para los que gustan de ver el presente con los ojos de Sófocles, esto puede parecerles una tragedia.

Por supuesto que nuestras IAs son incompetentes, confunden cosas, dan respuestas desacertadas, pero tampoco es que los humanos sean un dechado de competencias y destrezas mentales: Hay incompetentes que dirigen un país, como el más poderoso del orbe, que confunden las cuestiones de transgénero con los transgénicos. Sin olvidar que hay humanos que dicen tantas barbaridades, ante los cuales palidecen las IA en cuanto a desatinos expresados.

Por un lado se quiere que nuestras herramientas cognitivas artificiales no alcancen la competencia de la de los humanos, y cuando tienen traspies las cuestionamos o nos mofamos de ellas, y pasamos por alto que humanos supuestamente que su materia es el campo intelectual también fallan en sus estimaciones.

No se trata de ver quien tiene la superioridad moral, como por ejemplo decir que la IA es pura matemática y carece de biología. Apoyémonos mejor en el test de Turing, que se considera la manera de saber si una máquina es inteligente o no: si una persona interacciona con dos personas, en donde una es una máquina, y no encuentra diferencia en las respuestas que ambos le dan, entonces la máquina pasa el test de inteligencia. Siendo sinceros una IA basada en el procesamiento de lenguaje natural —que también reciben el nombre de IAs generales de nivel 1— permite entender y generar texto de manera similar a como lo haría un ser humano, incluso una persona que no supiera que está ante una máquina/software con este tipo de procesamiento de lenguaje natural podría mantener una interacción con ella y no percatarse que está dialogando con una máquina.

Pedimos demasiado y la verdad es que con poco es suficiente para saber si una IA razona. Descartes señalaba que para evidenciar una prueba de inteligencia solo era suficiente con que se tuviera capacidad de mantener una conversación. Pero ahora parece, como dice Fenollosa, que como una máquina lo hace, entonces se le pide que haga mucho más que eso, se le demanda capacidad de soñar o incluso como dice Roger Bartra en su libro Robots y chamanes: la IA será factible cuando experimente algo similar al efecto placebo en los humanos. Lo que demanda Bartra es que la IA existirá cuando tenga una dimensión subjetiva y emocional como la tienen los humanos. En otras palabras, Bartra señala que la verdadera IA no se limitaría a la imitación de procesos cognitivos, sino que requeriría una dimensión emocional y subjetiva que hoy parece exclusiva de los seres humanos. Menuda manera de esquivar lo que ya acontece con la IA en este momento. El hecho de que se entrene con enormes cantidades de datos para entender cómo funcionan las frases o los argumentos y para contextualizar hechos sobre el mundo no significa que solo se dedique a copiar y pegar cosas o crear meros collages. Estamos desde la aparición en 2017 del transformador —de lo que hablaremos en otra oportunidad— frente a algo fundamentalmente nuevo que no se había experimentado anteriormente. La IA evidencia hoy capacidad de razonamiento, genera cosas que a veces nadie espera y proporciona contenidos nuevos. Y eso es lo interesante. 

Pero eso no impide cuestionar que hay una fatiga de IAs, lo que preludia probablemente una estratificación del mercado en donde varias funcionarían como una especie de commodities, pernoctarán en el limbo del olvido o la intrascendencia, mientras que habría algunas soluciones más avanzadas, sofisticadas, especializadas que podrían tener un valor mayor. En todo caso, este campo, al final, será un terreno para unos cuantos jugadores.

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Las batallas por la inteligencia artificial

 

La independencia editorial es un principio fundamental en el periodismo y la comunicación, que establece que los contenidos sean imparciales y no estén influenciados por intereses externos. Este criterio también aplica a las grandes empresas tecnológicas de comunicación. Sin embargo, las Big Tech (BT) a menudo muestran sesgos y falta de independencia, que ante todo privilegian su modelo de negocio, por lo que no extraña que actualmente se acoplen dócilmente a las políticas conservadoras y autoritarias de Donald Trump.

La relación de las BT con tendencias autoritarias no es un fenómeno de ahora, aunque los sucesos recientes advierten de una aceleración en el uso de herramientas tecnológicas para impulsar agendas políticas con rasgos prácticamente fascistas. Ninguna decisión puede entenderse fuera de su contexto, y tanto los cambios anunciados por Meta en la moderación de contenidos como la creciente influencia de figuras como Elon Musk en los círculos de poder, reflejan la alianza cada vez más estrecha entre los entes público y privado.

Hoy la BT tienen una influencia en el gobierno estadunidense como nunca la habían tenido. La concentración de la producción tecnológica y el manejo de la información en espacios digitales ha dado a esas empresas un poder que supera al de muchos Estados. Desde cambios en la moderación de contenidos en sus plataformas, hasta donaciones millonarias a la campaña presidencial de Donald Trump en Estados Unidos, las BT pasaron de influenciar el ámbito político a formar parte del Estado. Elon Musk se ha convertido en un aliado clave de Trump: desde que fue designado para dirigir el Departamento de Eficiencia Gubernamental (Doge), su influencia se ha ido incrementando a pasos agigantados y parece ser el verdadero vicepresidente de esa nación. Posición que ocupa no solo por haber aportado más de 250 millones de dólares a la campaña presidencial republicana, sino porque está a tono con la misma fiebre autoritaria que Trump cultiva. Al mismo tiempo, Musk ha colocado en los puestos más altos de la oficina de Administración de Personal a gente de su confianza dentro de la industria tecnológica, que provienen de las empresas que él dirige.

