Bifurcaciones de la inteligencia artificial

miércoles, 25 de junio de 2025

Desde que Thomas McCarthy no se le ocurriera un mejor término que inteligencia artificial (IA) para designar el nuevo campo científico y tecnológico que proponía a algunos de sus pares para desarrollar, la palabra pasó a convertirse en presa de malos entendidos, polémicas y que fueron como gasolina para incendiar discusiones, enfrascarse en disputas y debates, alterando puntos de vista de mentes que no concebían que se llamara inteligente a una máquina o a un software.

Lo cierto es que a inicios de los años cincuenta del siglo pasado, había un entusiasmo por las cuestiones computacionales, por lo menos había dos enfoques y calificativos para denominar el incipiente campo de estudio de las denominadas «máquinas pensantes», uno era la cibernética y el otro la teoría de autómatas, por lo que McCarthy consideró que ambos términos eran limitados para responder a lo que tenía en mente, para generar una nueva disciplina científica.

Por eso, McCarthy eligió el término IA por considerarlo más neutro y más global, lo que permitiría dar vida a un campo que abarcara todas las capacidades cognitivas humanas y que al mismo tiempo pudieran ser simuladas por máquinas, pero abierto a su estudio por parte de cualquier teoría o escuela de pensamiento. Y fue eso que llevó a McCarthy a desplegar su idea en la Conferencia de Dartmouth en 1956 y reunir a una pléyade de científicos, de lanzar oficialmente la IA como campo de investigación científica.

Lo que desembocó en reyertas y disputas fue que de inmediato surgieron quienes no aceptaron que se equipararan los procesos computacionales con la inteligencia humana, que se consideró un despropósito y un ninguneo del homo sapiens. No se podía comprender cómo se asociaban los procesos de IA con los biológicos propios de la mente humana, ya que eran completamente disímbolos, aunque el tiempo ha venido atemperando estas consideraciones. Eso no quiere decir que hoy el debate y las desavenencias no sigan vigentes, ya que eso de la IA sigue siendo fuente de altercados, malentendidos y controversias, tanto en el ámbito científico como en la percepción pública, debido a la misma carga semántica y las expectativas depositadas por los humanos en el calificativo de inteligencia o inteligente.

Más allá de pendencias, interesante es que desde dicha Conferencia el estudio de la IA se bifurcó en dos grandes corrientes: el conexionismo —enfocado en las redes neuronales y el aprendizaje basado en datos— y el cognitivismo —dirigido hacia la representación del conocimiento, el razonamiento y la lógica, buscando imitar la manera en que los humanos piensan y resuelven problemas—. Al inicio fueron los segundos los que dieron de que hablar: dieron paso a productos que preludiaban grandes avances con sus sistemas expertos —efectuados por expertos humanos que generaban reglas para que los programas las usaran para solucionar tareas como el diagnóstico médico o la toma de decisiones en determinados sectores como el energético, por ejemplo—, que deslumbraron en los años setenta a los interesados en ese emergente campo científico. Con el tiempo, la IA, cargada de fases de optimismo y de estancamiento, ha llegado hasta nuestros días arrastrando dos conceptos claves que identifican a cada una de esas corrientes: lo simbólico y lo subsimbólico.

El cognitivismo es un enfoque sobre todo simbólico, por lo que la cognición humana se explica a través de la manipulación de símbolos y representaciones mentales, postulando la existencia de un nivel simbólico irreductible que se sitúa por encima del nivel físico o neurobiológico. Los símbolos, en este contexto, son ítems semánticos sobre los que se realizan operaciones computacionales, y la mente se concibe como una máquina simbólica capaz de procesar información de manera representacional y formal.

Por su parte, el enfoque conexionista es subsimbólico, que quiere decir que se enfoca en la representación distribuida del conocimiento en redes neuronales, en lugar de utilizar símbolos y reglas explícitas como se hace en la IA simbólica. En la IA conexionista, el conocimiento se representa a través de patrones que sirven de disparadores o activadores en las redes neuronales, lo que puede hacer que sea más complicado o difícil de interpretar y explicar en comparación con la IA simbólica, que usa símbolos y reglas para representar el conocimiento de manera más explícita y transparente.

Hoy día se puede decir que el conexionismo de ser el negrito en el arroz en los años setenta del siglo pasado, ha ganado un peso significativo y han transformado profundamente el campo de la IA. El conexionismo ha tenido un efecto notable al ofrecer modelos que simulan cómo el cerebro procesa la información mediante redes neuronales artificiales, lo que ha desembocado en avances importantes en el llamado aprendizaje automático, el reconocimiento de patrones y el procesamiento del lenguaje natural, que son los campos más prometedores de la IA en la actualidad. Es así como el enfoque subsimbólico, inspirado en la neurofisiología, ha venido a dotar de soportes cercanos a la realidad biológica de la cognición que los modelos simbólicos tradicionales. Pero como la historia de la IA ha demostrado, no se puede dar por muerto el cognitivismo —que no ha desaparecido ni ha sido completamente reemplazado— y lo simbólico, ya que amos conviven en la actualidad y como ejemplo tenemos que la psicología cognitiva sigue integrando elementos de ambos enfoques, aunque la fuerza del conexionismo no se puede pasar por alto.

Pero lo importante es entender que una disciplina que fue lanzada oficialmente en 1956, en donde estaban definidas dos corrientes claras sigan vigentes hoy día, que esa división filosófica que se produjo en los primeros días de la investigación sobre IA —la simbólica y la subsimbólica— sigan todavía siendo piedra angular del desarrollo de un campo que para unos está más sólido que nunca, y para otros se está resquebrajando y empieza a dar muestras de entrar en una nueva fase de declive.

A pesar del auge de lo subsimbólico, de que parece ser la vía más robusta para futuros éxitos de la IA, todavía suenan los ecos defendidos por los simbólicos: para que los equipos sean inteligentes, no es necesario construir unos programas que imiten el cerebro, sino que es posible capturar totalmente la inteligencia general con un programa apropiado de procesamiento de símbolos y ya está el poder de cálculo y las toneladas de datos para que eso pueda ser realidad. Pero una cosa es clara: si bien los investigadores implicados en el presente en la IA consideran que están libres de ataduras para evaluar lo que son los derroteros de la IA, será la observación posterior, la que se dé en unas cuantas décadas, la que podrá discernir quien tiene la razón, en dónde falló lo que hoy se pone en marcha y qué acontecimientos fueron los más sólidos.

@tulios41

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La digitalización en México

La última Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) 2024 del INEGI revela un panorama contradictorio. Por un lado, el país avanza a pasos firmes en la senda de la conectividad, pero por otro, el aprovechamiento productivo de la red sigue siendo un desafío pendiente, una promesa incumplida que se queda en el aire como lo que acontece con los buenos deseos. Por un lado es innegable que de forma constante se ha ido avanzando en materia de conectividad, pero también es una realidad que el uso de la red para impulsar al pequeño y mediano empresariado sigue siendo otro pendiente, que como es costumbre se dirá que es algo que se subsanará muy pronto, con las nuevas políticas que impulsará el gobierno en turno. 

En la medida que las zonas urbanas han alcanzado la mayor penetración en materia de conexión, los porcentajes bajos de usuarios se sienten en el terreno rural, que cuentan con el 68.5% de penetración de internet. En tal sentido, si bien en México en este momento tenemos un poco más de 100 millones de personas conectadas a internet, las cuales con distintas intensidades y tiempos de uso se definen como usuarias de la red y de lo digital, existe un sector que todavía no tiene esa posibilidad. En suma, el 83.1% de la población de seis años ya está conectada en nuestro país y se mantiene una penetración anual de 3.3%.

De acuerdo con el Digital Report 2025, los cinco primeros países del orbe que tienen las mayores tasas de conexión a internet son Dinamarca, Países Bajos, Noruega, Arabia Saudita y Suiza que alcanzan o superan el 99% de la población. En lo que se refiere a nuestra región latinoamericana las cinco naciones que tienen mayor conexión son Bahamas (94.3%),  Antigua y Barbuda (92.3%), Chile (92.0%), Uruguay (91.0%) y Costa Rica (90.2%). México se encuentra en el séptimo puesto.

Dicho eso, también debe considerarse que es prácticamente imposible que una nación logre que el total de su población se conecte a internet, no solo porque a veces puede resultar complicado franquear los impedimentos geográficos y tecnológicos para llevar la conexión a grupos humanos aislados, sino también porque existen factores culturales, al grado que comunidades o individuos pueden rechazar la tecnología por motivos culturales o simples concepciones ideológicas; y también están las limitaciones en el acceso por aspectos de control político, como acontece con países con censura. Sin embargo, en materia de brechas, pues, no es lo mismo las que se definen por voluntad propia y las que son impuestas por la carencia de políticas e infraestructura tecnológica. Y lo referimos porque aproximadamente 10% de la población en nuestro país no usa internet por falta de conocimientos, y el 18.8% no lo hace por razones como inaccesibilidad económica o falta de contenido relevante.

