La columna
vertebral de internet la conforma la gestión de los dominios. Para que las
personas puedan navegar por ese infinito mar de contenidos que es internet, se
requieren identificadores o domicilios que les permitan acudir a las páginas o
sitios que desean, que son en realidad los dominios. Para facilitar la
navegación por el ciberespacio se conformó el Sistema de Nombres de Dominio
(DNS) en 1983 y con ello tener una domicialización digital. Pero desde su
inició el DNS fue una función jerárquica, centralizada y centralizadora, porque
en la cima de los nombres de dominio —.com, .org o .net— está la llamada «zona
raíz», que actúa como fuente fidedigna de información domiciliaria.
En los años
80 cuando Jon Postel se hizo cargo de la supervisión de la administración de la
raíz/DNS nadie se percató del gran poder que eso tenía. Este proceso se dio
gracias a que la otrora ARPA firmó un contrato con Postel, de Network
Information Center (NIC) del Information Sciences Institute de
la Universidad del Sur de California, para que él se encargara de ser la
autoridad administrativa del DNS. Todo caminaba tranquilamente, pero eso cambió
en los años 90 cuando internet empezó a masificarse, cuando la otorgación de
dominios se volvió conflictiva por las aristas políticas, económicas y
comerciales que empezó a conllevar.
Los primeros conflictos en
torno a los nombres de dominio involucraron a diversos gobiernos y
organizaciones civiles que exigían mayor autonomía en la gestión del DNS. Ante
esta presión, durante el gobierno de Bill Clinton (1993-2001) se plantearon dos
medidas clave: la creación de la Corporación de Internet para la Asignación de
Nombres y Números (ICANN), encargada de administrar el DNS y la zona raíz; y el
compromiso de que en el año 2000 el gobierno de Estados Unidos dejaría de ejercer
control directo o indirecto de la ICANN, incluyendo la gestión del DNS y el
archivo de la zona raíz.
En aquel momento, para manejar
las diversas, y a menudo conflictivas posturas sobre la gobernanza de
internet, el equipo del entonces vicepresidente de Estados Unidos, Albert
Gore, fue quien ideó una solución ambiciosa: la creación de la ICANN.
Esta entidad peculiar, diseñada para la cultura política de la época, sería la
encargada de la gestión del DNS, asegurando en la misma la representación
de las múltiples partes interesadas en el desarrollo de la red. Sin embargo,
los avances fueron mínimos en la transferencia de la gestión de los
servidores raíz y el DNS a una entidad verdaderamente independiente. La oposición
interna en Estados Unidos a este esquema de la ICANN fue constante, y el desacuerdo
resultante solo profundizó la confusión y el estancamiento.
Para dar cuenta de la magnitud del desafío de Gore no
solo tuvo en contra de la gestión del DNS por parte de la ICANN a gobiernos de
distintos países, a políticos de su país, sino también a pioneros de internet. Incluso
para académicos como Meghan Grosse, consideraron que Gore y su equipo
hacían uso de una estratagema cínica para proteger el poder y los intereses
estadounidenses, en lugar de un intento genuino de preservar la cultura
original de internet.
Ciertamente un tratado
internacional bien podría haber cambiado esto, pero existía la genuina
convicción de Gore y su equipo de funcionarios de que, en el sistema
globalizado posterior a la Guerra Fría, internet requería algo que pudiera
avanzar con mayor rapidez en la toma de decisiones que como acontece en las
organizaciones tradicionales basadas en tratados, o entre pares
gubernamentales. De
hecho, Vinton Cerf era partidario que la ONU fuera la sede para la gobernanza
global de internet. Tanto Cerf, como Crocker y Postel, viendo el futuro poder
que tendría internet, querían un organismo asociado con la ONU y con sede en
Ginebra, y se enfadaron cuando Gore e Ira Magaziner, asesor de Clinton, desecharon
esa propuesta.
Lo que resultó al final fue un entidad privada
contratada por el Departamento de Comercio y con sede en California. A pesar de
los embates, Gore se mantuvo firme en su creencia en la promesa de la nueva
frontera —del triunfo de la razón y la ciencia— y por fin contó con el apoyo
bipartidista para sacar eso adelante. A la larga, viendo los resultados finales
Gore peco de ingenuo, pero durante los años 90 parecía que el legado
contracultural podía armonizar con el lucro, el despliegue del saber y la
ciencia y el comercio.
Lo cierto,
es que la administración Clinton terminó y Al Gore no llegó a la presidencia en
el año 2000 y quedó fuera de la jugada en una elección empañada de fraude. Llegaron
los republicanos nada partidarios de que el DNS y todo lo que tuviera que ver
con internet fuera gestionado por múltiples partes. Se empantanó el futuro de la
ICANN, que empeoró con el 11-S, ya que los ataques terroristas hicieron que la
administración Bush viera a internet como arma de inteligencia y herramienta de
vigilancia masiva para usar a una escala sin precedentes. En tal escenario era
iluso imaginarse la autonomía de la ICANN.
Pero eso
avivo la animadversión de una parte significativa de la comunidad internet
contra el control del DNS y la raíz de internet por parte de Estados Unidos. El
enorme crecimiento de usuarios fuera de Estados Unidos se tradujo en
coaliciones cada vez más poderosas que no veían con buenos ojos que los
organismos que tomaban decisiones políticas sobre las operaciones de internet
derivaran su autoridad del gobierno estadounidense. La lucha por el control del
servidor raíz se tornó una lucha por la identidad de la red. ¿El ciberespacio
pertenecía a la etérea comunidad global de internet o al gobierno
estadounidense?
En 2012, la UIT (Unión
Internacional de Telecomunicaciones) albergó la Conferencia Mundial de
Telecomunicaciones Internacionales, con el fin de actualizar la regulación
global de las telecomunicaciones. Varios representantes de países asistentes
tomaron la palabra, e intentaron usar las negociaciones rutinarias para imponer
una medida vinculante a favor de una nueva regulación intergubernamental de
internet. Posteriormente un grupo de países —India, Brasil y Sudáfrica—
celebraron una cumbre en la que expresaron su intención de obtener un mayor
control sobre internet. Al mismo tiempo, Rusia y China habían estado presionando
para que la ONU tuviera un mayor control sobre la raíz de internet, y el propio
Putin abogó por un mayor papel de la UIT en la gobernanza de internet.
La ICANN fue una institución
puente, lejos del equilibrio del ritmo gradual de las organizaciones tradicionales
basadas en tratados, pero con cierta rapidez para solventar las demandas. Pero
también fue un puente entre culturas, antiguas y nuevas. Reunió a una recién
formada «comunidad de internet» con experiencia, nacida de la ingeniería
académica y la computación, con una comunidad empresarial consolidada,
ilusionada por el auge de las cotizaciones bursátiles. La ICANN, al final, fue
una solución innovadora a un problema importante y de gestión. Después diría el
mismo Cerf que la ICANN fue «un milagro». Pero su plena autonomía se lograría
hasta el segundo periodo presidencial de Barak Obama, aunque también mostraría
sus limitaciones.
@tulios41
Publicado en La Jornada Morelos
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