Sobre las inclinaciones de Musk para dividir y polarizar un estudio reciente sobre la plataforma X de Daniel Hickey, de la Universidad de California en Berkeley, señala que el número promedio de publicaciones que contenían discurso de odio pasó de 2.179 semanales previo a la compra a 3.246 después, lo que implica un incremento del 50%. Esto evidencia que Twitter no era un páramo de tolerancia de cultivo de la alteridad, pero con Musk los ataques, difamaciones, narrativas de odio se multiplicaron y son parte de la nueva normalidad democrática que se vive en Estados Unidos.

En lo referente a la inteligencia artificial (IA) el modelo de Estados Unidos no embona con el de otras naciones, tal como se vio recientemente en la Cumbre Internacional de París por la IA, en donde se dio un choque ideológico entre Estados Unidos y Europa respecto a cómo debe abordarse la regulación de la IA. Mientras que la UE aboga por un enfoque más regulado y con dosis éticas, de intervención y regulación estatal, Estados Unidos rechaza esas ideas, se decanta por un modelo que priorice la innovación y el desarrollo sin restricciones severas.

Estados Unidos es partidario de un enfoque más liberal en la IA, pero es algo engañoso porque las política liberales impulsadas en el pasado no impidieron establecer mecanismos regulatorios en determinados terrenos. En la propuesta estadounidense destaca una postura ambigua: por un lado, se quiere ser liberal a ultranza en la IA, pero no se ve ningún problema en imponer aranceles a la exportación de mercancías de diversos países hacia Estados Unidos. Lo cierto, es que para Estados Unidos prevalece una postura que considera que la única manera de competir con China es evitar taxativas que frenen el despliegue y desarrollo de la IA. Pero, además, Estados Unidos quiere asegurar con su arrogancia característica —y más con un silvestre como Donald Trump que de IA solo conoce la palabra— que las normas técnicas estadounidenses sean consideradas como el estándar mundial, rechazando cualquier forma de regulación que considere perjudicial para el crecimiento del sector.

La administración Trump prioriza el desarrollo de sistemas de IA que carezcan de «sesgos ideológicos» y «agendas sociales manipuladas» con el fin de mantener el liderazgo de Estados Unidos en el campo de la IA. No obstante, aparte de estas declaraciones generales, no se han presentado estrategias específicas para lograr este objetivo. Hasta el momento, la única acción concreta ha sido la revocación de las regulaciones de IA establecidas por la administración Biden.

Como sea, lo que sí es claro es que en la carrera de la IA Silicon Valley ya no viaja sola en la autopista; en este momento los novedosos y revolucionarios sistemas Deep Learning de modelos de lenguaje grandes (LLM), estilo Chat GPT, se han vuelto un comoditie, algo que en buena medida se debe a los chinos, y que no preludia de ninguna manera que Estados Unidos será quien domine el sector. Sin embargo, más allá de enfoques lo cierto es que la IA sigue completamente desvinculada de problemas estructurales como el racismo, la pobreza, la discriminación, la inequidad y un extenso listado de problemas fruto de la desigualdad social. Algunos de estos temas, al menos, son motivo de preocupación de las naciones europeas, que propone un modelo de IA con regulación pero que respete la privacidad y la libertad de expresión, algo que el modelo chino aborrece y en donde todo contenido digital debe estar disponible para la consulta de las fuerzas de seguridad y policía chinas.

Pero no nos vayamos con la finta de que la orientación de las políticas de la administración Trump en IA, son una política libertaria al estar a favor de la libertad de expresión, ya que son copia fiel de las propuestas de Elon Musk. Eso quedó evidenciado con la intervención del vicepresidente Vance en la Cumbre Internacional de París por la IA, en donde el contenido de su discurso fue un calco de lo que Musk vocifera: prácticamente cero regulaciones exigibles en materia de seguridad, transparencia o responsabilidad en el desarrollo de sistemas de IA; pero eso si maximalista en cuanto se refiere a dividendos comerciales en materia internacional y subvenciones estatales para las BT. Desde esta perspectiva, cualquier intento regulatorio de otros países puede que sea visto automáticamente como una amenaza.

Hoy la batalla por la IA parece claramente perfilada con tres modelos que son el europeo, el estadounidense y el chino. De hecho, Estados Unidos impulsó su plan Stargate con una inversión de hasta 500 mil millones de dólares y que pronto le cayó como cubeta de agua fría el lanzamiento de DeepSeek. En el caso de Europa durante la Cumbre Internacional de París por la IA se habló de una inversión superior a 200 mil millones de dólares. En ambos casos no hay claridad de dónde provendrán los dineros. En el caso de China se sabe que su proyecto de IA está respaldado con 600 mil millones de dólares, que no hay duda provendrán del sector público. Pero en todo caso, es claro que los modelos de IA generativa basados en LLM ya dejaron de sorprender, todos tienden a emularse y los nuevos derroteros están en nuevos entornos.

Pero a ver si es cierto que estos fundamentalistas de la libertad de expresión como Trump, Musk, Vance y compañía quieren aplicar los mismos criterios a la ingeniería genética, eliminar las limitaciones en la transferencia masiva de genes. A ver si estos radicales de la libertad de expresión acaban con esas limitaciones, proponen hacer a un lado las moratorias y los criterios éticos y morales sobre este tipo de ediciones genéticas y dar luz verde a prácticas que puedan llevar al «diseño de infantes». Ya veremos si duermen como roncan.

Lo que si queda claro es que Estados Unidos se ha enfrascado en una defensa a ultranza de sus BT, que desea propulsarlos como sus instrumentos ideológicos, de soft power, reduciendo la hegemonía del planeta a una batalla de aranceles y tecnología de punta. Para quienes dicen que Trump impulsa un nuevo Plan Marshall, se equivocan ya que dicho plan buscaba reconstruir y cooperar, las políticas de Trump en cambio se centran en destruir, en proteger los intereses económicos de Estados Unidos y de sus BT y evitar depender de otros países regresando al made in USA.

