La lucha por el ambientalismo tiene muchas historias y leyendas. Sus raíces se remontan a las prácticas de los indígenas que poblaron desde tiempos lejanos nuestro continente, algunos historiadores incluso fechan su arranque a partir del medioevo y otros dicen que es una cuestión mucho más cercana a nuestra época, que proviene de los efectos destructivos generados por las dos guerras mundiales que se dieron en el siglo pasado. Desde las ciencias sociales esta cuestión es tema de debate, ya desde el siglo pasado algunos teóricos de la escuela de Frankfurt habían denunciado la destrucción ecológica que para ellos era resultado del iluminismo o la modernidad. Sin embargo, es un hecho que la especificidad de dicho movimiento y pensamiento nace en los años sesenta del siglo pasado.
El punto de partida se puede fechar en 1962 con la publicación del libro La primavera silenciosa, escrito por Rachel Carson, un texto pionero que sensibiliza a la opinión pública estadunidense acerca de las agresiones químicas al entorno y que terminó por influenciar el emergente interés de diversos sectores sociales por las cuestiones del ambiente. Nueve años más tarde esto adquiriría consistencia cuando Barry Commoner da a conocer El círculo que se cierra, un texto con una fuerte crítica al desarrollo tecnológico, pero que entraña una de las mejores conceptualizaciones de la relación entre ecología (en ese entonces ubicada como medio de estudio de los ambientes naturales) y los efectos ambientales generados por el ser humano, con lo cual nace, de igual manera, la ecología como un recurso político.
Desde los años ochenta del siglo pasado los grupos ambientalistas fueron pioneros en el uso de la red, en ese entonces la vía mayoritaria que utilizaban las organizaciones para conectarse era vía correo electrónico. A partir de ese entonces ha crecido el interés que desde la década pasada adquirió dimensiones alucinantes, una de las primeras fue la Asociación para el Progreso de la Comunicación (APC: www.apc.org), que se tornó en el espacio en el cual confluyeron organismos interesados en causas tan diversas como calidad del aire, contaminación del agua o agotamiento de la misma, biodiversidad, radioactividad, calentamiento global…
En todo caso lo que refleja la red es que los ecologistas, a pesar de sus inconsistencias y contradicciones, son el asidero utópico que nos queda para pensar en luchar por un entorno sano, para tratar de que la especie tan equívoca y contradictoria que somos por lo menos pueda frenar su apetito por acabar con el medio ambiente, que esa ansia científica de dominar la naturaleza, ya denunciada por Heidegger, se frene y evitar así que las políticas de desarrollo carentes de sustentabilidad sigan causando más daños a la naturaleza.
El punto de partida se puede fechar en 1962 con la publicación del libro La primavera silenciosa, escrito por Rachel Carson, un texto pionero que sensibiliza a la opinión pública estadunidense acerca de las agresiones químicas al entorno y que terminó por influenciar el emergente interés de diversos sectores sociales por las cuestiones del ambiente. Nueve años más tarde esto adquiriría consistencia cuando Barry Commoner da a conocer El círculo que se cierra, un texto con una fuerte crítica al desarrollo tecnológico, pero que entraña una de las mejores conceptualizaciones de la relación entre ecología (en ese entonces ubicada como medio de estudio de los ambientes naturales) y los efectos ambientales generados por el ser humano, con lo cual nace, de igual manera, la ecología como un recurso político.
Desde los años ochenta del siglo pasado los grupos ambientalistas fueron pioneros en el uso de la red, en ese entonces la vía mayoritaria que utilizaban las organizaciones para conectarse era vía correo electrónico. A partir de ese entonces ha crecido el interés que desde la década pasada adquirió dimensiones alucinantes, una de las primeras fue la Asociación para el Progreso de la Comunicación (APC: www.apc.org), que se tornó en el espacio en el cual confluyeron organismos interesados en causas tan diversas como calidad del aire, contaminación del agua o agotamiento de la misma, biodiversidad, radioactividad, calentamiento global…
En todo caso lo que refleja la red es que los ecologistas, a pesar de sus inconsistencias y contradicciones, son el asidero utópico que nos queda para pensar en luchar por un entorno sano, para tratar de que la especie tan equívoca y contradictoria que somos por lo menos pueda frenar su apetito por acabar con el medio ambiente, que esa ansia científica de dominar la naturaleza, ya denunciada por Heidegger, se frene y evitar así que las políticas de desarrollo carentes de sustentabilidad sigan causando más daños a la naturaleza.
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