La era de la posverdad

sábado, 1 de abril de 2017

El concepto de "posverdad" se empezó a popularizar en 2016 con el Brexit y el pasado proceso electoral estadunidense. En ambos casos, los rumores y las fake news al parecer fueron más importantes para millones de personas que las noticias verídicas.
Como constancia de su efecto, ese mismo año el Diccionario Oxford incluyó el término posverdad como una de las palabras del año, destacando que el término describe cómo las noticias falsas terminan por modelar el imaginario colectivo, al afectar las conductas sociales. La posverdad define una tendencia psicosocial, en donde las emociones y las ideas personales pesan más que los hechos objetivos para valorar un acontecimiento.
Pero el mismo término “noticias falsas”, que para muchos es una invención anglosajona, e incluso sin rubor alguno el mismo Donald Trump lo reivindica como propio, en realidad ya se usaba mucho antes de 2016 en Rusia y Ucrania, y designaba la creación de un texto de ficción y que fingía ser un trabajo periodístico para esparcir la confusión sobre un hecho concreto y desacreditar al periodismo en sí.
¿Por qué sucede esto en la red de forma tan intensa? La respuesta de Pierre Rosanvallon, es que internet es la manifestación clara de lo que es la opinión: una expresión caótica que funciona por imitación y propagación. El ciberespacio refleja que la opinión es un proceso ingobernable, incoherente y no unificado, lo que es propicio para circular noticias falsas y dar vida a la era de la posverdad.
De hecho, para muchos usuarios el año 2016 fue el del desencanto con internet y las redes sociales, todas sus virtudes alabadas hasta hacía poco para potenciar la democracia quedaron cercenadas por el tumulto de noticias falsas que se multiplicaron a lo largo de dicha anualidad. Se hizo notorio para un gran sector de usuarios de internet que la misma no es la expresión coordinada, unificada del sentimiento colectivo y democrático que pensaban los tecnoutopistas de los años ochenta y noventa del siglo pasado.
No es nuevo que la mentira y la desinformación sean habituales en situaciones de difusión de contenidos políticos, pero no tenían ese potencial de seducción que tienen hoy. Es sabido que las contiendas electorales no tienen mucho que ver con la defensa de intereses, sino con apelar a las emociones de los electores. No obstante, eso estaba hasta cierto punto contenido como resultado de que el periodismo moderno jugaba el papel de intermediario eficaz entre políticos, partidos, el gobierno y la población. Pero eso se acabó con la masificación de internet, en donde no hay filtros o intermediarios para poder publicar lo que se desea.
A eso se agrega, como lo corroboran diversos estudios, que la gente ya no confía en los medios de comunicación convencionales, lo que genera una “crisis de la verdad” noticiosa, dando como resultado que las personas confíen más en lo que comentan con sus pares: amigos o contactos en las redes sociales.
La confianza en los medios se ha erosionado: las personas consideran, en muchos casos con justa razón, que los mismos están más inclinados a intereses políticos y a defender sus proyectos particulares, que en servir informativamente a la sociedad. Además, esa desconfianza de las personas con los medios de comunicación es alimentada por los propios medios, cuando en el afán de nutrir sus espacios o atraer lectores, se adhieren a lo que proponen delirantes algoritmos de las redes sociales, en donde en vez de verificar y contrastar lo que retoman de dichos espacios digitales se tornan en cajas de resonancia de hechos falsos o tergiversados, y los destacan como si fuera un hecho noticioso relevante, pero generando en el imaginario colectivo la percepción de que todo lo que sucede en el ciberespacio tiene certificado de veracidad o es de valía informativa.
No olvidemos que las noticias falsas se propagan por varias cuestiones: para generar ingresos, para desacreditar (a personas como sucede en situaciones electorales para denigrar a candidatos, a funcionarios o políticos, para erosionar las marcas empresariales, etcétera), por mero afán lúdico, para tener tráfico sin objetivo de lucro o como recurso político de algunos gobiernos para influir en decisiones políticas de otras naciones. La lucha por la visibilidad en la red se vuelve feroz y se emplean diversas estrategias con el fin de ganar la atención de las audiencias.
No hay que soslayar que el tiempo de atención en los humanos es finito, por lo que las noticias falsas son parte de la lucha por captar la atención de las personas; los contenidos falsos son ideales porque tienen una alta tasa de propagación y logran la atención de las personas. No es gratuito que detrás de esa lucha por la atención estén un ejército de bots, que también tienen el objetivo de tocar la psicología humana, que es la razón principal del éxito de la desinformación. Las personas pueden ser engañadas fácilmente por cuentas automatizadas y pueden, sin saberlo, sembrar la propagación de noticias falsas.
Tal es el escándalo de esto que gigantes de la tecnología como Facebook o Twitter han implementado una serie de medidas y herramientas para tratar de frenar los contenidos falsos. Al mismo tiempo, han surgido varias organizaciones independientes de verificación de hechos para establecer la verdad de la información en línea. Incluso desde el lado técnico se buscan medidas para evitar la "aceleración" del contenido falso, con el fin de poner freno a la velocidad mental de compartir la información que se propala en las redes sociales. Los mismos medios convencionales de comunicación empiezan a decir que la mejor manera de tomar cartas en el asunto, es regresar a las máximas fundamentales del periodismo: verificar, contrastar y jerarquizar la publicación de contenidos. También, diversas organizaciones civiles hablan de impulsar campañas de alfabetización mediática para lograr que los ciudadanos y/o usuarios de internet sean más cuidadosos en la propagación de contenidos en sus redes sociales.
Pero si queremos evitar alimentar la era de la posverdad desde nuestro país, no debemos soslayar que a lo anteriormente enumerado se suman otros actores que tienen un papel destacado en esto: el gobierno y los legisladores. Ambos tienen una clara responsabilidad de asegurar que nuestras garantías individuales se reflejen en el ciberespacio. Deben articular con firmeza y sensibilidad marcos normativos que garanticen la protección de la privacidad de las personas, que no se vulneren la reputación de los ciudadanos, de articular programas que impulsen una alfabetización mediática en los niveles de educación básica, pero, al mismo tiempo, evitar violentar los derechos a la libertad de expresión.