Un dato que define los hábitos de conexión y consumo de internet tiene que ver desde dónde se conectan las personas, que lo hacen mayoritariamente desde el teléfono celular. Lo que sigue siendo ya una especie de marca de calidad de los mismos usuarios de las nuevas tecnologías, esto porque no se puede soslayar que existe una clara disparidad en el acceso a computadoras, con apenas 43.9% de los hogares que disponen de algún equipo de cómputo, o lo que es lo mismo: solo el 36% de la población usa computadoras, una cifra muy baja y reflejo no solo de la preferencia por conectarse vía dispositivos móviles, sino también evidencia de usuarios con una mala gestión, o de calidad en el uso de las nuevas tecnologías, ya que por más multitareas que puedan ser una persona la verdad es que un smartphone tiene limitaciones respecto a la versatilidad de tareas que se pueden llevar a cabo en una computadora.

Esa penetración y peso de los smartphones se refleja en que el 97.2% de las personas conectadas a internet lo hagan gracias a tales dispositivos. Ello no solo refiere de una inclinación por el uso del móvil como un metamedio de conexión y comunicación, sino también de desafíos en términos de ciberseguridad y de la misma alfabetización tecnológica que es precaria. Celulares y edad van junto con pegado: no extraña que los jóvenes de 18 a 24 años lideren con un 96.7% de adopción de celulares.

En términos generales, se puede decir que los usos productivos de internet y de la digitalización nacional son una realidad: domina el uso recreativo (interacción, redes sociales, entretenimiento) frente a actividades como banca en línea (27.3%) o educación. Esto refleja una adopción superficial de dichos insumos tecnológicos. El bajo uso de computadoras —ya señalado y que vale la pena recalcar— (36%) y el acceso limitado en sitios públicos sugieren una dependencia excesiva de smartphones, lo que puede limitar tareas complejas o profesionales. En términos generales hay una precaria alfabetización digital reflejada en la falta de habilidades tecnológicas, que se tornan en una barrera clave, especialmente entre adultos mayores y poblaciones rurales, lo que perpetúa la exclusión digital. Por otra parte, el incremento del uso de smartphones plantea desafíos en términos de seguridad digital y salud derivada del uso prolongado de este tipo de dispositivos móviles.

Pero no faltamos a la verdad al decir que la ENDUTIH se ha ido estancando. Hace falta que profundice en aspectos que han adquirido relevancia en los últimos tiempos. Por ejemplo, no se aborda el efecto de las nuevas tecnologías en educación, teletrabajo o cuestiones de emprendimiento, lo que limita su utilidad para diseñar políticas públicas específicas. De igual manera, no se exploran suficientemente las razones detrás del bajo uso de banca en línea o comercio electrónico, como la desconfianza o la falta de infraestructura financiera. Otra limitante es que si bien se incorporaron preguntas relativas a streaming y dispositivos inteligentes, la encuesta no aborda tecnologías emergentes como inteligencia artificial, internet de las cosas (IoT) o 5G, que también se consideran cruciales para la transformación digital.

En fin, que la ENDUTIH 2024 con sus claros y oscuros es una herramienta de auxilio, de conocimiento del mapa digital nacional, pero sí con limitaciones en su profundidad y alcance respecto a tecnologías emergentes y usos productivos. Asimismo, en el contexto del reciente día de internet y de la sociedad de la información, sus datos adquieren relevancia, pero también en el marco de una nefasta reforma de telecomunicaciones que ha puesto en marcha el gobierno actual.

@tulios41

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Telecomunicaciones amordazadas

Recientemente la presidenta en nuestro país envió al Senado una iniciativa de reforma de Telecomunicaciones y Radiodifusión, y ante las críticas a la misma por partidos de oposición, organizaciones de la sociedad civil, expertos en telecomunicaciones y académicos, que señalaron que la misma vulneraba derechos y afectaba la libertad de expresión, la presidenta decidió meter reversa y abrir un espacio para discutirla, para que las diversas partes interesadas participen y propongan modificaciones a la iniciativa, la cual puede aprobarse entre junio-julio del año que corre.

Un tema central de esa iniciativa de reforma, elaborada directamente por el titular de la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones (ATDT), es la regulación de internet. Por décadas, el Estado mexicano ha vigilado a los medios de comunicación a través de diversos mecanismos con el fin de evitar críticas en su contra. En el momento que internet se masificó, sobre todo cuando se hizo factible que ya no era necesario ser programador en HTML para generar contenidos en línea, fue cuando se multiplicaron espacios críticos al gobierno y con la llegada de las redes sociales se facilitó que cualquier opinión fuera fácil de difundir, lo que puso a funcionarios de gobiernos y políticos bajo un escrutinio público, en donde opinar y publicar no requería de pasar por jefes de redacción y gatekeepers, lo que también abrió la puerta a la publicación de contenidos cuestionables y a ciberdelitos, de lo que se valieron gobiernos para que al mismo tiempo que se atendía tales aspectos meter en el mismo saco la regulación de plataformas y redes digitales, afectando derechos de libertad de expresión y acceso a la información.

En nuestra nación la oposición a la regulación de internet se ha expresado en diversos momentos y geografías, ya que lo mismo a escala federal como estatal diversos gobiernos han intentado controlar y/o regular internet. Para ilustrar un caso, recordemos que la reforma de telecomunicaciones de 2014 fue criticada entre otras cosas por intentar controlar la red y carecer de transparencia en su implementación. Pero como han referido varios especialistas en telecomunicaciones, si comparamos la reforma de 2014 con la que hoy se propone, aquella se queda muy corta en el énfasis autoritario respecto a la actual, que podría conducir al ciberespacio a vivir situaciones similares a las que enfrentan regímenes no democráticos como Venezuela o Nicaragua.

En 2014 estudiantes aglutinados en el movimiento #YoSoy132 arengaba en contra de la reforma a las telecomunicaciones, aunque ahora ya no se ve el puño en alto de los otrora cabezas visibles de ese movimiento porque están incrustados en televisoras privadas y el aparato político y administrativo oficialista. Pasa algo similar con el hoy titular de la ATDT, José Peña Merino que en su momento cuestionó varios aspectos de la reforma en telecomunicaciones de 2014, cuando desde la otrora Data Cívica se declaraba devoto del uso de datos y temas de derechos humanos y transparencia. Lo mismo se ve en varios de sus compinches, otrora defensores de la libertad de expresión, de las discusiones abiertas y públicas de las reformas y leyes de telecomunicaciones —cuando sus arrebatos juveniles los hicieron fervorosos defensores de la transparencia y hasta de querer dar vida a partidos piratas—, pero ahora como oficialistas VIP nadan de muertitos y sufren de amnesia radical.

Más allá de la discusión por venir sobre la reforma en las telecomunicaciones, vale la pena referir que la iniciativa de marras culmina con el proceso para acabar con el IFT —uno de los aspectos positivos de la Reforma de 2014— como órgano autónomo de regulación de las telecomunicaciones, oficializa que sus funciones pasan a la ATDT para centralizar y controlar medios y telecomunicaciones, para poner fin, de facto, a contrapesos institucionales y la autonomía en la regulación del sector. El ATDT se llena de poder: puede incluso autorregularse, crear sus propias normas, amén de concentrar más atribuciones que el ya extinto IFT. Establecerá la reglas para otorgar concesiones, regular el espacio radioeléctrico, desplegar el acceso a infraestructura digital, elaborar las políticas de telecomunicaciones y radiodifusión, normar las plataformas de internet, más lo que se vaya acumulando para satisfacer a ese insaciable cíclope. Por si no fuera suficiente, ante la ausencia de un órgano colegiado, con comisionados, para la toma de decisiones, las mismas recaerán en José Merino, que tendrá un poder que ni en sus mejores devaneos mentales él se imaginó tener cuando se reunía con su panda de amigos ciberlibertarios promotores de la radicalidad libre.

Vale la pena recordar a Andrew Arato, para ayudar a contextualizar la discusión que se avecina sobre esta reforma en telecomunicaciones. Él ha establecido dos momentos del populismo: uno, cuando está en el gobierno, etapa en donde no tiene el poder absoluto y debe negociar con sus contrapartes partidarias para sacar adelante sus iniciativas; el segundo es cuando es el gobierno, momento en que el populismo consolida su poder, barre con las instituciones democráticas y establece un control hegemónico; en esta etapa cualquier consulta sirve únicamente para validar las determinaciones del poder. Además, siguiendo a Arato, cuando un Estado tiene control absoluto sobre todos los aspectos del gobierno y sociedad —Suprema Corte, tribunales electorales, supresión de organismos autónomos y de cualquier contrapeso…—, no necesita recurrir a la violencia. La mera existencia de ese poder omnímodo y la ausencia de mecanismos para desafiarlo son suficientes para asegurar obediencia y conformismo, creando una atmósfera de autocensura y aquiescencia sin necesidad de represión activa y visible. En algún momento ese poder se acabará, pero en México el actual populismo autoritario lleva poco tiempo y goza de respaldo ciudadano.

Por eso, la ley no se modificará y no se incorporarán los puntos de vista de especialistas y de los partidos de oposición, o mejor dicho sólo se maquillará; si no se aprendió con las discusiones y consulta sobre la reforma judicial es que se peca de voluntarismo o ingenuidad. Como según el oficialismo ellos son la única «representación del pueblo» y encarnación del Estado, pueden hacer lo que se les antoje y darse el lujo de abrir espacios de discusión para repartir atole.

