Antes de que internet se masificara, los conocimientos nuevos eran producto de un diálogo y de prácticas efectuadas en espacios que mediaban la discusión social y eran el soporte de la denominada esfera pública. De acuerdo con Habermas, la esfera pública es la dimensión en la cual se manifiestan las demandas de la sociedad con el objetivo explícito de influir, conducir, corregir e incluso controlar al Estado.
Tradicionalmente se ha considerado a los medios de comunicación como las correas de transmisión que alimentan de ideas para el debate y fortalecen la opinión pública, seleccionando a las personas de valía, a especialistas, a representantes populares y líderes gremiales, para que contribuyan a formar una opinión pública.
Primeramente fue la prensa, en el siglo XVIII, quien le otorgaba la palabra a los ciudadanos, particularmente a quienes suponía encarnaban el interés general y representaban, a través de sus puntos de vista y opiniones, al conjunto de la sociedad o a una porción importante de ciudadanos. Ese registro de opiniones de la prensa por lo regular se acompañaba de otras opiniones de conocedores del tema tratado.
Fue así como los periódicos, posteriormente la radio y la televisión, se tornaron en mediadores, en filtradores de las opiniones que merecían ser escuchadas por las audiencias. Los medios otorgaban la voz a las personas basándose en un sistema de reconocimiento de las mismas por su prestigio, autoridad o importancia. Los medios conformaban un ecosistema informativo en donde actuaban como auténticos celadores de la información. Esa dinámica ha sido modificada por internet.
La masificación de internet fracturó esa arquitectura del espacio público oligárquico tradicional, en donde pocos medios filtran y establecen cuáles son las pocas personas indicadas o de valía para dar sus puntos de vista a la sociedad. Como refiere Clay Shirky, con los medios digitales cualquier usuario publica, y son los lectores quienes deben filtrar y seleccionar qué tipo de opiniones leer, ver o escuchar; pueden optar por contenidos informativos, investigaciones o por opiniones irónicas y contenidos lúdicos.
El historiador Robert Darnton ha referido que los dos principales atributos de la ciudadanía son la escritura y la lectura. Para varios, internet al permitir potencialmente a todas las personas expresarse, y al “otorgar” a cualquier individuo el derecho a opinar, sin sufrir taxativas o censura alguna, ensanchó la esfera pública y otorgó una soberanía ciudadana real, superando el delegar en instancias intermedias que interpretaran lo que pensaban y sentían los ciudadanos y prescindiendo de los voceros de la colectividad.
Pero lo que se imaginó que se convertiría en fuente de pluralidad y riqueza, también ha nutrido procesos anticiudadanos. Se pensaba que las redes sociales no eran solo el vehículo del real proceso de apropiación de la red por parte de los ciudadanos, sino también la ruta para devolver a las personas la capacidad de hacer sentir su peso, de auto-organizarse, de ejercer la crítica ciudadana sofocada por los medios de comunicación convencionales.
Sin embargo, desde que empezó el proceso de masificación de internet estaban ya presentes los aspectos que han exponenciado las redes sociales, que han puesto de manifiesto que se han pulverizado las ideas optimistas del uso sensato y ciudadano de tales herramientas, porque han dado cabida a una proliferación de contenidos falsos propalados por mercenarios digitales, de carne hueso, o de los mismos algoritmos, que actuando como escuadrones de propaganda distorsionan los hechos.
Está claro que esto es un problema que se debe combatir desde varios frentes, desde las mismas plataformas, donde los usuarios y cualquier instancia generadora de contenido. No obstante, no puede soslayarse que la información errónea es obra de grupos poderosos de interés y presión, de fuertes estructuras que invierten mucho dinero con el fin de alimentar las plataformas con noticias falsas y de consolidar intereses políticos y económicos.
Artículo publicado en El Universal de Querétaro.
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