Pero algo parece claro: los vientos que soplarán en el futuro en el campo de las nuevas tecnologías no será nada halagüeño. Lo cierto es que todo lo que suceda en el campo de las nuevas tecnologías, con los ideólogos incendiarios que enarbolan la plena libertad de expresión, es la expresión de que la democracia después de avanzar durante décadas ahora se encuentra en una verdadera recesión, con varias naciones retrocediendo, con el ascenso de políticos populistas autoritarios de derecha e izquierda. El fenómeno de «la democracia antiliberal», como dice Zakaria, se ha convertido en una industria en auge.

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Perturbaciones y estridencias

 

No importa el calificativo que se quiera usar, lo cierto es que Elon Musk ocupa el lugar principal dentro de la administración Trump, al grado que desde un supuesto y «oscuro» departamento de eficiencia gubernamental (Doge) ha terminado por desplazar a prácticamente todo el gabinete de Trump, se ha apoderado de buena parte de los resortes internos de gobierno en nombre precisamente del Ejecutivo. Su bandera son los supuestos ahorros, por lo que emprende su cruzada de manera prepotente y estridente, a un ritmo donde priva una escandaloso espectáculo tecno.

Trump gusta, también, de esos shows que monta todos los días —como una receta que aplica todo populista autoritario—, para dominar la agenda noticiosa diciendo cada día barbaridades, saltando de un tema a otro, de manera que apenas se intenta analizar una medida cuando ya lanzó otras dos locuras y ocurrencias que despedazan cualquier intento reflexivo y mesurado de evaluar lo que apenas acaba de decir o dijo ayer.

Los críticos dicen que la oposición es inexistente, que los demócratas han sido avasallados, pero que mucho suena a lo que hemos vivido en México. No se sabe si realmente la oposición ha sido borrada, o si los populistas actúan de manera arbitraria y antidemocrática siguiendo el ritmo del mantra de «moverse rápido y romper cosas», y al hacerlo constantemente hacen que cualquier crítica o cuestionamiento quede siempre desfasado.

Trump ha encontrado en Elon Musk su complemento perfecto, es el acompañante ideal que comprende a la perfección sus impulsivas maneras de usar la política como una palanca para el negocio, para obtener lo que se quiere bajo un enfoque autoritario. Musk es el apéndice perfecto de Trump, porque es sensacionalista, propagador de falsedades y un mediático compulsivo que difunde a todo pulmón su fervor por un Estado mínimo. Tal ha sido la relación que mantienen Trump y Musk, que el segundo prácticamente está por encima de todos los integrantes de su gabinete.

El Doge cumple doble función: por un lado, es un artificio perfecto de propaganda (algo así como evitar el derroche y devolverle al pueblo lo que le han robado) para la implementación de Maga, pero al mismo tiempo es el brazo ejecutor de la destrucción de funciones vitales del Estado. El Doge parece el diseño idóneo para los fundamentalistas de Silicon Valley, para los que son amantes del egoísmo racional, que aborrecen el Estado, que abominan tomar decisiones basadas en el consenso. El interés de Musk es acabar con un elemento fundamental de la estructura de gobierno, la rendición de cuentas y los mecanismos decimonónicos que hace que las acciones implementadas por el Estado sean legítimas ante los ciudadanos.

A los perturbados fans de Musk les enloquece la estridencia de su ídolo, sus arrebatos de poder, que comparten porque ellos también desprecian reglas, normas, leyes, pagar impuestos, y porque consideran que acabar con las ayudas y aportes sociales es quitarles dinero a ellos. Ahí donde Doge quiere sumisos, en donde se inculca el «te sometes o garrote», que es el ejemplo de las dicotomías que reinan en la administración Trump: me sirve, no me interesa; es bueno o es malo para generar dinero; me es útil si sirve para mis fines, de lo contrario hay que eliminarlo. Las medidas de Musk se implementan de mano del histrionismo, de la destrucción y el saqueo. Los calificativos que se pueden dar a las medidas del desmantelamiento de organismos, es la propia de mafiosos que quieren llevar a la ruina al Estado que, supuestamente, dicen que quieren encumbrar.

Pero detrás del telón existen cuestiones que no vemos: como dice Tressie McMillan Cottom (shre.ink/bnce): «el contenido no revela la maquinaria de la influencia: los acuerdos firmados, los acuerdos de confidencialidad emitidos, las métricas usadas para medir el valor en dólares de la respuesta emocional del público. En la política, el contenido puede ocultar el dinero y el poder que están en juego». A estas alturas, es de ingenuos creer que el Doge no acuna el conflicto de intereses de una persona que es dueña de Tesla o SpaceX y que ahora tiene acceso a contratos y convenios firmados en el pasado por el gobierno con otras empresas competidoras de Musk.

El dúo perfecto entre un promotor inmobiliario de dudosa reputación —de hecho, un delincuente— convertido en presidente, y un magnate que apela a su genialidad y su enorme capacidad para revolucionar el campo tecnológico, pero que se ha valido del financiamiento estatal para alcanzar el éxito y, sobre todo, hacer un credo la idea de que la innovación sin velocidad no sirve, y en donde no importan el cumplimiento estricto de normas y reglas de certificación para alcanzar los objetivos. En ambos casos, a los aprendices, Trump y Musk, los une un enfoque de gestión y una cultura del dinero que puede incluso apelar a las peores artimañas para lograr el éxito. Pero decirles que actúan cínicamente, que son hipócritas, que carecen de vergüenza, de nada sirve. Para esos populistas que combinan el negocio y la política, decirles eso es como inyectarles una dosis de adrenalina para que agarren más fuerza para demostrar su poderío. Y de esas dosis hemos tenido nosotros bastante el sexenio pasado.