Como ejemplo de que la reforma en telecomunicaciones está en marcha, recientemente se aprobó sin estridencias ni gran molestia la Llave MX, un nefasto sistema de identificación digital implementado por el gobierno y difundido como la quintaesencia para agilizar trámites, servicios y programas sociales a través de plataformas digitales. Esa abominación es la posibilidad de devenir en recurso de vigilancia masiva por parte del gobierno, al concentrar una gran cantidad de datos personales de millones de ciudadanos, que lo mismo puede servir para fines electorales que para perseguir opositores y gente crítica al gobierno. Este es solo el inicio del caminar de la ATDT, un Juggernau alimentado con pura ivermectina.

@tulios41

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La creación de éxitos

En el primer lustro de la primera década del siglo XXI leí un artículo en Wired de Chris Anderson en donde lanzó su concepto de «larga cola» (o long tail), el cual sonaba estupendamente. Eran los tiempos en que todavía a uno le quedaba un resabio ilusorio de que el mundo digital aún era camino para igualar cultural y socialmente, e imaginarse en que la red era una avenida para las cuestiones utópicas en el campo artístico y paliar las penurias y precariedades del sector artístico. Para Anderson, internet reducía los costos de distribución y almacenamiento, lo que permitía que una mayor diversidad de productos culturales, incluidos los de nicho, encontraran su público y ensanchaba el mercado para múltiples productos culturales.

En el caso del terreno musical, Anderson sugería que artistas menos conocidos podían prosperar al llegar a audiencias específicas, a personas enemigas de lo comercial o el mainstream, generando una economía basada en muchos «microhits» y no dependía exclusivamente de los grandes éxitos masivos. Debo decir que como amante de la música eso sonaba espléndido, pero también le parecía estupendo a las tribus de músicos que a lo largo y ancho del planeta tenían propuestas musicales tan ricas y diversas.

Para Anderson, las múltiples plataformas digitales que se abrían camino en ese entonces, podían ofrecer un catálogo prácticamente ilimitado, a diferencia de las tiendas físicas con espacio restringido. En la música, eso implicaba que plataformas de streaming como Spotify o YouTube, por ejemplo, permitirían a artistas independientes o de nicho competir con las grandes estrellas, ya que los consumidores tendrían acceso a una variedad casi infinita de opciones, y se toparían con música y artistas que ni se les había pasado por la mente que existieran. Anderson argumentaba que la suma de las ventas o streams de esos productos de nicho podría igualar o superar los ingresos generados por los grandes éxitos (la «cabeza» de la distribución), democratizando el mercado y permitiendo que el mérito artístico prevaleciera.

A pesar de lo bonito que se escuchaba, la sucia realidad estaba ahí para desmentir las buenas intenciones. Lo cierto es que si bien es cierto que las plataformas de streaming ofrecen un catálogo extenso, la atención de los consumidores al final tiende a concentrarse en un número reducido de artistas populares. El 1% de los artistas más populares genera aproximadamente el 90% de todas las reproducciones en streaming. Esto significa que de los millones de artistas en plataformas como Spotify, solo una pequeña élite concentra la gran mayoría del consumo musical, de tal manera que 1.6 millones de artistas lanzan música en servicios de streaming en un año, pero nueve de cada diez canciones reproducidas son creadas por solo 16,000 artistas o lo que es lo mismo: solo el 1% de los artistas. (shre.ink/xYOl) Esta extrema concentración supera con creces el llamado «principio de Pareto», de su regla 80/20, que en este caso sería que el 20% concentraría el 80%, ya que en el streaming musical la distribución es más bien 90/1. Las preferencias musicales y el mercado de música reflejan, también, la manera en que se distribuye la riqueza a escala planetaria y en los mismos países.

Nick Srnicek había referido en su Capitalismo de plataforma, que el capitalismo digital opera bajo el principio de que el ganador se lleva todo, pero por lo que se ve eso se reproduce también dentro de las plataformas, de manera que hay pocos músicos que se llevan todo, como en las plataformas pocos usuarios tienen más seguidores o sus videos tienen más likes. Es decir, la democracia en la oferta de plataformas sí existe pero la igualdad dentro de las mismas ya es harina de otro costal.

La democratización económica prometida por la larga cola no se ha materializado, o se ha logrado de manera desigual ya que si bien ofrece que todos puedan participar en una plataforma, la mayoría de los ingresos sólo van a parar a artistas de grandes sellos discográficos y superestrellas, mientras que los artistas independientes o de nicho, los de la «cola» al final terminan en eso: en la cola y recibiendo pagos insignificantes por stream (por ejemplo, Spotify paga entre 0.003 dólares y 0.005 dólares por reproducción) (shre.ink/xYOB). Además, en el caso de Spotify el 90% de los ingresos de la industria discográfica procede del 10 por ciento de las canciones. Esto dificulta que artistas menos conocidos vivan de su música, contradiciendo la idea de que los microhits generarían una prosperidad generalizada.

Hoy sabemos que a Anderson presa del entusiasmo se le fue un poco la boca: sobreestimo la demanda, asumiendo que los consumidores buscarían activamente productos de nicho, pero en la práctica, la conveniencia y los algoritmos han canalizado a muchos hacia los grandes éxitos. Además, que cómo buenos primates que somos nos encanta ser parte de la manada, entre más grande sea el grupo que escucha lo mismo que uno más a gusto nos sentimos. Aunque es cierto que Anderson estableció su «ley» antes del auge del streaming y los algoritmos de recomendación, que pusieron de cabeza las dinámicas de consumo. Lo que pintaba Anderson como una ley digital, al final terminó en una ilusión.

Quien complementa esa visión de Anderson es La fábrica de canciones: cómo se hacen los hits de John Seabrook, quien explora el proceso detrás de la creación de los éxitos en la música pop, revelando cómo desde los años setenta del siglo pasado la industria musical ha evolucionado hacia un sistema altamente industrializado y basado en métodos, y automatismos, para producir canciones diseñadas específicamente para devenir populares y ser rentables. Seabrook analiza cómo un selecto grupo de productores, compositores y equipos especializados, han usado técnicas estandarizadas, estructuras predecibles y ganchos pegajosos, apoyados por tecnologías y datos, para fabricar hits que dominan las listas de éxitos.

El libro dibuja la transición desde una creación musical más orgánica y artística hacia un modelo de producción en masa, donde la colaboración entre múltiples profesionales, el uso de algoritmos y la influencia de las plataformas digitales juegan un papel crucial, a menudo por encima del talento individual de los artistas. De esa manera, una canción exitosa para ser tal tiene que estar plagada de hooks, de pasajes o frases pegadizas, que se elaboran con minuciosidad con el objetivo de activar en el cerebro humano una sensación de placer al escuchar la melodía, el ritmo y la misma repetición.

Según la idea de Chris Anderson los hits eran resultado de la escasez de la oferta, pero lo que ha sucedido es lo contrario: ante la avalancha de música que facilitan efectuar las nuevas tecnologías, la gente ha buscado asideros sonoros de consumo masivo, ya que de lo contrario se siente extraviado en las toneladas de propuestas. Pero a pesar de las buenas intenciones y la propuesta igualitaria de la larga cola, lo cierto es que la aparición y masificación de los servicios de streaming no han servido para hacerle la vida más asequible a millones de músicos, sino para reproducir la precariedad.

@tulios41

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Trump en cruzada antiuniversitaria

martes, 22 de abril de 2025

Desde el pasado mes de marzo la administración Trump empezó su arremetida contra universidades como las de Columbia, Princeton, Cornell, Northwestern, Florida, Harvard, Yale, Stanford y varias otras. Esta situación se radicalizó durante las protestas universitarias contra la guerra en Gaza en la Universidad de Columbia, que le dio pie a Trump para señalar que dicha institución educativa era semillero de radicalismo izquierdista, de antisemitismo disfrazado de activismo. Trump indicó que si esa universidad quería seguir recibiendo las contribuciones federales debía efectuar cambios radicales en sus contenidos educativos y políticas.

Luego Trump pasó a imponer la retención de fondos a las universidades que han sido escenario no solo de las protestas contra el conflicto armado entre Israel y Hamás, sino contra todas las que impulsan políticas de diversidad, igualdad e inclusión. La respuesta de las universidades ha sido desigual, unas han dejado mucho que desear, otras se han movido entre la tibieza, la cautela o otras de plano prefieren hacer como que nada ha sucedido. Mientras las universidades públicas, que dependen exclusivamente de financiamiento público, han optado por mantener una postura de «neutralidad» institucional, argumentando que no pueden tomar posiciones políticas explícitas con el fin de no comprometer su credibilidad académica ni su mismo financiamiento. Esto refleja un frágil compromiso no solo con la libertad académica, la libertad en general y su propia autonomía, sino también con los principios fundamentales de la democracia estadounidense.

Varias universidades se han conformado en una red de defensa común, lo cierto es que su fortaleza depende mucho del soporte económico con que cuenten, lo que se ha evidenciado con la postura de la Universidad de Harvard, que es la más firme en rechazar los condicionamientos y atropellos de Trump. Pero eso está respaldado por una tradición de autonomía académica, de defensa de la libertad de cátedra, de su liderazgo intelectual a escala mundial, de su fuerte compromiso con la diversidad y la inclusión, del respaldo de egresados y plantilla académica influyente en el campo económico y político. Pero, además de eso, Harvard cuenta con un enorme fondo patrimonial que supera los 50 mil millones de dólares, lo que le da un margen de maniobra que otras instituciones no pueden tener ante las actuales presiones políticas que sufren.

