Los romanos acuñaron la palabra "sexus", aunque la función sexual se remonta a mucho tiempo atrás y todo indica que seguirá continuándose. A lo largo de la historia humana la práctica del sexo ha cambiado y en dicho proceso la tecnología ha jugado un papel importante: desde los manuscritos hasta la masificación de internet, la sexualidad ha sido alterada por las interfaces. Hoy una parte significativa de la población mundial ha encontrado en el ciberespacio un entorno perfecto para vivir su sexualidad. Sexo real o simulado siempre ha habido, pero el que se da en internet es diferente, afecta al antiguo tabú y a la virtud, a la cuestión de género y su frontera, a los pecados y a las normas, al placer y su futuro, al deseo y a la misma sexualidad.
Aproximaciones y vicios
Hoy es normal que hablemos de “intimidad conectada”, “telesexualidad”, “telepresencia erótica interactiva táctil” o “cibersexo”, para designar el amplio y discontinuo universo de interacciones sexuales desatadas a lo largo del ciberespacio. Lo evidente es que gana adeptos la sexualidad mediada por bits, a lo ancho del planeta se gestan encuentros sexuales entre dos o más personas en ese infinito lecho que es internet. La experiencia sexual simulada galopa por todo el orbe.
Algunos practicantes del cibersexo se apoyan en interfaces para lograr alcanzar de inmediato el mayor placer, a otros les es suficiente con las teclas y la imaginación. Aunque se aprecia en los últimos tiempos el crecimiento de usuarios que usan el cibersexo como medio o preámbulo para encuentros sexuales en la vida real. Hoy la fiebre por el cibersexo ya no sólo se despliega por internet, alcanza a los teléfonos celulares o asistentes personales.
Una de las variantes del cibersexo que se gesta en un ambiente de realidad virtual tiene que ver con la teledildónica, que es la interacción sexual de dos humanos por intermediación de internet y la computadora, aunque esto es más un deseo que una realidad. A pesar de que ya se pueden manejar a distancia vibradores, aún son rudimentarios los guantes o trajes sexuales. Sin embargo, que frecuentemente se hable de teledildónica es el reflejo de lo que nos depara el futuro en materia sexual. Es curioso que aún en plena edad de piedra el cibersexo despierte gran interés, anunciando que en el devenir será parte fundamental de la existencia de amplios sectores y hasta es probable que se reivindique como una más de las formas en que se reproduce la sexualidad del ser humano.
Admitamos también que el cibersexo tiene algunos adeptos fanatizados; para esos practicantes él es más interesante que una conversación en un bar. En un momento en donde proliferan las relaciones videoclip, el sexo virtual gana millones de seguidores. Mientras muchos van empujados por su ego hacia gimnasios con el fin de cultivar su cuerpo y de paso socializar y hallar compañero sexual, para prontamente percatarse que dichos espacios son cuna de narcisismos, otros más encallan en el ciberespacio dedicándose a practicar el cibersexo. En esos confines muchas personas se adentran en un gigantesco supermercado de ilusiones y de fantasías eróticas. Aunque no faltan los que caen enfermizamente en los brazos digitales y pierden toda referencia con su ambiente.
Aunque la idea de la frialdad de las computadoras está extendida, los amantes del cibersexo reflejan que por éstas e internet transitan pasiones desenfrenadas, proyectándose en ella aspiraciones y deseos eróticos. No es raro, por eso, que dos ilustres desconocidos inicien una charla en un chat a media noche y al amanecer ya tengan un ramillete de orgasmos encima. Los lugares preferidos para desplegar el cibersexo son los chats y los servicios de mensajería instantánea, en ellos las personas viven una aceleración del tiempo y una contracción del espacio por lo que los ligues se alcanzan en nanosegundos.