Por cierto, Musk ha arremetido contra los programas de ayudas que el gobierno estadounidense tiene, pero como siempre en él es una media verdad. Él ha dado vida a su imperio —Tesla y SpaceX— sirviéndose de fondos públicos, de apoyos gubernamentales. A pesar de su crítica al Estado, de su perorata de que la innovación solo proviene del sector privado, de lucrar con una narrativa libertaria, Musk en realidad sería peccata minuta sin las contribuciones públicas para apuntalar su tecnología. Ya la economista Mariana Mazucatto ha señalado hasta la fatiga que todas las gloriosas innovaciones que vemos hoy desplegadas o plasmadas en muchas tecnologías de uso diario, en realidad fueron factible gracias a Arpa que, por ejemplo, financió el desarrollo de los vehículos autónomos y de varias tecnologías adyacentes y que retomó Musk y las perfeccionó. Si eso no se hubiera dado seguramente no hubieran existido Tesla y SpaceX (shre.ink/bnuL).

Pero en este juego de máscaras también México está inmerso. Por un lado, Musk ve a México como un eslabón en la expansión de sus negocios, por otro considera que el gobierno mexicano es la expresión de un claro narcogobierno, pero no tiene ningún reparo en hacer negocios con él. Lo mismo se puede decir del gobierno de Claudia Sheinbaum, a pesar de que diga que rechaza los calificativos de tener tratos con los narcos, al mismo tiempo la CFE suscribe un contrato cercano a los 200 millones de dólares con Starlink, empresa de Musk, para que proporcione conexión a internet a las zonas rurales o agrestes del país.

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Las cambiantes maneras de leer y escribir


Los seres humanos somos el resultado de un entramado de relatos e historias. No solo nuestras vidas personales están marcadas por narrativas, sino también el entorno en el que crecemos, vivimos o nos desarrollamos. A través de la lectura, nos conectamos con ese universo de historias que nos han moldeado. Es gracias a la lectura como conocemos y nos ubicamos en ese cruzado entorno de narraciones que nos han construido. La herramienta que permite el periplo por esas historias es el libro, que lo mismo sirve para imaginar y conocer el pasado, que cavilar sobre el presente e imaginar lo que será el devenir.  

Pero las formas de leer están en constante cambio: con el correr del tiempo, los formatos y los dispositivos de lectura se amplían y ahora, incluso, el fenómeno de la lectura tiene un rostro difuso de cómo se despliega. Sabemos, por ejemplo, que en algunas naciones un libro puede de inmediato alcanzar la venta de cientos de miles o incluso millones de ejemplares, que no necesariamente serán leídos o están destinados a ser mero regalo o un artificio lúdico. Por ejemplo, Estados Unidos que es el campeón por antonomasia de la cultura de masas, en donde todo lo que se precie de ser un producto cultural tiene que traducirse en millones de ventas, el libro pasa bien la prueba.

Sin embargo, Estados Unidos no es el país en donde más se lee: tiene un promedio de 12.6 libros leídos anualmente por persona, mientras que su vecino Canadá supera los 17 libros anuales, mientras que su otro vecino, México, está rezagado en 3.9 libros. Pero hay países como Francia       que superan los 17 libros anuales, Corea del Sur alcanza los 11 o España los 7. 

No tenemos claridad de los porcentajes de libros que se leen por soportes, ya que a pesar de que el e-book se promocionó en demasía hasta no hace mucho, e incluso se llegó a difundir por sus promotores, y también por sus detractores, como la vía que acabaría con una tradición y la misma cultura del libro impreso, lo cierto que se ha quedado, para bien o para mal, en mera especulación, como muchas de las cosas que a veces se preludian en el campo de la tecnología. Tomemos la referencia de Estados Unidos, el país que ha promovido desde los años 60 el libro electrónico: los libros impresos representan aproximadamente el 75-80% de las ventas totales de libros. Los datos indican que en 2023, se vendieron 720 millones de libros impresos y 195 millones de e-books, mientras que en 2024, las cifras fueron de 710 millones para impresos y 200 millones para e-books. Los e-books constituyen entre el 25-29% de las ventas totales; según encuestas recientes, los libros impresos siguen superando a los electrónicos también por una cuestión que raya en el fetichismo.

En México las ventas de e-books representan una ínfima cantidad.  Los datos indican que en 2023, se vendieron aproximadamente 65 millones de libros en formato papel y 3 millones de e-books; en 2024 las cifras fueron de alrededor de 68 millones para papel y 3.3 millones para e-books (shre.ink/bcpH). De acuerdo con el último año, los libros electrónicos representan cerca del 5% del total. El porcentaje de lectores que prefieren e-books ha aumentado lentamente (shre.ink/b2Ou). La preferencia tanto de adultos como jóvenes por el papel es clara y al auge de géneros como la no ficción o incluso los comics, curiosamente, favorecen el formato físico.

A estas alturas no es claro cuando los e-books desbancarán al formato convencional, cada año arañan fracciones del mercado, pero los libros físicos siguen siendo muy populares. En el pasado se creyó que uno de los obstáculos para que la gente no se acercara y adquiriera un e-reader era cuestión generacional, que las personas anteriores a la millennial se les dificultaba navegar y explorar un libro electrónico; además, a diferencia de quienes provenían de las disciplinas científicas (ingeniería en sistemas o física, por ejemplo) los de humanidades tenían problemas para familiarizarse y explorar dispositivos electrónicos, pero conforme transcurriera el tiempo, con el recambio generacional, ganarían en interés los dispositivos de lectura electrónica, pero resulta que los mismos centenials todavía gustan del formato papel.