Los ataques de Donald Trump hay que ubicarlos como parte de una estrategia más amplia de una guerra cultural de la derecha estadounidense, donde presenta a las instituciones académicas como enemigas de los valores tradicionales, conservadores y patrióticos. Es una embestida que reflejan una narrativa política que viene de años atrás y busca desacreditar todo lo que se percibe como «élite liberal» o que suene a «progresismo institucionalizado». Lo paradójico es que varios de los principales asesores de Trump y políticos republicanos, e incluso empresarios, que arremeten contra las instituciones de educación superior estudiaron en alguna de ellas.

Para Trump las universidades son centros de adoctrinamiento izquierdista, donde se promueve el marxismo cultural, o la ideología woke y una visión negativa de Estados Unidos. Sus ataques a las universidades en el lenguaje de Trump es una «guerra contra la progresía», ya que considera que las universidades de Estados Unidos han dejado de ser espacios de pensamiento libre para convertirse en fábricas de radicalismo progresista expresados en sus estudios de género, raza y diversidad. Para frenar eso quiere imponer a los centros educativos universitarios que modifiquen sus políticas: cambiar sus planes y contenidos de estudio —por ejemplo, demanda modificaciones en las maneras de enseñar la historia intentando reescribir la misma y borrar teorías e interpretaciones de ciertas etapas históricas para acomodarlas a las exégesis de derecha—, poner punto final a determinados programas que vulneran la democracia y/o pluralidad, eliminar carreras «no rentables» o consideradas ideológicas o sin perspectivas de tener demanda del mercado laboral, como es el caso de las humanidades, estudios de género… y priorizar la formación en disciplinas «no ideológicas» como ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM).

La situación ha llegado a tal extremo que varios académicos han decidido abandonar Estados Unidos. Investigadores como Timothy Snyder, Marci Shore o John Stanley, por ejemplo, han optado por dejar la universidad de Yale y trasladarse a vivir a Toronto. La cacería contra académicos es tal que se cancelan visas de trabajo, el FBI allana sus hogares para incautarles sus equipos de cómputo y otros materiales, todo ello con el silencio y/o complicidad de las mismas autoridades universitarias; esta cuestión también ha alcanzado a cientos de estudiantes que han visto cómo les cancelan sus visas y temen una posible deportación (shre.ink/MdYp).

Pero esto no es inédito en Estados Unidos: persecuciones similares se pusieron en marcha en otros momentos: por ejemplo, en los años cincuenta del siglo pasado en la llamada era McCarthy se impuso, en plena guerra fría, una cacería de brujas contra los comunistas en todos los ámbitos sociales —como lo retrató Philip Roth en Me casé con un comunista—, lo que se tradujo en el llamado Terror Rojo traducido en que profesores universitarios fueran investigados, humillados públicamente, despedidos o censurados por tener simpatías comunistas, por haber firmado manifiestos o simplemente por negarse a delatar a colegas. Las mismas universidades fueron presionadas para investirse de patrióticas y despedir a quienes no se alinearan con los valores estadounidenses.

Sin embargo, a pesar de que cada cierto tiempo las universidades en ese país han sufrido embates del poder, también es real que el caso más extremo es el que ahora impulsa Donald Trump porque su narrativa política va de la mano con propuestas legislativas y una batería de órdenes ejecutivas coordinadas desde el poder federal contra las universidades. Esto se da en un momento en que los contrapesos se erosionan, cuando un sector de la sociedad estadounidense también ve a la educación superior como una amenaza ideológica y el resentimiento que existe contra las universidades privadas justifica que se repriman.

La fortaleza de la democracia tradicionalmente se ha medido por su longevidad y por la solidez de sus mecanismos de equilibrio de poder, características que supuestamente distinguían a Estados Unidos. Sin embargo, los acontecimientos recientes en dicho país con sus universidades revelan una realidad: las instituciones, por robustas que sean, no son invulnerables. La verdadera salvaguarda de un sistema democrático no radica solo en una robusta ciudadanía, sino también en el compromiso de sus políticos con los valores democráticos. Cuando esos valores se debilitan, incluso democracias históricamente estables como la estadounidense se fragilizan ante liderazgos con tendencias autocráticas como el de Donald Trump.

* @tulios41

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La censura china

La censura se propaga por la red, se expresa con diversas técnicas que usan tanto gobiernos como empresas con la finalidad de cercenar el acceso a múltiples contenidos. Se implementan bloqueo de direcciones IP, se impide el acceso a determinados sitios web o servidores; se alteran registros DNS, redirigiendo las solicitudes de conexión a páginas falsas o inaccesibles; se detecta e inspeccionan paquetes (DPI), filtrando tipos específicos de tráfico en la red. Casos extremos son los que producen apagones de internet en determinados momentos de protestas o elecciones; se acuden o restringen de manera selectiva determinados sitios con el objetivo de impedir la circulación de información. En el guion original que dio vida a la red esto no estaba contemplado; China es un caso que ilustra lo errado que estaba el libreto.

China es una de las naciones que implementa uno de los esquemas más rigurosos de censura, en donde esta cohabita exitosamente con el comercio. Pero en el pasado la idea que se tenía era otra, se consideraba algo antitético: censura y libre mercado eran como el agua y el aceite. Durante las últimas dos décadas del siglo XX se pensó que el comercio, el libre mercado, eran la llave que abriría la puerta de la censura de países como China. Cuando la devoción estaba puesta en la libre circulación de mercancías, se pensaba que era suficiente una dosis de diplomacia para hacer que las naciones terminaran aceptando las bondades de la democracia liberal.

Desde los años setenta Deng Xiaoping comenzó a abrir la economía China. En la última década del siglo XX China se integró con paso firme a la economía global y muchas empresas estadunidenses empezaron a fabricar sus productos y mercancías en esa nación asiática. China ofrecía mano de obra abundante y a costo bajo, ideal para empresas que querían reducir costos de producción y tener mayores ganancias; el gobierno chino implementó zonas económicas especiales, con incentivos fiscales y subsidios a la exportación; era el mejor momento de la globalización y el gobierno chino desarrolló cadenas de suministro globales y mejoras en la logística internacional que facilitaron que las empresas estadounidenses trasladaran su producción a China; al mismo tiempo, esa nación puso en marcha tanto una infraestructura industrial como cadenas de suministro completas que permitían producir desde componentes básicos hasta productos finales sofisticados y con una mano de obra que estaba en constante capacitación —proporcionada en muchos casos por las mismas empresas de Estados Unidos—.

Estados Unidos alentaba la fiebre por el libre mercado, creyendo que eso sería bueno para la buena salud de la democracia global. La idea de que se consolidara una clase media era importante, ya que demandaría derechos y libertades, como aconteció en su momento en países como Taiwán o Corea del Sur. Un ejemplo de esa percepción fue Bill Clinton, quien era partidario de que China se integrara al comercio mundial porque «la interdependencia cada vez mayor tendría un efecto liberalizador en China. […] Las computadoras e internet, las máquinas de fax y las fotocopiadoras, los módems y los satélites aumentan todos ellos la exposición a personas, a ideas y al mundo más allá de las fronteras de China» (www.iatp.org). Incluso el mismo Clinton creyó que era importante que China se incorporara a la OMC; en una ocasión respondió con sorna a una pregunta de un periodista sobre la censura China y su interés por controlar internet, a lo que respondió: cualquier intento de controlar internet por parte de China sería como «intentar clavar gelatina en la pared».

Pues al final resulta que si supieron como clavar, y bien, gelatina y engrudo en la pared. China demostró que la censura se podía hermanar perfectamente con sólidas cadenas de valor y hacer de ese país una solvente economía. En Estados Unidos demócratas y republicanos de fines del siglo XX consideraban que en un mundo más abierto e interconectado, la democracia y las ideas liberales se extenderían a los estados autocráticos. Pero sucedió al revés: la autocracia y el iliberalismo fueron los que se propagaron en los países democráticos y de paso hicieron añicos las ideas de la teoría de la modernización que databan de posguerra e indicaban que el comercio era la que llevaría la democracia a los países autoritarios.

En el caso de la censura en China, ese país se incorporó a internet a fines de los años ochenta y al inicio, como en muchos países, solo fue un medio de comunicación para una elite, para el sector académico. Sin embargo, en 1998 erigió su proyecto Escudo Dorado (Gran Cortafuegos), un sistema multicapas implementado por el gobierno chino que aplica tanto la censura como el control de la información en internet. Es capaz de usar la denominada inspección profunda de paquetes (DPI), con la finalidad de identificar y bloquear en tiempo real términos prohibidos como «Tiananmén», «democracia», «derechos humanos» o críticas al Partido Comunista Chino; lo novedoso es que permite el uso de VPNs siempre y cuando sean las aprobadas por el Estados y únicamente pueden usarlas las empresas y que, por tanto, están monitoreadas. Además, las grandes plataformas chinas como WeChat, Weibo o Baidu están obligadas a cumplir con severas normas de censura, de manera que en sus algoritmos está eliminar contenidos considerados «inapropiados» y monitorear usuarios, quienes deben registrarse con su identidad real; al mismo tiempo el Ministerio de Seguridad Pública apoyándose en inteligencia artificial (IA) escudriña datos y rastrea actividades en línea, identifica disidentes y disuade comportamientos considerados subversivos.