La moda de la singularidaqd

domingo, 5 de marzo de 2017

Existen términos que hoy son de actualidad pero que han sido rescatados del pasado, en donde habían pernoctado sin pena ni gloria. Un ejemplo de esos es el de “sociedad civil”, que se puso de moda en la segunda mitad del siglo pasado, pero fue recuperado de los escombros del siglo XIX.  
Estos términos en ocasiones se utilizan de manera discreta, son usados por parte de grupos reducidos que se mueven en el underground, pero de repente son retomados por los medios de comunicación o por los mismos círculos académicos, se popularizan y ganan notoriedad perdiendo su carácter raro.  
Eso sucede en nuestros días con el término “singularidad”, retomado del campo de las matemáticas y usado por especialistas en varios campos científicos, pero se ha sacado de su reducto para marcar una ruptura, para describir un momento en el cual la tecnología entra en una fase de aceleración y progreso donde el ser humano es incapaz de predecir sus resultados.  
Fue Vernor Vinge, matemático y escritor de ciencia ficción, quien llevó este término al dominio de los frikis en los años noventa del siglo pasado, al escribir un texto que se volvió de culto. El texto permaneció olvidado, pero recientemente ha retornado por sus fueros. Para Vinge, la singularidad se caracteriza por la aceleración del progreso tecnológico, pero, sobre todo, por la potenciación de la inteligencia.
Vinge sostiene que el avance tecnológico está a punto de producir un cambio que modificará el concepto mismo de ser humano, ya que la tecnología generará una revolución de enormes consecuencias: dará vida a herramientas que superen en inteligencia al homo sapiens. 
Ese adelanto se podrá lograr de la mano de la inteligencia artificial implantada en robots o en múltiples interfaces, pero también por la vía biológica: gracias a la ingeniería genética, las biotecnologías y manipulaciones bioquímicas se producirá un salto exponencial en los rendimientos y capacidades intelectuales de las personas, derivando en inteligencias sobrehumanas. 
El historiador Yuval Noah Harari ha señalado en su Homo Deus, algo que suena a los efectos de la singularidad: el ser humano se apresta a adquirir poderes divinos de creación y destrucción, y señala: “En un futuro no muy lejano podremos crear superhumanos que aventajen a los antiguos dioses no en sus herramientas, sino en sus facultades corporales y mentales”. 
Estas ideas están presentes en científicos reputados como Aubrey De Grey, Hans Moravec, Marvin Minsky o Ray Kurzweil. Este último sostiene que en el siglo que corre los humanos vamos a romper con la tasa actual de desarrollo, ya que experimentaremos 20 mil años de progreso, y entre las cuestiones que se exponenciarán estará la inteligencia.
Más allá de los derroteros que llegue a tomar esta cuestión, que haga realidad los preludios apocalípticos de Vinge o Noah Harari, o la perspectivas optimistas de De Grey o Kurzweil, otros autores describen que en algunos humanos ya podemos ver lo que será el futuro de la inteligencia artificial analizando el comportamiento del ahora presidente de Estados Unidos.
Cathy O'Neil señala que "Trump es puro instinto, sin programa o creencia permanente, es como un algoritmo de aprendizaje automático. Sería un error creer que tiene una estrategia más allá de hacer lo que funciona”. 
Ella señala que desde su campaña electoral sus discursos se podían equiparar a las exploraciones aleatorias estadísticas: en sus intervenciones estudiaba la reacción de la gente, si era un éxito lo repetía en los próximos debates. Para ella esa es precisamente la forma en que se comporta un algoritmo. Inicia siendo neutral, pero a continuación "aprende" con base en la dirección que tome la navegación a través de sus datos de entrenamiento. 
O'Neil  remata señalando: Tenemos el equivalente de una red neuronal dinámica a la cabeza de nuestro gobierno. Carece de ética y está alimentado por una ideología sesgada a la derecha. Al igual que la mayor parte de la inteligencia artificial es irresponsable y crea circuitos de retroalimentación de factores externos aterradores”.