Es así como muchas personas empiezan a sustituir lo real por los bits, se desnudan de su pretérito y las interfaces se hunden en su piel. Ellos hablan, y las máquinas también, y el frágil narcisismo humano sufre, se acongoja y en otros casos de plano se hace el orondo ante tanta osadía. Olvidándose que eso es resultado de un largo proceso de creación de interfaces que el hombre empezó a poner en marcha desde que inventó el arco y la flecha y que ha desembocado en situaciones paradójicas como la creación de robots que son capaces de procrear.1
No es raro ver caminar y correr lúdicamente a los practicantes del cibersexo en los pasillos virtuales, con el semblante alegre varios autopromueven como expertos practicantes del tantra y aptos para hacer el amor durante varias horas. Pero no entienden que en esos confines el arma socorrida se llama imaginación, con ella los clones arman orgías que envidiaría cualquier alucinado por las novelas de Sade y otros similares que en el “colmo de la inactividad física” han alimentado un alud de “orgasmos” gracias a la fusión entre palabra escrita e imaginación.
Frente de ataque
Actualmente el cibersexo es atacado desde dos frentes, por un lado están los conservadores y religiosos que lo ven como una estructura malsana que fomenta la disolución de matrimonios, que va en contra de las buenas costumbres, por la otra están las feministas y especialistas de la conducta que lo ubican como una dimensión de poder que limita el disfrute de los derechos sexuales, que somete la sexualidad a lo clandestino. Para la segunda el cibersexo es un dispositivo de control que moldea el cuerpo de hombres y mujeres y les asigna, cual si fuesen entelequias, un papel sexual. La primera línea es comprensible, no se puede esperar otra cosa proviniendo de los grupos religiosos conservadores. En el caso de la otra, es una postura que abona, curiosamente, en favor del conservadurismo debido en gran medida al desconocimiento de lo que está en juego en el cibersexo; su postura es heredera de la teoría marxista en el sentido que la tecnología está directamente vinculada al poder.
Hoy sabemos que la sexualidad se practica de muchas maneras, la cibernética es una más, pero si no se tiene la tolerancia y respeto por la manera en que otros construyen su dimensión sexual, entonces se pronuncia en realidad por la defunción de su sensibilidad. Cuando eso sucede la persona ya se ha extraviado en el presente, no sabe qué acontece actualmente. Por eso la muerte por desfase puede ser violenta o resignada, según se quiera ver, pero es deceso al fin.
A diferencia de lo expresado por los especialistas de la conducta, el cibersexo representa un juego lúdico y erótico, más que temor ante el contacto se está ante una práctica liberada de esquemas y modelos sostenidos como únicos para ejercitar el contacto sexual. El cibersexo representa una nueva forma de opción sexual, expresa que para alcanzar el placer no existen rutas definidas. Pero sobre todo no se debe olvidar que el cibersexo es generador de sentido para sus practicantes.
Además, una buena parte no teme al cuerpo y tampoco es puro onanismo ya que en Estados Unidos y otros países el cibersexo sólo es trampolín para los contactos sexuales fuera de la red, no por algo en dicha nación se piensa seriamente en clasificar el cibersexo como un problema de salud pública, debido al afán de muchos usuarios heterosexuales y gays de concretar el mayor número de cogidas posibles vía internet, por lo cual terminan rodando cada fin de semana en camas diferentes pero sin hacer uso del condón. Sin embargo, el cibersexo tampoco ha generado, como dicen algunos fundamentalistas digitales relaciones que rompan radicalmente con las barreras raciales y los estereotipos de género, ya que ambos aspectos son nota destacada en los encuentros sexuales reales derivados del cibersexo.
Se suele ridiculizar el cibersexo porque sus practicantes no poseen ninguna información sobre las personas con las que hablan, porque ellas pueden ser del sexo contrario del que dicen tener. Pero a un segmento importante no le interesa la simulación realista, no la consideran necesaria ni la desean. Además, la recreación del otro es algo normal en los procesos amorosos fuera de la red; la historia sabe, y mucho, de enamoramientos de personas desconocidas que les fue suficiente con la palabra escrita para establecer vínculos afectivos y eróticos. En internet más de la mitad del atractivo sexual del otro radica en lo que construyen e imaginan las personas y no en lo que realmente poseen.