Pero la manera de acercarse a los libros tiene diversas vías, una que ha adquirido auge justo ahora que se ponen de moda los podcasts es el audiolibro, que para muchos usuarios es una forma cómoda de acercarse a las obras y en donde el consumo de los mismos oscila entre la literatura, historia política o incluso temas científicos. De acuerdo con datos de la macroencuesta Statista Consumer Insights, en China el 42% de los encuestados dicen haber consumido audiolibros en los últimos doce meses. Sudáfrica le sigue de cerca con un 33%. En el caso de México y Alemania tienen un porcentaje destacado de consumidores de audiolibros, con un 29% y un 27%, respectivamente.

Esto descuadra completamente las estadísticas generales sobre lectura. ¿Cómo se toma un audiolibro: como si fuera similar a leer un libro o como una especie de podcasts? Las mecánicas de medición no dan cuenta clara de la cantidad de libros que se leen en la actualidad si se toma en cuenta las vías que existen para leerlos. Varios incluso consideran que un audiolibro no puede ser estimado como lectura, que está lejos de la manera en que se aprovecha o lee un libro impreso o digital, el audio no permite absorber fielmente un contenido narrativo, las ideas y los mensajes del autor. A estas altura todavía hay esencialistas de la lectura que consideran o atribuyen una cualidad intrínseca al acto de leer en papel, que por esa materialidad sería superior a otros formatos, ligando la esencia de la lectura a un soporte, en este caso a un medio físico. Hoy es absurdo sostener eso, ya que la diversidad de experiencias lectoras y los avances tecnológicos permiten que las formas de leer se hayan diversificado. Lo que está claro, es que las formas de acercarse a los contenidos han cambiado mucho, por lo que las encuestas que solo toman en cuenta los libros físicos que se leen están desfasadas, no atrapan el fenómeno de la lectura en su justa dimensión.

El otro gran cambio que ya está en camino es el de la inteligencia artificial (IA), ya que la misma puede crear borradores iniciales o incluso novelas completas, lo que podría revolucionar el proceso creativo tradicional (shre.ink/b2Jo). Lo cierto es que las formas de leer y escribir siempre están en transformación. Desde el auge de los audiolibros hasta la incursión de la IA en el proceso creativo, la lectura cambia rápidamente. Aunque el libro físico sigue siendo popular, es evidente que las nuevas tecnologías están cambiando la forma en que nos relacionamos con los contenidos. Lo cierto es que las encuestas tradicionales que solo miden la lectura de libros físicos ya no capturan la complejidad del fenómeno lector en su totalidad. Pero todo esto puede verse alterado con la IA, que amenaza con darle un giro de 180 grados tanto a la lectura como a la misma escritura.

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El desafío DeepSeek

martes, 18 de febrero de 2025

La contingencia domina el campo de las nuevas tecnologías. Apenas unos días antes que DeepSeek alcanzara un interés mundial, la industria estadounidense de IA se consideraba líder global de ese sector, pero eso quedó en entredicho al comprobar que DeepSeek logró un LLM potente que compite, e incluso supera, al más desarrollado de OpenAI (el 4º de GPT). Comento a continuación algunos aspectos que quiero destacan sobre este barullo de DeepSeek:

1. Inmediatamente después de que las descargas de DeepSeek se masificaron, surgieron exclamaciones de admiración porque China muestra tal capacidad, por encontrar la manera de construir modelos competentes con pocos recursos; después vinieron los cuestionamientos y ataques.

Las restricciones estadounidenses a la exportación de chips obligaron a los desarrolladores de DeepSeek a conformar algoritmos potentes, inteligentes y eficientes energéticamente para compensar su falta de potencia de cálculo. Se dice que ChatGPT requiere 10.000 GPU de Nvidia para procesar los datos de entrenamiento; los ingenieros de DeepSeek afirman haber conseguido resultados similares con sólo 2.000 GPU. Se destacó que había dado paso a un modelo con capacidades superiores en algunos aspectos a los de las IA estadounidenses, con una inversión —de acuerdo con las fuentes chinas— que no llegó a los 6 millones de dólares, muy inferior a los miles de millones que están detrás de los modelos estadounidenses.

2. Después de la consternación se pasó a los cuestionamientos: que DeepSeek violenta la privacidad y que cualquier pregunta y dato generado en esa IA se almacena en servidores chinos. No olvidemos que DeepSeek, al igual que otros servicios, requiere datos de usuario, que probablemente se almacenan en servidores en China, como los de las empresas de Estados Unidos se resguardan fundamentalmente en servidores que están en dicha nación. Ahora bien, en un caso el almacenamiento de datos privados puede ser accesible por el gobierno, el chino, en el otro en servidores de empresa como Meta, Alphabet o OpenAI, pero sin garantía plena de cómo se usan. La ética en ambos casos no es algo que cultiven mucho.

3. Se dice que DeepSeek no es resultado de la inversión y del esfuerzo del capital privado sino de la inversión pública. Aunque eso no está completamente claro, pero sería ingenuo pensar que detrás de esa IA esté sólo una inversión privada. Para nadie es un secreto que el gobierno chino es el financiador principal de su tecnología de punta; su líder máximo, Xi Jinping, expresó hace algunos años su intención de convertir a China en líder en IA para 2030 —de hecho existe un programa—, lo cual implica que al existir una estrategia nacional para alcanzar ese liderazgo se apoye con dinero público a empresas en IA.