Publicado en El Universal Querétaro



La frágil vida de Twitter


El surgimiento de la Web 2.0 marcó no solo el proceso de apropiación de internet por parte de los usuarios, aspecto que se evidenció con las redes sociales, sino que en poco lapso revirtió la crisis de las punto.com y dio vida a empresas como Facebook, Twitter, Instagran o Tumblr... que despertaron un optimismo por los negocios relacionados con el social media
Si bien los arquitectos de las redes sociales las hicieron con el fin específico de que las personas pudieran socializar y confeccionar redes, de inmediato los mismos usuarios les anexaron interfaces con servicios que diferían de la intención original de sus creadores. 
Eso fue lo que le sucedió a Twitter: sus fundadores nunca crearon esa plataforma con el fin de que sirviera para transmitir las protestas en Moldavia o en Egipto, o que la usaran los activistas en los procesos electorales o para demandar el respeto de los derechos humanos. Al final, los usuarios de dicha red social terminaron por convertirla en una herramienta de gran influencia social-mediática.
No faltan voces que ubican a Twitter como la herramienta abocada a edificar la democracia a lo largo del orbe. La fascinación tecnológica olvida que en Egipto los jóvenes la usaron para sublevarse contra la dictadura de Mubarak, pero después que ésta cayera terminaron por apoyar el derrocamiento del primer presidente electo y encumbrar a los militares en el poder.
No obstante, lo cierto es que dentro de las plataformas sociales, Twitter es la mejor para que los activistas se comuniquen en tiempo real, para intervenir en la vida pública e influir en los medios convencionales. El uso político de este medio es tal que es el preferido de Donald Trump, que hace con dicha interfaz comunicación política insensata: un tuit de ese personaje es suficiente para zarandear bolsas y economías a escala global. 
Al mismo tiempo que Twitter se afianza como la red social influyente en los medios de comunicación y la política, sus últimos resultados del año 2016 evidencian que como modelo de negocio es endeble. En su último trimestre Twitter apenas creció un 0.7 por ciento, equivalente a dos millones de usuarios. Lo contrario pasa con Facebook, que siendo una red de “baja proyección” mediática, sí es muy relevante para las masas, ya que en ese mismo período creció un 4 por ciento, equivalente a 72 nuevos millones de usuarios, demostrando de paso que no le hizo mella lo de las noticias falsas. 
No creo que a Jack Dorsey y la directiva de Twitter les falte leer algún libro de estrategia empresarial ni impulsar estrategias de marketing para posicionar a dicha red social. La verdad es que Twitter no ha sido mala para hacer que la gente se acerque a la misma, su talón de Aquiles está en lograr que quienes se incorporan a dicha plataforma no cancelen prontamente su cuenta, la tengan pero sin hacer uso de ella o que posteen una vez al mes.  
Lo triste de Twitter es corroborar que sirve de poco, en los tiempos que corren tener una cuota significativa de usuarios influyentes en la esfera política, económica y mediática, si no se es capaz de atraer el interés de las masas, que son las que realmente importan a los inversionistas para tener mayores ingresos por publicidad. 
Twitter ha impulsado un sinfín de cambios para volverse más atractiva. Su apuesta está centrada ahora en tener mayores controles en sus contenidos, en frenar el troleo y en reforzar la plataforma con servicios de inteligencia artificial, pero tampoco parece que eso sea el pasaporte a su masificación. 
Y esto es lamentable. Twitter paga la factura de habitar un ecosistema dominado por audiencias volátiles y contenidos “ligeros”. Si Twitter no puede crecer en usuarios a pesar del efecto mundial de tener como usuario a un personaje tan polémico como Donald Trump, que cualquier otra red quisiera tener, entonces está prácticamente condenada, sino a desaparecer, a rematarse para que pase a otras manos. Si un medio de comunicación de esta dimensión no es capaz de tornarse rentable, entonces es comprensible lo que pasa con la prensa escrita.