Frialdad entredicha
"Cuando nos introducimos a través de la pantalla en una comunidad virtual, reconstruimos nuestras identidades del otro lado del espejo",2 sostiene la psicóloga Shirley Turkle, quien ha sido pionera en el estudio de las relaciones cibernéticas. En su conocido Life on the screen ella indica que los usuarios enfundados en sus máscaras virtuales se encuentran y se separan, se enamoran y pelean, construyen y desarrollan sus fantasías, ponen en juego mecanismos psicológicos compensatorios o proyectivos.
Turkle es psicoanalista lacanania y a diferencia del grueso de sus compañeros de ruta abandonó los cartabones para sostener que si bien las relaciones sexuales digitales ocurren más en la mente que en el cuerpo, también muchas de las vinculaciones fuera de la red no serían nada de no ser alimentadas por el cerebro o nutridas por la realidad virtual que gestiona en demasía la mente.3 La relación entre personas y computadoras cambia la forma en que pensamos y sentimos. Según ella "Las pantallas son el nuevo escenario para nuestras fantasías, tanto eróticas como intelectuales".
Polémica y neofeminista, Turkle dice que si alguien no tiene correo electrónico se pone lejos de nuestros deseos y búsquedas eróticas. Y quien no está en internet se aleja todavía más. Sin autoproclamarse en la salvadora del feminismo, critica a las feministas porque se aferran al papel de víctimas al acercarse al uso de las nuevas tecnologías, ya que reducen las mismas a una conspiración masculina, por lo que las invita a abandonar esos clichés y avanzar hacia una relación menos tormentosa y dolorosa con la técnica.
Como refiere Alejandro Piscitelli,4 Turkle se dedica a investigar y, sobre todo, a trascender lo liminal. Ese concepto fue acuñado por el antropólogo Víctor Turner, con el cual describió los fenómenos y las cosas que están en transición, cuando las caducas estructuras se han derrumbado pero las nuevas no tienen aún rostro claro. La historia ha registrado estos momentos en donde “no se está ni aquí ni allá”, son periodos de gran densidad cultural, cuando todo lo viejo adquiere nuevos significados y lo nuevo derrumba lo antiguo.
Turkle, la máxima celestina de la red, indica que todo el universo de Lacan está en internet. Para ella el ciberespacio es lacaniano, está formado de nudos, tejidos de sentido, cadenas, ritos, etcétera. En ella hay fragmentación (un yo múltiple que se moldea conforme los sitios y contextos); intertextualidad (el hipertexto como vía de bifurcaciones del individuo); descentramiento (múltiples usuarios adaptados a la ilógica del ciberespacio)...
Más allá de nuestra comprensión
El cibersexo se produce y reproduce a una velocidad mayor que nuestra reflexión sobre él. Se ha convertido en cultura para millones de personas y tratando de comprenderlo intentamos interpretarnos y entender nuestro tiempo. Todo usuario de la red está involucrado en esa moratoria psicosocial generada por el universo digital y las máquinas que permiten a muchas personas alcanzar su identidad sexual y explorar su propio yo. Un proceso que tiene sus duelos y que nos negamos a asumir, pero como dice Turkle: "construimos nuestras tecnologías y nuestras tecnologías nos construyen a nosotros en nuestro tiempo. Nuestro tiempo nos hace, nosotros hacemos nuestras máquinas, nuestras máquinas hacen nuestro tiempo. Nos convertimos en los objetos que miramos pasivamente, pero ellos se convierten en lo que nosotros hacemos de ellos".
Pero tal vez lo más importante del cibersexo no está en la práctica como tal, sino en lo que simbólicamente manifiesta: es reflejo de cómo las nuevas generaciones viven su espectro erótico; es el reflejo de un deseo por domesticar, a su manera, la sexualidad. El cibersexo es la expresión de que vivimos en una sociedad electrónica, a diferencia de la era industrial, generadora de segmentación y soledad, ésta produce unidad y simultaneidad. Estamos ya en una época poscivilizatoria de comunicaciones en tiempo real, que conduce al hombre a una dimensión tribal. Al igual que en las sociedades primitivas el sexo es más laxo y menos importante. La sexualidad se desmitifica, termina el exclusivismo, la obsesión, la sacralización de lo sexual, el esencialismo heredado de la revolución sexual que deposita en el cuerpo todo el valor de la sexualidad. Se puede decir que las nuevas generaciones no son asexuadas, más bien extienden su espectro erótico, le abren nuevas dimensiones espontáneas a su sexualidad. Hoy, en la era de las redes digitales y de la realidad virtual lo importante está en la intuición, la sensibilidad y el saber liberar la propia espontaneidad.