Pero China también sabe dar zanahorias: da acceso a múltiples productos culturales a los usuarios jóvenes de las plataformas digitales, de manera que se hace de la vista gorda para que consuman entretenimiento y productos protegidos por derechos de autor de manera que se intercambia o descarga software y aplicaciones diversas en donde se combina lo legal e ilegal. Es cierto que el gobierno chino ha fortalecido su sistema de protección de derechos de autor en las últimas décadas, en parte derivado de sus compromisos internacionales con la OMC y también para apoyar su economía digital. Sin embargo, dosifica lo legal e ilegal y prefiere que los jóvenes se entretengan en el ciberespacio a que cuestionen a los dirigentes políticos o el régimen.

China ha demostrado que es posible combinar crecimiento económico, libre comercio y tecnología de punta sin liberalización política, lo que ha inspirado a otros regímenes autoritarios a aprovechar la tecnología para consolidar el control estatal. Este modelo desafía la noción de que la globalización, hoy en día debilitada, conduce inevitablemente a sociedades más abiertas. Resulta irónico que China, gobernada por un partido comunista autoritario, se haya convertido en uno de los principales defensores del libre comercio, mientras que Estados Unidos, una de las cunas del capitalismo y ahora con un líder con tendencias autoritarias, haya adoptado un enfoque proteccionista. En el fondo eso refleja el temor de Estados Unidos de perder su liderazgo en industrias clave como la inteligencia artificial, 5G y automóviles eléctricos frente al avance asiático.

* @tulios41 

Publicado en La Jornada Morelos

Spotify en formato inteligente

Spotify es sinónimo de música, su nombre remite a una startup sueca creada en 2006, es en la actualidad una sociedad anónima que cotiza en bolsa, con un valor estimado en 25 mil millones de dólares. En 2023, Spotify reportó ingresos anuales de 14,000 millones de dólares, y su patrimonio neto es de unos 2,670 millones de dólares, según Statista. Pero si consideramos su crecimiento hasta el año pasado, con 640 millones de usuarios activos mensuales, de los cuales 252 son premium, y partiendo del múltiplo típico de valoración de las empresas tecnológicas (entre 5 y 10 veces sus ingresos anuales), se puede inferir que en la actualidad su valor está entre 70,000 y 100,000 millones de dólares.

Nada mal para una empresa surgida en un país pequeño, donde se ha tenido una sólida carrera en la producción de artistas exitosos en el campo de la música pop. Esta empresa sueca domina un sector que era esperable lo encabezara una empresa estadounidense, pero sus 19 años de existencia demuestran que su fuerza no fue circunstancial. Actualmente Spotify intenta reforzar su músculo adoptando la tecnología de moda, la inteligencia artificial (IA).

Para unos es innecesaria la presencia de la IA en el campo musical e incluso dicen que no ha tenido relevancia en la música. Pero después de todo, la relación entre IA y música no es de ahora. Ya Alan Turing, que puede ser considerado uno de los padres de la IA, desarrolló en 1951 una máquina que generó tres melodías simples: la canción infantil Baa Va Black Sheep, la canción de Glenn Miller In the Mood y el himno de la selección británica God Save the King. La grabación fue efectuada por la BBC en el Computing Machine Laboratory de Manchester, pero se había extraviado y en 2016 algunos investigadores la recuperaron y dieron a conocer.

En el campo musical ha habido pioneros en investigar sobre los vasos comunicantes entre IA y música, uno destacado fue David Bowie, cuya trayectoria siempre estuvo ligada a la vanguardia, a la ciencia y la innovación como se refleja en su extraordinaria Space Oddity. A principios de los años noventa Bowie hizo alianza con el programador Ty Roberts, para crear un software llamado Verbasizer, capaz de generar de forma automática letras de canciones originales a partir de contenido textual.

En el caso de Spotify, fue en 2018 cuando abrió una unidad de investigación dedicada a desarrollar investigaciones científicas sobre el uso de la IA en el campo de la composición musical, el Creator Technology Research Lab. Esto fue una manera de sistematizar, o redondear el trabajo que venía efectuando con la IA desde 2015, cuando empezó a usarla para analizar los gustos musicales de sus usuarios y así ofrecerles contenido si no a la carta sí bastante personalizado.

En 2017 Spotify contrató a François Pachet, a quien nombró como director del centro de investigación de Spotify de París. Nacido a mediados de los años 1960, François Pachet es especialista en ingeniería computacional con estudios en universidades francesas, que desde hace varios años se ha dedicado a la investigación en el campo musical, el aprendizaje automático y la IA. De hecho Pachet fue nombrado en 1997 director de la Sony Computer Science Laboratory, un centro de investigación privado, financiado por la empresa japonesa Sony, también con sede en París y dedicado a experimentar con la materia sonora.

Durante su estancia en Sony Pachet creo varias tecnologías, pero su producto más destacable fue Flow Machine, un proyecto iniciado en 2012 que su objetivo era enseñar a las computadoras a crear composiciones musicales basadas en estilos concretos; el objetivo fue desarrollar una máquina capaz de aprender a tocar de forma autónoma, a partir de un proceso de aprendizaje (machine learning) con una serie de repertorios musicales existentes; de esto se derivó un programa para ser usado por cualquier músico llamado Flow Composer, que crea nuevos contenidos musicales a partir de dos elementos iniciales que se deben proporcionar a la IA: una selección de partituras musicales (melodías y acordes), que permiten al programa aprender un determinado estilo de composición musical; el segundo, una serie de piezas de audio que permiten a la máquina asociar texturas sonoras específicas con las partituras. De esa manera, con tales materiales, es como Flow Composer produce composiciones musicales originales y únicas, basadas en una serie de operaciones y elecciones que, sin embargo, son gestionadas por un operador humano.

De hecho poco antes de incorporarse a Spotify Pachet y su equipo ofrecieron una demostración de las capacidades creativas de Flow Machine, en la cual también participó el músico francés Benoît Carré para confeccionar una canción original, inspirada en la música de los Beatles. Benoît Carré proporcionó a Flow Machine una selección de 45 melodías de los Beatles que le sirvieran de inspiración y dio como resultado una canción original directamente influida por las melodías y sonidos del cuarteto de Liverpool, que recibió el nombre de Daddy's Car y se dio a conocer en YouTube (shre.ink/MvZY).

Con esos experimentos queda claro que las máquina sí consiguen producir secuencias sonoras a partir de partituras que se pueden considerar originales. Para varios eso implica un alivio ya que si bien se demuestra que las máquinas son capaces de dar vida a productos sonoros, pero es completamente distinto a que las máquinas puedan crear de forma independiente música lista para ser escuchada por los suscriptores de Spotify.

Pero más allá de Spotify, lo que no debe olvidarse es que las IA operan con patrones, sean lingüísticos o melódicos, con sonidos u oraciones, para posteriormente dar paso a composiciones nuevas o inéditas. En tal sentido no debería pensarse que un servicio de streaming no pudiera en el futuro generar exclusivamente melodías a la carta que le fueran solicitadas por los usuarios. Y parece que se camina hacia tal escenario. En 2016 Google lanzó el proyecto Magenta, dedicado a desarrollar algoritmos de aprendizaje profundo y aprendizaje por refuerzo para generar automáticamente no sólo contenidos musicales, sino también imágenes, dibujos y otros materiales; una tecnología que actualmente usan diversos artistas.

Lo cierto es que el rostro de la música en el futuro próximo no está escrito en las características técnicas de las nuevas tecnologías, pero su forma o consistencia se dará a partir de que melómanos, consumidores y ciudadanos sean capaces de participar de manera activa y se apropien creativamente de los instrumentos musicales que tendremos a nuestra disposición. En el caso de Spotify a pesar de que no han sido muy explícitos sobre el trabajo que llevan a cabo con la IA parece que su interés no está en transformarse en un productor musical automatizado. Pero para nadie es un secreto que las maneras en que las tecnologías musicales ingresan en las dinámicas sociales siempre están destinadas a reservar sorpresas y desenlaces inesperados.

* @tulios41

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El periodismo y la USAID

Desde la masificación de internet en la década de 1990, el periodismo ha enfrentado un declive sostenido, no tanto en términos de propuestas narrativas —que se han multiplicado— o de análisis, sino en su viabilidad económica. La disminución de tirajes y aparición de plataformas digitales fragmentaron la audiencia, generando una precarización creciente de las condiciones laborales de los periodistas. Este escenario ha repercutido negativamente en la calidad de la investigación periodística, una práctica que la llevan a cabo otras organizaciones que su función no es exclusivamente el periodismo. El entorno informativo marcado por la inmediatez y la saturación.