Empresas contra Trump

martes, 14 de febrero de 2017

Cuando uno escucha a Donald Trump tiene la impresión de que su mirada está puesta en el siglo XIX y primera mitad del XX. Da la sensación de que piensa en una economía dominada por manufacturas. En sus arengas están ausentes las cuestiones de propiedad intelectual, aspecto que le ha reportado grandes dividendos económicos a Estados Unidos. 
Trump parece pensar que la riqueza está en contar con enormes instalaciones industriales, soslayando que las mismas poco importan en la era de la economía del conocimiento, ya que la riqueza la proporcionan el talento, que en el caso de Estados Unidos procede de diversas naciones. La primacía que hoy tiene ese país en el campo de las nuevas tecnologías sería incomprensible sin el aporte laboral inmigrante.
El Valle del Silicio, la capital mundial de las nuevas tecnologías, siempre ha tenido una composición demográfica netamente multicultural. En esa zona se encuentran empresas como Apple, Google o Intel y allí los inversionistas dejan muchos millones con el fin de seleccionar y apoyar planes de negocios de las startups. 
En El nudista del turno noche, el autor Po Bronson, describe cómo era la vida en la última década del siglo XX, y que continua hoy día, con una amplia gama de empresas conformadas por un vivo tejido multicultural: por buenos ingenieros y programadores hindúes, chinos, taiwaneses, vietnamitas, egipcios… Fue esa riqueza étnica y talento provenientes de diferentes partes del orbe la que cimentó el auge de la nueva economía, que ha conducido a Estados Unidos a dar vida a empresas con valoraciones mercantiles descomunales. 
Trump soslaya la contribución de los emprendedores inmigrantes en Estados Unidos: olvida que Steve Jobs era hijo de un sirio; el padre de Steve Wozniack era polaco; Pierre Omidyar Morad, creador de eBay es de origen franco-iraní; Sergei Brin, cofundador de Google, es originario de Rusia; uno de los arquitectos de Yahoo!, Jerry Yang, es de Taiwán; Garret Camp, de Uber, es de Canadá o Elon Musk, artífice de la creación de Paypal y CEO de Tesla, es sudafricano. 
Eso pone en contexto por qué más de cien empresas de las nuevas tecnologías de ese país interpusieron un recurso en los tribunales contra el decreto presidencial (hoy suspendido por un Tribunal de Apelaciones de San Francisco) que prohíbe la entrada al país de refugiados y viajeros nacidos en siete países de mayoría musulmana. 
Stuart Anderson subraya el papel sobresaliente de los inmigrantes en el desarrollo de empresas y productos en campos como la computación, salud o las finanzas. De acuerdo con él, casi la mitad de empresas estadunidenses valoradas en más de mil millones de dólares tuvieron al menos un fundador inmigrante. Empresas que además de contribuir a la riqueza de Estados Unidos generan muchos empleos.  
De hecho antes de ese decreto de Trump, varios líderes de las empresas de nuevas tecnologías habían elevado su voz para demandar un incremento en la cantidad de visas de trabajo H-1B, porque la industria de las nuevas tecnologías no puede satisfacer su demanda de trabajadores solo con la mano de obra estadunidense. Asimismo, habían manifestado que también debería de cesar la manera tan hostil como se trata a los inmigrantes, quienes deben sortear muchos trámites burocráticos.
Lo que hoy sucede en Estados Unidos nos confirma que nada tiene garantía de ser perenne, ninguna sociedad democrática tiene la vacuna perfecta para quedar inmune a los retrocesos y al autoritarismo, ni el sufragio es el antídoto para evitar que arriben al poder tiranos que echan por la borda muchos logros alcanzados por la sociedad, y por lo que se ve, las cosas seguirán complicándose porque Trump no tiene interés en bajarle de tono a su retórica y sus acciones.
Veremos de qué cuero están hechas estas empresas de las nuevas tecnologías, en donde algunas como IBM ya han doblado las manos ante Trump. No olvidemos que esas empresas tienen como razón de ser el lucro y en la búsqueda de ganancias son capaces de dejar a un lado su desafío a Trump, si éste las beneficia con políticas fiscales.