Tenemos como satisfactores primarios de nuestros goces al sexo y al alcohol, lo que es producto de lo limitado y “condicionado” que está nuestro sistema nervioso biosocial. El espectro es muy pobre y debe ampliarse. El animal humano posee una gran versatilidad genética, por lo que el cibersexo preludia nuevas variantes sexuales que se presentarán, por ejemplo, cuando el útero pierda, en el mediano futuro, su función reproductiva.5
Internet al ser un medio para el contacto sexual, se vuelve una dimensión que revoluciona las costumbres. Evidencia que no existe una sexualidad construida por seres humanos naturales, ausentes o fuera de determinación social alguna, ya que nuestros inventos también modifican nuestros comportamientos. Todo individuo es resultado de procesos culturales específicos, el hombre al construir y significar su sexualidad no se disocia de los objetos que también construye, los cuales modifican su imaginario sexual. Pero mientras no sepamos claramente a dónde nos conduce ese pasaje liminal en el que estamos inscritos, la red es un enorme laboratorio sexual que seguirá dando de que hablar, así como afectando al deseo y la misma sexualidad.
Notas
1. Véase iblnews.com/noticias/05/128161.htm.
2. Sherry Turkle. La vida en la pantalla, Paidós, Barcelona,
3. Esta visión embona con lo expresado desde tiempo atrás por el francés Pierre Lévy. Qué es lo virtual,
4. Alejandro Piscitelli. Internet, la imprenta del siglo XXI, Gedisa, Buenos Aires, 2005.
5. FRÉDÉRIC JOIGNOT, Niños de máquina, http://www.elpais.es/articulo.html?d_date=20050612&xref=20050612elpepspor_3&type=Tes&anchor=elpportec, Madrid, 12 de junio de 2005.
Aproximaciones y vicios
Hoy es normal que hablemos de “intimidad conectada”, “telesexualidad”, “telepresencia erótica interactiva táctil” o “cibersexo”, para designar el amplio y discontinuo universo de interacciones sexuales desatadas a lo largo del ciberespacio. Lo evidente es que gana adeptos la sexualidad mediada por bits, a lo ancho del planeta se gestan encuentros sexuales entre dos o más personas en ese infinito lecho que es internet. La experiencia sexual simulada galopa por todo el orbe.
Algunos practicantes del cibersexo se apoyan en interfaces para lograr alcanzar de inmediato el mayor placer, a otros les es suficiente con las teclas y la imaginación. Aunque se aprecia en los últimos tiempos el crecimiento de usuarios que usan el cibersexo como medio o preámbulo para encuentros sexuales en la vida real. Hoy la fiebre por el cibersexo ya no sólo se despliega por internet, alcanza a los teléfonos celulares o asistentes personales.
Una de las variantes del cibersexo que se gesta en un ambiente de realidad virtual tiene que ver con la teledildónica, que es la interacción sexual de dos humanos por intermediación de internet y la computadora, aunque esto es más un deseo que una realidad. A pesar de que ya se pueden manejar a distancia vibradores, aún son rudimentarios los guantes o trajes sexuales. Sin embargo, que frecuentemente se hable de teledildónica es el reflejo de lo que nos depara el futuro en materia sexual. Es curioso que aún en plena edad de piedra el cibersexo despierte gran interés, anunciando que en el devenir será parte fundamental de la existencia de amplios sectores y hasta es probable que se reivindique como una más de las formas en que se reproduce la sexualidad del ser humano.