Desde hace años el periodismo independiente ha superado obstáculos financieros, ha sorteado las condiciones adversas mediante el apoyo económico de fundaciones. Entre los organismos que han desempeñado un rol significativo en el financiamiento de iniciativas periodísticas transnacionales destaca USAID (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional). El papel de la USAID se caracteriza por una dualidad y perspectivas disímbolas: mientras algunos académicos refieren que su labor constituye un aporte fundamental para el fortalecimiento de los sistemas democráticos, otros analistas argumentan que es un instrumento de influencia política, promueve los intereses estratégicos y la agenda hegemónica de Estados Unidos en el ámbito internacional.

En parte eso es cierto. La USAID fue creada en 1961 bajo la administración de John F. Kennedy como una herramienta esencial de su política exterior. Oficialmente su tarea era promover el desarrollo económico, la democracia y los derechos humanos en más de 100 países, canalizando recursos a ONGs, gobiernos y organismos internacionales. Sin embargo, desde el inicio su papel fue controvertido. En el contexto de la Guerra Fría, la USAID actuó como una interfaz de soft power, difundiendo los valores estadounidenses e influyendo en las sociedades para fortalecer los intereses geopolíticos de Washington. Al principio su interés estuvo en contener el avance del comunismo y reforzar a los aliados de ese país, especialmente en Latinoamérica. La ayuda humanitaria se combinaba con las labores de inteligencia e impulsando estrategias para consolidar la hegemonía estadounidense, lo que siempre generó críticas sobre la verdadera naturaleza de su labor.

Como ejemplo del papel de USAID está su colaboración con la CIA para influir en la política de varios países. En los golpes de Estado de Chile con Salvador Allende, o Guatemala con Jacobo Árbenz, USAID apoyó iniciativas que eran un complemento de los impulsados a escala política por Estados Unidos. En los años setenta del siglo pasado tuvo participación en lo que se conoció como la Operación Cóndor, de nefastos recuerdos en Latinoamérica.

Sin embargo, la USAID modificó su accionar con base en los vientos políticos, de manera que cuando se dio el derrumbe del Muro de Berlín y se dio el consecuente colapso y desaparición de la Unión Soviética, se lavó la cara y empezó a jugar un papel relevante en favor de la democracia. Empezó a apoyar iniciativas interesadas en impulsar la calidad democrática en la región, apoyó a organizaciones que impulsaban elecciones, combatían la corrupción, financió a ONGs interesadas en la protección de múltiples minorías: mujeres, grupos indígenas, personas LGBTQ+, salud sexual y reproductiva. Esa ha sido la etapa más destacable de USAID, con una perspectiva liberal impulsó proyectos democráticos. Con ello se apoyaron a organizaciones periodísticas de la región, que terminó por enriquecer la vida pública con un periodismo de calidad.

Una investigación reciente de Reuters (shre.ink/MNWg) ilustra el papel que jugaba ese organismo en el campo periodístico. En 2023 respaldó a más de 6,200 periodistas, 700 medios no estatales y 279 organizaciones de la sociedad civil relacionadas con el periodismo. En Latinoamérica diversos medios han sido apoyados en sus labores editoriales, de manera que esos fondos permitieron visibilizar luchas de colectivos, situaciones de violaciones de derechos humanos y demandas democráticas de diversos sectores sociales.

En Latinoamérica el siglo que corre ha sido un periodo en el cual los medios convencionales fueron arrinconados y desplazados por la tendencia digital: se desplomaron los ingresos publicitarios, se cancelaron ediciones en papel y varios medios quedaron a expensas de que su tráfico en línea les permitiera tener algo de ingreso. Al mismo tiempo, pusieron en marcha una serie de medidas para apuntalar sus espacios: unos optaron por cobrar por el acceso a sus contenidos; otros impulsaron la publicidad digital, que a pesar de ser menos rentable que la impresa es una fuente importante de ingresos; promovieron contenido patrocinado, colaboraron con empresas y promovieron productos o servicios; se vincularon a los gobiernos para promocionar sus políticas; algunos incluso para subsistir han acudido al crowdfunding.

La USAID apuntaló un sinfín de proyectos. En México, por ejemplo, destinó 6.6 millones de dólares en 2024 a organizaciones que promueven la transparencia a través del periodismo, cuestión que ahora seguramente será una labor que si bien no se suspenderá sí disminuirá el trabajo de las publicaciones y organizaciones que recibían tales apoyos. De esa manera, organizaciones civiles que su labor central no era el periodismo, terminaron por hacer un periodismo de investigación, que es algo que ya no hacen el grueso de medios por sus altos costos. El periodismo de investigación, requiere de viajes, de usar programas especiales, y caros, de cómputo y dedicar incluso meses para trabajar una historia. Es una tarea que ya no se ve mucho en medios de comunicación tradicionales. Por eso a menudo para hacerlo se depende del acceso a subvenciones de fundaciones.

Además, si bien no solo la USAID es la única organización que apoya las labores periodísticas, también es verdad que el financiamiento de las fundaciones estadounidenses no fluirá ya hacia Latinoamérica porque canalizarán sus recursos a apoyar proyectos en Estados Unidos, ya que el arribo de Trump ha dejado a muchos proyectos en ese país vulnerables y que ahora padecen la misma situación que sus pares latinoamericanas.

Para muestro entorno eso no significa la muerte del periodismo, ya que su práctica siempre ha sido una labor hasta cierto punto altruista. Es un ejercicio que incluso muchos llevan a cabo en condiciones adversas, por un amor a esa disciplina, pero sí es verdad que socavará la pluralidad y el número de investigaciones y contenidos.

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La IA entre el entusiasmo y la crítica

viernes, 14 de marzo de 2025

 

La constelación de inteligencias artificiales (IAs) se ha ampliado. Las propuestas se acumulan: Mistral, Open AI y su o3-mini, Gemini, Grok 3, Qwen, Perplexity o Claude 3.7 Sonnet. También están las que se conocen poco como Hunyuan Turbo S, de Tencent, lanzada recientemente en China. Esto son ejemplos de una tecnología que cada semana lanza nuevas ofertas. Aunque hoy ganan terreno los modelos de código abierto, lo que termina por generar una propuesta desbocada de más IAs. Ya vienen las IAs latinoamericanas para el mes de mayo que ampliarán el abanico de ofertas.

Con tantas IAs de procesamiento de lenguaje natural que se lanzan, eso ya no es tan espectacular y parece que dicha tecnología se ha vuelto una especie de comoditie; cada corto lapso se acumulan ofertas y al paso que vamos se empieza a matar la sorpresa; en la tecnología el interés lo genera lo que impresiona, cuando se instaura la novedad por la novedad el entusiasmo decae. No olvidemos que en la IA, también, el problema está en que la novedad de lo mismo es vista como sinónimo de permanencia, de anquilosamiento.

Además, muchas suenan bien o se difunden con grandes virtudes pero terminan siendo más ruido. Eso experimentamos recientemente con Grok 3, que al principio nos impresionó por el procesamiento ante determinadas preguntas, pero su trabajo de procesamiento de datos al final no se tradujo en resultados sustanciales o mucho mejores respecto de otras IAs como DeepSeek o Gemini, por ejemplo. En este caso, como sucede con muchas tecnologías, se usan pero las respuestas y resultados que ofrece no son suficientes como para que uno termine pagando la membresía SuperGrok.

Cuando Bill Gates refiere a que «La gente tiende a sobreestimar lo que puede hacer en un año y subestimar lo que puede hacer en diez años», está describiendo lo que sucede hoy con la IA, ya que toda la grandilocuencia que ahora vemos en propuestas, análisis y reflexiones se centra en lo que está siendo el presente de la IA. Pero también, es verdad, que poco sirve tratar de ver demasiado lejos y pavimentar de referencias éticas y hasta morales este terreno: las nuevas mentes que se incorporarán en la creación tecnológica como la IA la van a moldear con base en lo que demande su entorno, por sus necesidades y preferencias. Además, es difícil dibujar el devenir porque desde donde estamos parados parece que quedaremos a merced de la inercia producida por unas cuantas empresas multinacionales, de unas cuantas IAs, dirigidas por personas que hoy son unos infantes y que tendrán en su mano diseñar el mundo del mañana sin haber conocido el mundo pasado y sin interés en hurgar en la historia.

Para varios, es onanismo centrarse en el tema de la inteligencia, cuando se considera que las IAs carecen de ella. Otros por su parte refieren que sí la tienen, incluso consideran que CHAT-GPT, Meta Ai, Perplexity o Deep Seek sí tienen inteligencia, incluso refieren que bien se les puede calificar de que son las primeras IAs de propósito general. Para nadie es un secreto que comparada con un humano las IAs actuales tienen severas limitaciones, por algo se les da el mote de débiles, pero no pasemos por alto que en muchos terrenos son mucho más competentes que cualquier persona —que son a quienes etiquetamos de contar con inteligencia general o robusta—. Pero no pasemos de largo en equiparar la experiencia de una IA a la de un humano como inconmensurables, ya que en las «mentes» de silicio hay rasgos inteligentes. Para los que gustan de ver el presente con los ojos de Sófocles, esto puede parecerles una tragedia.