Artículo publicado en El Universal de Querétaro


Rendir cuentas

domingo, 5 de febrero de 2017

El pasado proceso electoral estadounidense hizo que muchos usuarios y analistas de medios vieran de manera crítica la forma en que se difundieron por la red múltiples contenidos falsos y el perverso uso que puede tener el big data para encumbrar y llevar a la presidencia de un país a un orate. 
Trump aprovechó el caldo de cultivo generado por las molestias de un sector de la población estadounidense que ha sido afectada por la globalización, que no considera la práctica periodística como algo honesto, además del crecimiento de posturas reaccionarias y fundamentalistas que han engrosado a la derecha conservadora en Estados Unidos y que se han traducido en actitudes xenofóbicas y en una clara idea de aniquilar la multiculturalidad en esa nación.
De ese proceso los que han salido mal parados han sido los medios sociales de comunicación, que son vistos como recursos que producen problemas colectivos, que afectan la convivencia social debido a la laxitud en la publicación de contenidos, que son cajas de resonancia y propulsores de ideas de ultraconservadores como Steve Bannon o Milo Yiannopoulos. 
Lo cierto es que la elección estadounidense puso en el escenario la necesidad de reflexionar ampliamente sobre el papel que las redes sociales tienen como “árbitro” del discurso público, de su ambigua postura de neutralidad y falta de intervención y vigilancia de los contenidos que publican y de no hacer nada ante los comportamientos ofensivos y sus implicaciones en la vida pública. 
El mismo uso que hace Trump de Twitter, emulando al desaparecido Hugo Chávez, lleva a muchos a sostener que es la evidencia del fin de la Web. Ya no existe en este momento el otrora entusiasmo generado por internet con la masificación de la Web, de que la misma sea apta para la publicación responsable y un medio para multiplicar la multiculturalidad, cuestión eclipsada por prácticas oscuras, que en vez de ser dimensiones para unir personas han terminado por alimentar aspectos opuestos a los imaginados a fines de la ultima década del siglo XX, cuando se pensaba que la red sería el edén de la buena onda y la solidaridad. 
No obstante, sería faltar a la verdad si no se reconoce que estos males de animosidad racial y xenofobia estaban presentes desde la Web 1.0. Recordemos cómo el juez francés Jean-Jacques Gomes había dado entrada en mayo de 2000 a una demanda de grupos de derechos civiles galos que demandaron a Yahoo! por vender objetos nazis y racistas, lo que dio paso a desencuentros y a un torbellino de acciones hostiles entre usuarios de internet de esa nación.
No basta con que las redes sociales sometan al escrutinio de periodistas o profesionales de la información los contenidos considerados dudosos, sino que los mismos usuarios deben tener una actitud más firme para combatir los contenidos falsos o racistas, y generar dinámicas críticas a la demagogia que campea en los pasillos digitales, para paliar la precaria rendición de cuentas de esas plataformas, sobre todo porque las mismas modulan en buena medida el discurso social y político en los tiempos que corren.
También se debe reflexionar sobre qué significa ser responsable en una era en donde crecen en importancia y complejidad los algoritmos inteligentes y una serie de técnicas automatizadas, por lo que se debería ofrecer información clara sobre la misma actuación de los robots que serán cada vez más difíciles de distinguir los seres de carne y hueso en el ciberespacio. 