Tal vez lo malo no es que sean recursos públicos, ya que como bien dice Mariana Mazzucato el Estados también crea mercado con sus inversiones científicas y tecnológicas. Lo cuestionable detrás de la inversión china es que la haga un gobierno no democrático que no respeta los derechos humanos. Para ubicar lo que priva en China, las maneras poco claras en que se manejan las cosas, de su poca transparencia, y que por ahora es más preocupantes que la discusión que se da en torno a la IA, traigo a colación un ejemplo: en 2018 cuando se difundió que un científico chino, He Jiankui, había modificado genéticamente a dos niñas (Lulu y Nana); Jiankui uso la revolucionaria técnica de edición genética CRISPR-Cas9 para modificar el gen CCR5, con el objetivo de que las niñas fueran resistentes al virus del VIH. Eso despertó indignación, controversia y una profunda preocupación a escala internacional. Se dijo que el gobierno chino envió a prisión al científico, que lo suspendió para ejercer su profesión de por vida. Pero como eso se maneja en la secrecía, en realidad no se sabe qué pasó, pero tampoco se tiene información de lo acontecido con las niñas, en qué situación se encuentran o si tuvieron mutaciones genéticas. Entonces no podemos pedir que las empresas chinas vayan a contrapelo de las políticas gubernamentales y por ello no esperemos que DeepSeek ofrezca respuestas críticas a preguntas sobre la situación que prevalece en China en materia de derechos humanos y en su sistema político.

El auge de DeepSeek deja lecciones para estos tiempos que Estados Unidos pone en marcha esquemas proteccionistas. Si Estados Unidos considera que una vía eficaz para frenar el avance de los asiáticos es prohibir la exportación y/o venta de chips de alta gama a China, está equivocado. En China ya se trabaja desde hace años con LLMs, pero hoy DeepSeek a pesar de haber surgido recientemente ya se compara con otras empresas líderes en el campo de la IA, como OpenAI y Google. Para los asiáticos no importa si se copia ya que se trata de superar lo copiado, tal como lo decían desde los años ochenta en La Quinta Generación Edward Feigenbaum y Pamela McCorduck. El problema es rasgarse las vestiduras, decir que China robó propiedad intelectual de OpenAI, obvia que Sam Altman enfrenta la misma acusación en Estados Unidos, de que sus modelos de entrenamiento usan millones de artículos protegidos por derechos de autor.

Lo interesante es que las empresas chinas erosionan, o al menos cuestionan, el modelo de IA de los titanes estadounidenses. DeepSeek ha optado porque la mayor parte de su DeepSeek-R1 esté disponible de manera gratuita, que sea de código abierto. Eso significa que cualquier desarrollador o programador puede acceder al código y usarlo para personalizar el LLM. Aunque los datos de entrenamiento están protegidos, y que se cuestionan porque se dice que fueron tomados de OpenAI. La gratuidad sirve para mostrar músculo, de poner en predicamento el modelo de IA Estadounidense, demostrar que China está a la vanguardia como ya lo evidencian libros como AI 2041 de Kai-Fu Lee y At the Speed of Irrelevance de Al Naqvi y Mani Janakiram. Por tanto, DeepSeek hará que los titanes de la IA de Estados Unidos cambien sus políticas.

Hoy estamos, pues, viviendo un capítulo más de una disputa geopolítica, de una confrontación entre modelos que luchan por la hegemonía, en donde el desarrollo tanto de la ciencia como de tecnologías, contribuirán a trazar las posiciones de liderazgo, de dominación económica y política a escala planetaria. DeepSeek, es la evidencia de que no existe una única ruta para alcanzar la conformación de lenguajes de Deep Learning potentes; ha revocado el credo de que para desarrollar un LLM robusto es necesario contar únicamente con chips de gama alta, ya que ha demostrado que una combinación de chips de gama alta y baja son suficientes, que la clave es contar con el diseño de algoritmos de alta calidad, al grado que eso le ha valido desafiar el dominio de gigantes como OpenAI, Alphabet/Google y Meta.

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El ocaso del optimismo


El despliegue de internet en su primera masificación se dio de la mano del optimismo. A fines de los años 80 y principios de los 90 dominaba la fe en el futuro, se veía ausente de conflictos y disputas estériles por modelos económicos e ideologías. Primero fueron las comunidades virtuales estilo Well que dieron fe de eso con sus interacciones digitales, casi al mismo tiempo hacia agua la Guerra Fría y se caía en un abrir y cerrar de ojos el Muro de Berlín, seguido por la desaparición de la URSS. Selló esa euforia Francis Fukuyama al hablar del fin de la historia: él refería que con el colapso de la URSS y el fin de la Guerra Fría, la humanidad había alcanzado el fin de las disputas ideológicas. Para él, la democracia y el capitalismo habían demostrado ser el sistema político y económico más exitoso y robusto.

Se pensaba en la idea de universalización de la democracia liberal y del capitalismo, se consideraba de forma entusiasta que las causas principales de los conflictos entre naciones (ideología, religión y competencia económica) pasarían al olvido, las naciones emprenderían una era de paz, cooperación internacional y prosperidad, ya que las naciones democráticas y capitalistas no tendrían incentivos para luchar entre sí. Al mismo tiempo, Berners-Lee daba a conocer en los 90 la Web, que aceitaría el optimismos de que una nueva era de comunicación y entendimiento llegaba con internet. Así, una sociedad democrática se definía tanto por el derecho al voto como por la facilidad del diálogo público. En la medida que los derroteros de la democracia dependían en gran medida de la salud de los medios de comunicación y de la cultura del debate que fomentan, entonces internet ocuparía lugar central. No se imaginó que internet tuviera implicaciones para la salud de la democracia.

