Recientemente la presidenta en nuestro país envió al Senado una iniciativa de reforma de Telecomunicaciones y Radiodifusión, y ante las críticas a la misma por partidos de oposición, organizaciones de la sociedad civil, expertos en telecomunicaciones y académicos, que señalaron que la misma vulneraba derechos y afectaba la libertad de expresión, la presidenta decidió meter reversa y abrir un espacio para discutirla, para que las diversas partes interesadas participen y propongan modificaciones a la iniciativa, la cual puede aprobarse entre junio-julio del año que corre.
Un tema central de esa iniciativa de reforma, elaborada directamente
por el titular de la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones (ATDT),
es la regulación de internet. Por décadas, el Estado mexicano ha vigilado a los
medios de comunicación a través de diversos mecanismos con el fin de evitar
críticas en su contra. En el momento que internet se masificó, sobre todo
cuando se hizo factible que ya no era necesario ser programador en HTML para
generar contenidos en línea, fue cuando se multiplicaron espacios críticos al
gobierno y con la llegada de las redes sociales se facilitó que cualquier
opinión fuera fácil de difundir, lo que puso a funcionarios de gobiernos y
políticos bajo un escrutinio público, en donde opinar y publicar no requería de
pasar por jefes de redacción y gatekeepers, lo que también abrió la
puerta a la publicación de contenidos cuestionables y a ciberdelitos, de lo que
se valieron gobiernos para que al mismo tiempo que se atendía tales aspectos meter
en el mismo saco la regulación de plataformas y redes digitales, afectando
derechos de libertad de expresión y acceso a la información.
En nuestra nación la oposición a la regulación de
internet se ha expresado en diversos momentos y geografías, ya que lo mismo a
escala federal como estatal diversos gobiernos han intentado controlar y/o
regular internet. Para ilustrar un caso, recordemos que la reforma de
telecomunicaciones de 2014 fue criticada entre otras cosas por intentar
controlar la red y carecer de transparencia en su implementación. Pero como han
referido varios especialistas en telecomunicaciones, si comparamos la reforma
de 2014 con la que hoy se propone, aquella se queda muy corta en el énfasis autoritario
respecto a la actual, que podría conducir al ciberespacio a vivir situaciones
similares a las que enfrentan regímenes no democráticos como Venezuela o
Nicaragua.
En 2014 estudiantes aglutinados en el movimiento
#YoSoy132 arengaba en contra de la reforma a las telecomunicaciones, aunque
ahora ya no se ve el puño en alto de los otrora cabezas visibles de ese
movimiento porque están incrustados en televisoras privadas y el aparato político
y administrativo oficialista. Pasa algo similar con el hoy titular de la ATDT,
José Peña Merino que en su momento cuestionó varios aspectos de la reforma en
telecomunicaciones de 2014, cuando desde la otrora Data Cívica se declaraba devoto
del uso de datos y temas de derechos humanos y transparencia. Lo mismo se ve en
varios de sus compinches, otrora defensores de la libertad de expresión, de las
discusiones abiertas y públicas de las reformas y leyes de telecomunicaciones —cuando
sus arrebatos juveniles los hicieron fervorosos defensores de la transparencia y
hasta de querer dar vida a partidos piratas—, pero ahora como oficialistas VIP nadan
de muertitos y sufren de amnesia radical.
Más allá de la discusión por venir sobre la reforma en
las telecomunicaciones, vale la pena referir que la iniciativa de marras culmina
con el proceso para acabar con el IFT —uno de los aspectos positivos de la
Reforma de 2014— como órgano autónomo de regulación de las telecomunicaciones, oficializa
que sus funciones pasan a la ATDT para centralizar y controlar medios y
telecomunicaciones, para poner fin, de facto, a contrapesos
institucionales y la autonomía en la regulación del sector. El ATDT se llena de
poder: puede incluso autorregularse, crear sus propias normas, amén de concentrar
más atribuciones que el ya extinto IFT. Establecerá la reglas para otorgar
concesiones, regular el espacio radioeléctrico, desplegar el acceso a
infraestructura digital, elaborar las políticas de telecomunicaciones y
radiodifusión, normar las plataformas de internet, más lo que se vaya
acumulando para satisfacer a ese insaciable cíclope. Por si no fuera
suficiente, ante la ausencia de un órgano colegiado, con comisionados, para la
toma de decisiones, las mismas recaerán en José Merino, que tendrá un poder que
ni en sus mejores devaneos mentales él se imaginó tener cuando se reunía con su
panda de amigos ciberlibertarios promotores de la radicalidad libre.
Vale la pena recordar a Andrew Arato, para ayudar a
contextualizar la discusión que se avecina sobre esta reforma en
telecomunicaciones. Él ha establecido dos momentos del populismo: uno, cuando
está en el gobierno, etapa en donde no tiene el poder absoluto y debe
negociar con sus contrapartes partidarias para sacar adelante sus iniciativas;
el segundo es cuando es el gobierno, momento en que el populismo
consolida su poder, barre con las instituciones democráticas y establece un
control hegemónico; en esta etapa cualquier consulta sirve únicamente para
validar las determinaciones del poder. Además, siguiendo a Arato, cuando un Estado tiene control absoluto sobre
todos los aspectos del gobierno y sociedad —Suprema Corte, tribunales electorales,
supresión de organismos autónomos y de cualquier contrapeso…—, no necesita recurrir a la violencia. La mera
existencia de ese poder omnímodo y la ausencia de mecanismos para desafiarlo son
suficientes para asegurar obediencia y conformismo, creando una atmósfera de
autocensura y aquiescencia sin necesidad de represión activa y visible. En
algún momento ese poder se acabará, pero en México el actual populismo autoritario
lleva poco tiempo y goza de respaldo ciudadano.
Por eso, la ley no se modificará y no se incorporarán los
puntos de vista de especialistas y de los partidos de oposición, o mejor dicho sólo
se maquillará; si no se aprendió con las discusiones y consulta sobre la
reforma judicial es que se peca de voluntarismo o ingenuidad. Como según el
oficialismo ellos son la única «representación del pueblo» y encarnación del
Estado, pueden hacer lo que se les antoje y darse el lujo de abrir espacios de discusión
para repartir atole.
Como ejemplo de que la reforma en telecomunicaciones está
en marcha, recientemente se aprobó sin estridencias ni gran molestia la Llave
MX, un nefasto sistema de identificación digital implementado por el gobierno y
difundido como la quintaesencia para agilizar trámites, servicios y programas
sociales a través de plataformas digitales. Esa abominación es la posibilidad
de devenir en recurso de vigilancia masiva por parte del gobierno, al
concentrar una gran cantidad de datos personales de millones de ciudadanos, que
lo mismo puede servir para fines electorales que para perseguir opositores y
gente crítica al gobierno. Este es solo el inicio del caminar de la ATDT, un Juggernau
alimentado con pura ivermectina.
@tulios41
Publicado en La Jornada Morelos
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