Por supuesto que nuestras IAs son incompetentes, confunden cosas, dan respuestas desacertadas, pero tampoco es que los humanos sean un dechado de competencias y destrezas mentales: Hay incompetentes que dirigen un país, como el más poderoso del orbe, que confunden las cuestiones de transgénero con los transgénicos. Sin olvidar que hay humanos que dicen tantas barbaridades, ante los cuales palidecen las IA en cuanto a desatinos expresados.

Por un lado se quiere que nuestras herramientas cognitivas artificiales no alcancen la competencia de la de los humanos, y cuando tienen traspies las cuestionamos o nos mofamos de ellas, y pasamos por alto que humanos supuestamente que su materia es el campo intelectual también fallan en sus estimaciones.

No se trata de ver quien tiene la superioridad moral, como por ejemplo decir que la IA es pura matemática y carece de biología. Apoyémonos mejor en el test de Turing, que se considera la manera de saber si una máquina es inteligente o no: si una persona interacciona con dos personas, en donde una es una máquina, y no encuentra diferencia en las respuestas que ambos le dan, entonces la máquina pasa el test de inteligencia. Siendo sinceros una IA basada en el procesamiento de lenguaje natural —que también reciben el nombre de IAs generales de nivel 1— permite entender y generar texto de manera similar a como lo haría un ser humano, incluso una persona que no supiera que está ante una máquina/software con este tipo de procesamiento de lenguaje natural podría mantener una interacción con ella y no percatarse que está dialogando con una máquina.

Pedimos demasiado y la verdad es que con poco es suficiente para saber si una IA razona. Descartes señalaba que para evidenciar una prueba de inteligencia solo era suficiente con que se tuviera capacidad de mantener una conversación. Pero ahora parece, como dice Fenollosa, que como una máquina lo hace, entonces se le pide que haga mucho más que eso, se le demanda capacidad de soñar o incluso como dice Roger Bartra en su libro Robots y chamanes: la IA será factible cuando experimente algo similar al efecto placebo en los humanos. Lo que demanda Bartra es que la IA existirá cuando tenga una dimensión subjetiva y emocional como la tienen los humanos. En otras palabras, Bartra señala que la verdadera IA no se limitaría a la imitación de procesos cognitivos, sino que requeriría una dimensión emocional y subjetiva que hoy parece exclusiva de los seres humanos. Menuda manera de esquivar lo que ya acontece con la IA en este momento. El hecho de que se entrene con enormes cantidades de datos para entender cómo funcionan las frases o los argumentos y para contextualizar hechos sobre el mundo no significa que solo se dedique a copiar y pegar cosas o crear meros collages. Estamos desde la aparición en 2017 del transformador —de lo que hablaremos en otra oportunidad— frente a algo fundamentalmente nuevo que no se había experimentado anteriormente. La IA evidencia hoy capacidad de razonamiento, genera cosas que a veces nadie espera y proporciona contenidos nuevos. Y eso es lo interesante. 

Pero eso no impide cuestionar que hay una fatiga de IAs, lo que preludia probablemente una estratificación del mercado en donde varias funcionarían como una especie de commodities, pernoctarán en el limbo del olvido o la intrascendencia, mientras que habría algunas soluciones más avanzadas, sofisticadas, especializadas que podrían tener un valor mayor. En todo caso, este campo, al final, será un terreno para unos cuantos jugadores.

Publicado en La Jornada Morelos

Las batallas por la inteligencia artificial

 

La independencia editorial es un principio fundamental en el periodismo y la comunicación, que establece que los contenidos sean imparciales y no estén influenciados por intereses externos. Este criterio también aplica a las grandes empresas tecnológicas de comunicación. Sin embargo, las Big Tech (BT) a menudo muestran sesgos y falta de independencia, que ante todo privilegian su modelo de negocio, por lo que no extraña que actualmente se acoplen dócilmente a las políticas conservadoras y autoritarias de Donald Trump.

La relación de las BT con tendencias autoritarias no es un fenómeno de ahora, aunque los sucesos recientes advierten de una aceleración en el uso de herramientas tecnológicas para impulsar agendas políticas con rasgos prácticamente fascistas. Ninguna decisión puede entenderse fuera de su contexto, y tanto los cambios anunciados por Meta en la moderación de contenidos como la creciente influencia de figuras como Elon Musk en los círculos de poder, reflejan la alianza cada vez más estrecha entre los entes público y privado.

Hoy la BT tienen una influencia en el gobierno estadunidense como nunca la habían tenido. La concentración de la producción tecnológica y el manejo de la información en espacios digitales ha dado a esas empresas un poder que supera al de muchos Estados. Desde cambios en la moderación de contenidos en sus plataformas, hasta donaciones millonarias a la campaña presidencial de Donald Trump en Estados Unidos, las BT pasaron de influenciar el ámbito político a formar parte del Estado. Elon Musk se ha convertido en un aliado clave de Trump: desde que fue designado para dirigir el Departamento de Eficiencia Gubernamental (Doge), su influencia se ha ido incrementando a pasos agigantados y parece ser el verdadero vicepresidente de esa nación. Posición que ocupa no solo por haber aportado más de 250 millones de dólares a la campaña presidencial republicana, sino porque está a tono con la misma fiebre autoritaria que Trump cultiva. Al mismo tiempo, Musk ha colocado en los puestos más altos de la oficina de Administración de Personal a gente de su confianza dentro de la industria tecnológica, que provienen de las empresas que él dirige.

Sobre las inclinaciones de Musk para dividir y polarizar un estudio reciente sobre la plataforma X de Daniel Hickey, de la Universidad de California en Berkeley, señala que el número promedio de publicaciones que contenían discurso de odio pasó de 2.179 semanales previo a la compra a 3.246 después, lo que implica un incremento del 50%. Esto evidencia que Twitter no era un páramo de tolerancia de cultivo de la alteridad, pero con Musk los ataques, difamaciones, narrativas de odio se multiplicaron y son parte de la nueva normalidad democrática que se vive en Estados Unidos.

En lo referente a la inteligencia artificial (IA) el modelo de Estados Unidos no embona con el de otras naciones, tal como se vio recientemente en la Cumbre Internacional de París por la IA, en donde se dio un choque ideológico entre Estados Unidos y Europa respecto a cómo debe abordarse la regulación de la IA. Mientras que la UE aboga por un enfoque más regulado y con dosis éticas, de intervención y regulación estatal, Estados Unidos rechaza esas ideas, se decanta por un modelo que priorice la innovación y el desarrollo sin restricciones severas.

Estados Unidos es partidario de un enfoque más liberal en la IA, pero es algo engañoso porque las política liberales impulsadas en el pasado no impidieron establecer mecanismos regulatorios en determinados terrenos. En la propuesta estadounidense destaca una postura ambigua: por un lado, se quiere ser liberal a ultranza en la IA, pero no se ve ningún problema en imponer aranceles a la exportación de mercancías de diversos países hacia Estados Unidos. Lo cierto, es que para Estados Unidos prevalece una postura que considera que la única manera de competir con China es evitar taxativas que frenen el despliegue y desarrollo de la IA. Pero, además, Estados Unidos quiere asegurar con su arrogancia característica —y más con un silvestre como Donald Trump que de IA solo conoce la palabra— que las normas técnicas estadounidenses sean consideradas como el estándar mundial, rechazando cualquier forma de regulación que considere perjudicial para el crecimiento del sector.

La administración Trump prioriza el desarrollo de sistemas de IA que carezcan de «sesgos ideológicos» y «agendas sociales manipuladas» con el fin de mantener el liderazgo de Estados Unidos en el campo de la IA. No obstante, aparte de estas declaraciones generales, no se han presentado estrategias específicas para lograr este objetivo. Hasta el momento, la única acción concreta ha sido la revocación de las regulaciones de IA establecidas por la administración Biden.

Como sea, lo que sí es claro es que en la carrera de la IA Silicon Valley ya no viaja sola en la autopista; en este momento los novedosos y revolucionarios sistemas Deep Learning de modelos de lenguaje grandes (LLM), estilo Chat GPT, se han vuelto un comoditie, algo que en buena medida se debe a los chinos, y que no preludia de ninguna manera que Estados Unidos será quien domine el sector. Sin embargo, más allá de enfoques lo cierto es que la IA sigue completamente desvinculada de problemas estructurales como el racismo, la pobreza, la discriminación, la inequidad y un extenso listado de problemas fruto de la desigualdad social. Algunos de estos temas, al menos, son motivo de preocupación de las naciones europeas, que propone un modelo de IA con regulación pero que respete la privacidad y la libertad de expresión, algo que el modelo chino aborrece y en donde todo contenido digital debe estar disponible para la consulta de las fuerzas de seguridad y policía chinas.

Pero no nos vayamos con la finta de que la orientación de las políticas de la administración Trump en IA, son una política libertaria al estar a favor de la libertad de expresión, ya que son copia fiel de las propuestas de Elon Musk. Eso quedó evidenciado con la intervención del vicepresidente Vance en la Cumbre Internacional de París por la IA, en donde el contenido de su discurso fue un calco de lo que Musk vocifera: prácticamente cero regulaciones exigibles en materia de seguridad, transparencia o responsabilidad en el desarrollo de sistemas de IA; pero eso si maximalista en cuanto se refiere a dividendos comerciales en materia internacional y subvenciones estatales para las BT. Desde esta perspectiva, cualquier intento regulatorio de otros países puede que sea visto automáticamente como una amenaza.