Admitamos también que el cibersexo tiene algunos adeptos fanatizados; para esos practicantes él es más interesante que una conversación en un bar. En un momento en donde proliferan las relaciones videoclip, el sexo virtual gana millones de seguidores. Mientras muchos van empujados por su ego hacia gimnasios con el fin de cultivar su cuerpo y de paso socializar y hallar compañero sexual, para prontamente percatarse que dichos espacios son cuna de narcisismos, otros más encallan en el ciberespacio dedicándose a practicar el cibersexo. En esos confines muchas personas se adentran en un gigantesco supermercado de ilusiones y de fantasías eróticas. Aunque no faltan los que caen enfermizamente en los brazos digitales y pierden toda referencia con su ambiente.
Aunque la idea de la frialdad de las computadoras está extendida, los amantes del cibersexo reflejan que por éstas e internet transitan pasiones desenfrenadas, proyectándose en ella aspiraciones y deseos eróticos. No es raro, por eso, que dos ilustres desconocidos inicien una charla en un chat a media noche y al amanecer ya tengan un ramillete de orgasmos encima. Los lugares preferidos para desplegar el cibersexo son los chats y los servicios de mensajería instantánea, en ellos las personas viven una aceleración del tiempo y una contracción del espacio por lo que los ligues se alcanzan en nanosegundos.
Es así como muchas personas empiezan a sustituir lo real por los bits, se desnudan de su pretérito y las interfaces se hunden en su piel. Ellos hablan, y las máquinas también, y el frágil narcisismo humano sufre, se acongoja y en otros casos de plano se hace el orondo ante tanta osadía. Olvidándose que eso es resultado de un largo proceso de creación de interfaces que el hombre empezó a poner en marcha desde que inventó el arco y la flecha y que ha desembocado en situaciones paradójicas como la creación de robots que son capaces de procrear.1
No es raro ver caminar y correr lúdicamente a los practicantes del cibersexo en los pasillos virtuales, con el semblante alegre varios autopromueven como expertos practicantes del tantra y aptos para hacer el amor durante varias horas. Pero no entienden que en esos confines el arma socorrida se llama imaginación, con ella los clones arman orgías que envidiaría cualquier alucinado por las novelas de Sade y otros similares que en el “colmo de la inactividad física” han alimentado un alud de “orgasmos” gracias a la fusión entre palabra escrita e imaginación.
Frente de ataque
Actualmente el cibersexo es atacado desde dos frentes, por un lado están los conservadores y religiosos que lo ven como una estructura malsana que fomenta la disolución de matrimonios, que va en contra de las buenas costumbres, por la otra están las feministas y especialistas de la conducta que lo ubican como una dimensión de poder que limita el disfrute de los derechos sexuales, que somete la sexualidad a lo clandestino. Para la segunda el cibersexo es un dispositivo de control que moldea el cuerpo de hombres y mujeres y les asigna, cual si fuesen entelequias, un papel sexual. La primera línea es comprensible, no se puede esperar otra cosa proviniendo de los grupos religiosos conservadores. En el caso de la otra, es una postura que abona, curiosamente, en favor del conservadurismo debido en gran medida al desconocimiento de lo que está en juego en el cibersexo; su postura es heredera de la teoría marxista en el sentido que la tecnología está directamente vinculada al poder.
Hoy sabemos que la sexualidad se practica de muchas maneras, la cibernética es una más, pero si no se tiene la tolerancia y respeto por la manera en que otros construyen su dimensión sexual, entonces se pronuncia en realidad por la defunción de su sensibilidad. Cuando eso sucede la persona ya se ha extraviado en el presente, no sabe qué acontece actualmente. Por eso la muerte por desfase puede ser violenta o resignada, según se quiera ver, pero es deceso al fin.
A diferencia de lo expresado por los especialistas de la conducta, el cibersexo representa un juego lúdico y erótico, más que temor ante el contacto se está ante una práctica liberada de esquemas y modelos sostenidos como únicos para ejercitar el contacto sexual. El cibersexo representa una nueva forma de opción sexual, expresa que para alcanzar el placer no existen rutas definidas. Pero sobre todo no se debe olvidar que el cibersexo es generador de sentido para sus practicantes.