Se reforzó la idea de que para alcanzar una mayor calidad democrática se requería transparentar el uso de los recursos públicos, de la manera en que se usaba el dinero de los contribuyentes y se desplegó a lo largo del planeta la idea de la transparencia que podía ser potenciada con el uso de internet. Al mismo tiempo, las naciones pactaban las coaliciones económicas para la cooperación y el comercio global.

La mayoría de los ciudadanos de los países del Este tenían en la cabeza una idea de liberación que estaba lejos de anhelar una competencia económica, ellos se imaginaban seguir contando con los servicios sociales gratuitos, empleo asegurado, alquileres bajos y otros beneficios que ofrecía el sistema comunista. Para ellos «Europa» era una imagen difusa, se la imaginaban que representaba bienestar y seguridad, libertad y protección. Pensaban que sería factible conservar las ventajas del socialismo y disfrutar al mismo tiempo la libertad occidental y su consumo. Eran sueños que luego devinieron en pesadillas y hoy muchos buscan exorcizarlas acercándose a propuestas políticas que proponen detonar el entramado liberal.

La creencia en un futuro optimista, donde ciertas expresiones políticas habían quedado relegadas al pasado, se vio alimentada por la confianza en el poder transformador de la tecnología. Se esperaba que la misma condujera a un mundo más democrático y confiable. Pero como gólems, las pesadillas del pasado resucitan y sacuden los cimientos de las democracias occidentales.

Occidente y Estados Unidos pasaron por alto la matanza y represión que el régimen chino efectuó en junio de 1999 en la Plaza de Tiananmén. La vieron como una violación de derechos humanos, pero fieles a la denominada «teoría de la modernización» partían de que todas las sociedades que se industrializaban y, en consecuencia, enriquecían a un sector de sus ciudadanos, acababan siendo democracias liberales semejantes a las occidentales. Pero el Partido Comunista chino afianzó su monopolio del poder, desmintió esa teoría y aprovechó todo el know how que le transfirió Estados Unidos vía el offshoring de los años 70, para convertirse en una potencia económica mundial que hoy desafía a Estados Unidos en el campo de la ciencia y las tecnologías de punta.

Se creyó que contar en el siglo XXI con herramientas interactivas de comunicación como las redes sociales robustecerían la democracia. De acuerdo con Zac Gershberg y Sean Illin, la paradoja fundamental de la democracia consiste en que hace de la comunicación libre y abierta algo indispensable para su funcionamiento, pero esa misma libertad se convierte en una fuente de vulnerabilidad interna. Esa contradicción representa el corazón mismo de la democracia y no tiene solución ni puede eludirse. En esencia, la libertad de expresión, pilar esencial del sistema democrático, es el punto más frágil, ya que su ejercicio pleno y sin restricciones tiene el potencial de socavarla desde dentro.

Hoy internet ha sido el recurso preferido que ha usado el fundamentalismo islámico, pero sobre todo la plaga populista mundial, de derecha e izquierda. Internet, las redes sociales particularmente e incluso la inteligencia artificial, han proporcionado a los grupos populistas herramientas poderosas para difundir su mensaje, movilizar apoyos y desafiar a las instituciones establecidas; han aprovechado los malestares sociales y el desgarramiento del tejido social para captar seguidores. El populismo desafía a la democracia, habla en nombre del pueblo, tiene vocación para polarizar, propaga desinformación y erosiona el debate público. Populismo e internet han conformado un binomio indisociable. Así internet, que fue vista como herramienta poderosa de globalización, hoy es el principal difusor de ideas nacionalistas y de proteccionismo económico que pulveriza el optimismo noventero por la red y la globalización.

Internet y las nuevas tecnologías de verse como cuna de democratización y libertad, han pasado en corto tiempo a convertirse en espacio para el surgimiento de magnates retrógrados. Por ejemplo, eso puede verse con el cambio de papeles desempeñado por los líderes tecnológicos. Tanto Bill Gates como Steve Jobs fueron visionarios con una notable arrogancia, cuyas innovaciones revolucionaron industrias completas. Sin embargo, su arrogancia estaba contenida dentro de un marco específico: la creación de productos y sistemas que, en última instancia, tenían un propósito funcional y comercial. Pero Elon Musk ha llevado su soberbia a un nivel nunca antes visto, no solo por su influencia en diversos sectores —desde la industria automotriz hasta la exploración espacial—, sino también por su comportamiento en X, su red social, donde muestra su creencia de ser un visionario iluminado y un líder mesiánico de la ultraderecha populista global. Musk está obsesionado en su «misión» de desmantelar el Estado de Estados Unidos mediante un agresivo proceso de desregulación económica, todos los días hace gala de su incontinencia mental. La aventura de Musk en Doge pulveriza cualquier optimismo, ya que tendrán consecuencias terribles para la sociedad estadounidense y para el futuro de la democracia en esa nación.

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El programa Stargate

 

En la nueva administración presidencial de Trump, se observan dos velocidades en su enfoque sobre nuevas tecnologías y la economía. Por un lado, se busca implementar una agresiva política desregulatoria, apoyada por uno de los principales asesores de la Casa Blanca, Elon Musk, con el objetivo de aumentar la competitividad global de Estados Unidos y posicionarse como líder en sectores clave de las nuevas tecnologías. Sin embargo, al mismo tiempo, los actores seleccionados para llevar a cabo estos planes corren el riesgo de frenar la innovación, ya que podrían consolidar a un pequeño grupo de privilegiados, una élite, que conforme un entorno desigual y poniendo en duda la efectividad de esos esfuerzos. Al mismo tiempo, los proyectos a impulsarse pueden entrar en coalición cuando tales cerebros y egos entren en concurrencia.