También se requiere tener bajo vigilancia ciudadana a estos medios, sobre todo por la actitud de Trump de aplicar medidas violatorias de la privacidad de las redes sociales, que se usarán como un factor básico para extender visados y, sobre todo, para combatir al mismo narcotráfico, por lo que no sería raro que dichas plataformas se presten a apoyar esa vigilancia. No olvidemos que ya se puso en marcha una reestructuración de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, en donde tendrá presencia destacada el nefasto Steve Bannon, que seguramente la usará para apuntalar violaciones y acciones xenofóbicas contra usuarios apoyándose también en dichas plataformas sociales. 

Espacio público digital

lunes, 23 de enero de 2017

Antes de que internet se masificara, los conocimientos nuevos eran producto de un diálogo y de prácticas efectuadas en espacios que mediaban la discusión social y eran el soporte de la denominada esfera pública. De acuerdo con Habermas, la esfera pública es la dimensión en la cual se manifiestan las demandas de la sociedad con el objetivo explícito de influir, conducir, corregir e incluso controlar al Estado. 
Tradicionalmente se ha considerado a los medios de comunicación como las correas de transmisión que alimentan de ideas para el debate y fortalecen la opinión pública, seleccionando a las personas de valía, a especialistas, a representantes populares y líderes gremiales,  para que contribuyan a formar una opinión pública. 
Primeramente fue la prensa, en el siglo XVIII, quien le otorgaba la palabra a los ciudadanos, particularmente a quienes suponía encarnaban el interés general y representaban, a través de sus puntos de vista y opiniones, al conjunto de la sociedad o a una porción importante de ciudadanos. Ese registro de opiniones de la prensa por lo regular se acompañaba de otras opiniones de conocedores del tema tratado. 
Fue así como los periódicos, posteriormente la radio y la televisión, se tornaron en mediadores, en filtradores de las opiniones que merecían ser escuchadas por las audiencias. Los medios otorgaban la voz a las personas basándose en un sistema de reconocimiento de las mismas por su prestigio, autoridad o importancia. Los medios conformaban un ecosistema informativo en donde actuaban como auténticos celadores de la información. Esa dinámica ha sido modificada por internet. 
La masificación de internet fracturó esa arquitectura del espacio público oligárquico tradicional, en donde pocos medios filtran y establecen cuáles son las pocas personas indicadas o de valía para dar sus puntos de vista a la sociedad. Como refiere Clay Shirky, con los medios digitales cualquier usuario publica, y son los lectores quienes deben filtrar y seleccionar qué tipo de opiniones leer, ver o escuchar; pueden optar por contenidos informativos, investigaciones o por opiniones irónicas y contenidos lúdicos. 
El historiador Robert Darnton ha referido que los dos principales atributos de la ciudadanía son la escritura y la lectura. Para varios, internet al permitir potencialmente a todas las personas expresarse, y al “otorgar” a cualquier individuo el derecho a opinar, sin sufrir taxativas o censura alguna, ensanchó la esfera pública y otorgó una soberanía ciudadana real, superando el delegar en instancias intermedias que interpretaran lo que pensaban y sentían los ciudadanos y prescindiendo de los voceros de la colectividad. 
Pero lo que se imaginó que se convertiría en fuente de pluralidad y riqueza, también ha nutrido procesos anticiudadanos. Se pensaba que las redes sociales no eran solo el vehículo del real proceso de apropiación de la red por parte de los ciudadanos, sino también la ruta para devolver a las personas la capacidad de hacer sentir su peso, de auto-organizarse, de ejercer la crítica ciudadana sofocada por los medios de comunicación convencionales. 
Sin embargo, desde que empezó el proceso de masificación de internet estaban ya presentes los aspectos que han exponenciado las redes sociales, que han puesto de manifiesto que se han pulverizado las ideas optimistas del uso sensato y ciudadano de tales herramientas, porque han dado cabida a una proliferación de contenidos falsos propalados por mercenarios digitales, de carne hueso, o de los mismos algoritmos, que actuando como escuadrones de propaganda distorsionan los hechos. 
Está claro que esto es un problema que se debe combatir desde varios frentes, desde las mismas plataformas, donde los usuarios y cualquier instancia generadora de contenido. No obstante, no puede soslayarse que la información errónea es obra de grupos poderosos de interés y presión, de fuertes estructuras que invierten mucho dinero con el fin de alimentar las plataformas con noticias falsas y de consolidar intereses políticos y económicos.

Artículo publicado en El Universal de Querétaro.

 
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