Además, una buena parte no teme al cuerpo y tampoco es puro onanismo ya que en Estados Unidos y otros países el cibersexo sólo es trampolín para los contactos sexuales fuera de la red, no por algo en dicha nación se piensa seriamente en clasificar el cibersexo como un problema de salud pública, debido al afán de muchos usuarios heterosexuales y gays de concretar el mayor número de cogidas posibles vía internet, por lo cual terminan rodando cada fin de semana en camas diferentes pero sin hacer uso del condón. Sin embargo, el cibersexo tampoco ha generado, como dicen algunos fundamentalistas digitales relaciones que rompan radicalmente con las barreras raciales y los estereotipos de género, ya que ambos aspectos son nota destacada en los encuentros sexuales reales derivados del cibersexo.
Se suele ridiculizar el cibersexo porque sus practicantes no poseen ninguna información sobre las personas con las que hablan, porque ellas pueden ser del sexo contrario del que dicen tener. Pero a un segmento importante no le interesa la simulación realista, no la consideran necesaria ni la desean. Además, la recreación del otro es algo normal en los procesos amorosos fuera de la red; la historia sabe, y mucho, de enamoramientos de personas desconocidas que les fue suficiente con la palabra escrita para establecer vínculos afectivos y eróticos. En internet más de la mitad del atractivo sexual del otro radica en lo que construyen e imaginan las personas y no en lo que realmente poseen.
Frialdad entredicha
"Cuando nos introducimos a través de la pantalla en una comunidad virtual, reconstruimos nuestras identidades del otro lado del espejo",2 sostiene la psicóloga Shirley Turkle, quien ha sido pionera en el estudio de las relaciones cibernéticas. En su conocido Life on the screen ella indica que los usuarios enfundados en sus máscaras virtuales se encuentran y se separan, se enamoran y pelean, construyen y desarrollan sus fantasías, ponen en juego mecanismos psicológicos compensatorios o proyectivos.
Turkle es psicoanalista lacanania y a diferencia del grueso de sus compañeros de ruta abandonó los cartabones para sostener que si bien las relaciones sexuales digitales ocurren más en la mente que en el cuerpo, también muchas de las vinculaciones fuera de la red no serían nada de no ser alimentadas por el cerebro o nutridas por la realidad virtual que gestiona en demasía la mente.3 La relación entre personas y computadoras cambia la forma en que pensamos y sentimos. Según ella "Las pantallas son el nuevo escenario para nuestras fantasías, tanto eróticas como intelectuales".
Polémica y neofeminista, Turkle dice que si alguien no tiene correo electrónico se pone lejos de nuestros deseos y búsquedas eróticas. Y quien no está en internet se aleja todavía más. Sin autoproclamarse en la salvadora del feminismo, critica a las feministas porque se aferran al papel de víctimas al acercarse al uso de las nuevas tecnologías, ya que reducen las mismas a una conspiración masculina, por lo que las invita a abandonar esos clichés y avanzar hacia una relación menos tormentosa y dolorosa con la técnica.
Como refiere Alejandro Piscitelli,4 Turkle se dedica a investigar y, sobre todo, a trascender lo liminal. Ese concepto fue acuñado por el antropólogo Víctor Turner, con el cual describió los fenómenos y las cosas que están en transición, cuando las caducas estructuras se han derrumbado pero las nuevas no tienen aún rostro claro. La historia ha registrado estos momentos en donde “no se está ni aquí ni allá”, son periodos de gran densidad cultural, cuando todo lo viejo adquiere nuevos significados y lo nuevo derrumba lo antiguo.
Turkle, la máxima celestina de la red, indica que todo el universo de Lacan está en internet. Para ella el ciberespacio es lacaniano, está formado de nudos, tejidos de sentido, cadenas, ritos, etcétera. En ella hay fragmentación (un yo múltiple que se moldea conforme los sitios y contextos); intertextualidad (el hipertexto como vía de bifurcaciones del individuo); descentramiento (múltiples usuarios adaptados a la ilógica del ciberespacio)...