Hoy la batalla por la IA parece claramente perfilada con tres modelos que son el europeo, el estadounidense y el chino. De hecho, Estados Unidos impulsó su plan Stargate con una inversión de hasta 500 mil millones de dólares y que pronto le cayó como cubeta de agua fría el lanzamiento de DeepSeek. En el caso de Europa durante la Cumbre Internacional de París por la IA se habló de una inversión superior a 200 mil millones de dólares. En ambos casos no hay claridad de dónde provendrán los dineros. En el caso de China se sabe que su proyecto de IA está respaldado con 600 mil millones de dólares, que no hay duda provendrán del sector público. Pero en todo caso, es claro que los modelos de IA generativa basados en LLM ya dejaron de sorprender, todos tienden a emularse y los nuevos derroteros están en nuevos entornos.

Pero a ver si es cierto que estos fundamentalistas de la libertad de expresión como Trump, Musk, Vance y compañía quieren aplicar los mismos criterios a la ingeniería genética, eliminar las limitaciones en la transferencia masiva de genes. A ver si estos radicales de la libertad de expresión acaban con esas limitaciones, proponen hacer a un lado las moratorias y los criterios éticos y morales sobre este tipo de ediciones genéticas y dar luz verde a prácticas que puedan llevar al «diseño de infantes». Ya veremos si duermen como roncan.

Lo que si queda claro es que Estados Unidos se ha enfrascado en una defensa a ultranza de sus BT, que desea propulsarlos como sus instrumentos ideológicos, de soft power, reduciendo la hegemonía del planeta a una batalla de aranceles y tecnología de punta. Para quienes dicen que Trump impulsa un nuevo Plan Marshall, se equivocan ya que dicho plan buscaba reconstruir y cooperar, las políticas de Trump en cambio se centran en destruir, en proteger los intereses económicos de Estados Unidos y de sus BT y evitar depender de otros países regresando al made in USA.

Pero algo parece claro: los vientos que soplarán en el futuro en el campo de las nuevas tecnologías no será nada halagüeño. Lo cierto es que todo lo que suceda en el campo de las nuevas tecnologías, con los ideólogos incendiarios que enarbolan la plena libertad de expresión, es la expresión de que la democracia después de avanzar durante décadas ahora se encuentra en una verdadera recesión, con varias naciones retrocediendo, con el ascenso de políticos populistas autoritarios de derecha e izquierda. El fenómeno de «la democracia antiliberal», como dice Zakaria, se ha convertido en una industria en auge.

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Perturbaciones y estridencias

 

No importa el calificativo que se quiera usar, lo cierto es que Elon Musk ocupa el lugar principal dentro de la administración Trump, al grado que desde un supuesto y «oscuro» departamento de eficiencia gubernamental (Doge) ha terminado por desplazar a prácticamente todo el gabinete de Trump, se ha apoderado de buena parte de los resortes internos de gobierno en nombre precisamente del Ejecutivo. Su bandera son los supuestos ahorros, por lo que emprende su cruzada de manera prepotente y estridente, a un ritmo donde priva una escandaloso espectáculo tecno.

Trump gusta, también, de esos shows que monta todos los días —como una receta que aplica todo populista autoritario—, para dominar la agenda noticiosa diciendo cada día barbaridades, saltando de un tema a otro, de manera que apenas se intenta analizar una medida cuando ya lanzó otras dos locuras y ocurrencias que despedazan cualquier intento reflexivo y mesurado de evaluar lo que apenas acaba de decir o dijo ayer.

Los críticos dicen que la oposición es inexistente, que los demócratas han sido avasallados, pero que mucho suena a lo que hemos vivido en México. No se sabe si realmente la oposición ha sido borrada, o si los populistas actúan de manera arbitraria y antidemocrática siguiendo el ritmo del mantra de «moverse rápido y romper cosas», y al hacerlo constantemente hacen que cualquier crítica o cuestionamiento quede siempre desfasado.

Trump ha encontrado en Elon Musk su complemento perfecto, es el acompañante ideal que comprende a la perfección sus impulsivas maneras de usar la política como una palanca para el negocio, para obtener lo que se quiere bajo un enfoque autoritario. Musk es el apéndice perfecto de Trump, porque es sensacionalista, propagador de falsedades y un mediático compulsivo que difunde a todo pulmón su fervor por un Estado mínimo. Tal ha sido la relación que mantienen Trump y Musk, que el segundo prácticamente está por encima de todos los integrantes de su gabinete.

El Doge cumple doble función: por un lado, es un artificio perfecto de propaganda (algo así como evitar el derroche y devolverle al pueblo lo que le han robado) para la implementación de Maga, pero al mismo tiempo es el brazo ejecutor de la destrucción de funciones vitales del Estado. El Doge parece el diseño idóneo para los fundamentalistas de Silicon Valley, para los que son amantes del egoísmo racional, que aborrecen el Estado, que abominan tomar decisiones basadas en el consenso. El interés de Musk es acabar con un elemento fundamental de la estructura de gobierno, la rendición de cuentas y los mecanismos decimonónicos que hace que las acciones implementadas por el Estado sean legítimas ante los ciudadanos.

A los perturbados fans de Musk les enloquece la estridencia de su ídolo, sus arrebatos de poder, que comparten porque ellos también desprecian reglas, normas, leyes, pagar impuestos, y porque consideran que acabar con las ayudas y aportes sociales es quitarles dinero a ellos. Ahí donde Doge quiere sumisos, en donde se inculca el «te sometes o garrote», que es el ejemplo de las dicotomías que reinan en la administración Trump: me sirve, no me interesa; es bueno o es malo para generar dinero; me es útil si sirve para mis fines, de lo contrario hay que eliminarlo. Las medidas de Musk se implementan de mano del histrionismo, de la destrucción y el saqueo. Los calificativos que se pueden dar a las medidas del desmantelamiento de organismos, es la propia de mafiosos que quieren llevar a la ruina al Estado que, supuestamente, dicen que quieren encumbrar.

Pero detrás del telón existen cuestiones que no vemos: como dice Tressie McMillan Cottom (shre.ink/bnce): «el contenido no revela la maquinaria de la influencia: los acuerdos firmados, los acuerdos de confidencialidad emitidos, las métricas usadas para medir el valor en dólares de la respuesta emocional del público. En la política, el contenido puede ocultar el dinero y el poder que están en juego». A estas alturas, es de ingenuos creer que el Doge no acuna el conflicto de intereses de una persona que es dueña de Tesla o SpaceX y que ahora tiene acceso a contratos y convenios firmados en el pasado por el gobierno con otras empresas competidoras de Musk.

El dúo perfecto entre un promotor inmobiliario de dudosa reputación —de hecho, un delincuente— convertido en presidente, y un magnate que apela a su genialidad y su enorme capacidad para revolucionar el campo tecnológico, pero que se ha valido del financiamiento estatal para alcanzar el éxito y, sobre todo, hacer un credo la idea de que la innovación sin velocidad no sirve, y en donde no importan el cumplimiento estricto de normas y reglas de certificación para alcanzar los objetivos. En ambos casos, a los aprendices, Trump y Musk, los une un enfoque de gestión y una cultura del dinero que puede incluso apelar a las peores artimañas para lograr el éxito. Pero decirles que actúan cínicamente, que son hipócritas, que carecen de vergüenza, de nada sirve. Para esos populistas que combinan el negocio y la política, decirles eso es como inyectarles una dosis de adrenalina para que agarren más fuerza para demostrar su poderío. Y de esas dosis hemos tenido nosotros bastante el sexenio pasado.

Por cierto, Musk ha arremetido contra los programas de ayudas que el gobierno estadounidense tiene, pero como siempre en él es una media verdad. Él ha dado vida a su imperio —Tesla y SpaceX— sirviéndose de fondos públicos, de apoyos gubernamentales. A pesar de su crítica al Estado, de su perorata de que la innovación solo proviene del sector privado, de lucrar con una narrativa libertaria, Musk en realidad sería peccata minuta sin las contribuciones públicas para apuntalar su tecnología. Ya la economista Mariana Mazucatto ha señalado hasta la fatiga que todas las gloriosas innovaciones que vemos hoy desplegadas o plasmadas en muchas tecnologías de uso diario, en realidad fueron factible gracias a Arpa que, por ejemplo, financió el desarrollo de los vehículos autónomos y de varias tecnologías adyacentes y que retomó Musk y las perfeccionó. Si eso no se hubiera dado seguramente no hubieran existido Tesla y SpaceX (shre.ink/bnuL).

Pero en este juego de máscaras también México está inmerso. Por un lado, Musk ve a México como un eslabón en la expansión de sus negocios, por otro considera que el gobierno mexicano es la expresión de un claro narcogobierno, pero no tiene ningún reparo en hacer negocios con él. Lo mismo se puede decir del gobierno de Claudia Sheinbaum, a pesar de que diga que rechaza los calificativos de tener tratos con los narcos, al mismo tiempo la CFE suscribe un contrato cercano a los 200 millones de dólares con Starlink, empresa de Musk, para que proporcione conexión a internet a las zonas rurales o agrestes del país.

Publicado en La Jornada Morelos

 
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