Si se analiza la gestión de Trump durante su primer mandato, se puede observar una perspectiva marcada por la disparidad y la contradicción. Sus acciones, a menudo derivaron de arrebatos impredecibles, alternados con confrontaciones agresivas y, en ocasiones, intentos de colaboración. Hoy, algunas de las batallas que mantuvo, como su enfrentamiento con las grandes tecnológicas, parecen limadas. Ejemplo claro de ello es Meta, que ha optado por doblar la cabeza ante las políticas y criterios de Trump en cuanto al manejo de contenidos, y ahora respalda su interpretación ambigua y estricta de la libertad de expresión. Algo similar ha ocurrido con Jeff Bezos y otros que se alínean al servicio de Trump.

El vínculo establecido por Trump con Silicon Valley, particularmente con los líderes de las principales empresas, no solo refleja el interés directo de él en contar con esos actores como aliados de su administración, sino también les garantiza que no afectará el dominio oligopólico que ejercen. Pero ese sector no es homogéneo, ya que está marcado por la presencia de egos y rivalidades internas que pueden dificultar que actúen al unísono como bloque y adherirse a las políticas gubernamentales. De hecho, ya se dio un primer desencuentro que evidencia las tensiones latentes dentro de ese sector.

Inmediatamente después de que Trump derogó la orden ejecutiva de la administración Biden que buscaba regular la inteligencia artificial (IA), presentó el pasado miércoles el proyecto Stargate. Éste consiste en la creación de una empresa que contará con la participación de OpenAI, Oracle y Softbank. El objetivo principal de esa iniciativa es acelerar el desarrollo de la infraestructura necesaria para sistemas de IA en Estados Unidos. Además de las mencionadas empresas, el fondo soberano emiratí MGX también contribuirá al proyecto. Las entidades involucradas han acordado financiar esa ambiciosa aventura empresarial con un mínimo de 500 mil millones de dólares en un plazo de cuatro años.

El proyecto Stargate se propone hacer de Estados Unidos la nación líder en el ámbito de la IA. A través del desarrollo y despliegue de tecnologías de última generación, se busca superar a competidores internacionales, sobre todo China, y garantizar la supremacía estadounidense en sectores estratégicos como la medicina, la educación y el transporte.

Stargate no solo fortalecerá las tecnologías de vanguardia basadas en IA, sino que también tendrá un impacto significativo en la economía estadounidense. Esto se reflejará en la creación de nuevos productos para su comercialización, lo que, a su vez influirá en la economía global. Además, Stargate abrirá camino a la creación de empleos altamente especializados, consolidando a Estados Unidos como líder indiscutible en el ámbito de la IA y reforzando su posición de liderazgo global.

No obstante, al día siguiente de darse ese anuncio Elon Musk marcó su distancia. Cuestionó la viabilidad financiera de Stargate, que no cuenta con los fondos necesarios para cumplir con la inversión prometida. En particular, cuestionó la capacidad de Softbank de aportar suficiente capital, afirmando que ni siquiera cuenta con 10 mil millones de dólares. En este caso no se puede pasar por alto que Musk ha tenido una rivalidad directa con Sam Altman, CEO de OpenAI, figura clave en el proyecto Stargate (shre.ink/b3zX). Esta tensión entre Musk y Altman deriva de desacuerdos tenidos en el pasado sobre el enfoque y la dirección de OpenAI, lo que ha dado paso a una competencia entre ambos en el sector de la IA (shre.ink/b3zu).

Si bien es cierto que Musk fue nombrado para liderar el Departamento de Eficiencia Gubernamental en la administración de Trump, sus críticas al proyecto Stargate marcan un diferendo público con la administración que lo ha nombrado. Eso sugiere que, a pesar de su cercanía con Trump, Musk no puede dejar de hacer públicas sus opiniones (shre.ink/b3Rw). En las ideas de Musk se evidencian dudas financieras, rivalidades personales y egos afectados, pero que advierten que es difícil que él se alinee del todo con las expectativas de la administración Trump.

Eso desató en X un inusitado apoyo por Musk, señalando su papel visionario y sus devotos fans toman todo lo que él dice como si fuera la palabra de una deidad. De genio no lo bajaron y de que había superado a la misma Nasa por su política de conquista del espacio, de colonizar Marte. La figura de Elon Musk como visionario espacial y tecnológico por lo visto ha eclipsado a menudo el trabajo de instituciones como la Nasa y de proyectos financiados con fondos públicos. Sin embargo, se olvidan las bases sobre las cuales se construyen esas innovaciones.

El papel de la inversión pública ha sido clave en el desarrollo de las tecnologías de punta. La mayoría de las tecnologías disruptivas que vemos hoy en día, como la IA, los drones o los vehículos autónomos, tienen sus raíces en investigaciones financiadas con fondos públicos. Agencias como Darpa han sido fundamentales en el desarrollo de estas tecnologías, que luego han sido adoptadas y comercializadas por empresas privadas.

Pero hay dos cosas que quedan por ahora de ese exabrupto de Musk. Por un lado, Stargate puede ser motivo de discordias, que las relaciones entre Trump y Musk tendrán todavía desencuentros y veremos hasta donde resiste la liga. Por otra, aunque Stargate fuera un éxito, las tensiones comerciales con China ya han llevado a ese país a una revaluación de sus cadenas de suministro tecnológico; la actual encrucijada comercial y tecnológica obligará a las empresas asiáticas a rediseñar sus políticas, a diseñar sus propios chips de gama alta, lo que preludia no solo una rivalidad para los productos estadounidenses en los mercados internacionales, sino de una batalla con matices.

Artículo publicado en La Jornada Morelos.


 
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