Más allá de nuestra comprensión
El cibersexo se produce y reproduce a una velocidad mayor que nuestra reflexión sobre él. Se ha convertido en cultura para millones de personas y tratando de comprenderlo intentamos interpretarnos y entender nuestro tiempo. Todo usuario de la red está involucrado en esa moratoria psicosocial generada por el universo digital y las máquinas que permiten a muchas personas alcanzar su identidad sexual y explorar su propio yo. Un proceso que tiene sus duelos y que nos negamos a asumir, pero como dice Turkle: "construimos nuestras tecnologías y nuestras tecnologías nos construyen a nosotros en nuestro tiempo. Nuestro tiempo nos hace, nosotros hacemos nuestras máquinas, nuestras máquinas hacen nuestro tiempo. Nos convertimos en los objetos que miramos pasivamente, pero ellos se convierten en lo que nosotros hacemos de ellos".
Pero tal vez lo más importante del cibersexo no está en la práctica como tal, sino en lo que simbólicamente manifiesta: es reflejo de cómo las nuevas generaciones viven su espectro erótico; es el reflejo de un deseo por domesticar, a su manera, la sexualidad. El cibersexo es la expresión de que vivimos en una sociedad electrónica, a diferencia de la era industrial, generadora de segmentación y soledad, ésta produce unidad y simultaneidad. Estamos ya en una época poscivilizatoria de comunicaciones en tiempo real, que conduce al hombre a una dimensión tribal. Al igual que en las sociedades primitivas el sexo es más laxo y menos importante. La sexualidad se desmitifica, termina el exclusivismo, la obsesión, la sacralización de lo sexual, el esencialismo heredado de la revolución sexual que deposita en el cuerpo todo el valor de la sexualidad. Se puede decir que las nuevas generaciones no son asexuadas, más bien extienden su espectro erótico, le abren nuevas dimensiones espontáneas a su sexualidad. Hoy, en la era de las redes digitales y de la realidad virtual lo importante está en la intuición, la sensibilidad y el saber liberar la propia espontaneidad.
Tenemos como satisfactores primarios de nuestros goces al sexo y al alcohol, lo que es producto de lo limitado y “condicionado” que está nuestro sistema nervioso biosocial. El espectro es muy pobre y debe ampliarse. El animal humano posee una gran versatilidad genética, por lo que el cibersexo preludia nuevas variantes sexuales que se presentarán, por ejemplo, cuando el útero pierda, en el mediano futuro, su función reproductiva.5
Internet al ser un medio para el contacto sexual, se vuelve una dimensión que revoluciona las costumbres. Evidencia que no existe una sexualidad construida por seres humanos naturales, ausentes o fuera de determinación social alguna, ya que nuestros inventos también modifican nuestros comportamientos. Todo individuo es resultado de procesos culturales específicos, el hombre al construir y significar su sexualidad no se disocia de los objetos que también construye, los cuales modifican su imaginario sexual. Pero mientras no sepamos claramente a dónde nos conduce ese pasaje liminal en el que estamos inscritos, la red es un enorme laboratorio sexual que seguirá dando de que hablar, así como afectando al deseo y la misma sexualidad.
Notas
1. Véase iblnews.com/noticias/05/128161.htm.
2. Sherry Turkle. La vida en la pantalla, Paidós, Barcelona,
3. Esta visión embona con lo expresado desde tiempo atrás por el francés Pierre Lévy. Qué es lo virtual,
4. Alejandro Piscitelli. Internet, la imprenta del siglo XXI, Gedisa, Buenos Aires, 2005.
5. FRÉDÉRIC JOIGNOT, Niños de máquina, http://www.elpais.es/articulo.html?d_date=20050612&xref=20050612elpepspor_3&type=Tes&anchor=elpportec, Madrid, 12 de junio de 2005.
1 comentarios:
En primer lugar, gracias por el libro: " El Chat como Paraiso", no tuve la oportunidad de leerlo completo, por ello no sé, si en algún capítulo de él, y referido al cibersexo, se pudiera decir que es una manifestación nueva, una nueva parafilia, que la adicción a los chats está motivada por esa nueva parafilia, a caballo de las tres más conocidas: Exhibicionismo, Froterismo, y voyerismo.
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