Si algo ha sido fundamental para que los amantes de la música puedan disfrutar de ella han sido los avances tecnológicos que han permitido hacer de ese arte algo mucho más fidedigno sino también transportable, haciéndola más inmaterial de lo que ya de por sí es. Hoy, sin embargo, el mercado de distribución musical se edifica sobre cimientos equivocados y lo que es peor retrógrados.
Un ejemplo de esto es el sistema DRM (Gestión de Derechos Digitales en español) adoptado por algunas empresas discográficas que lesiona de manera radical los derechos de los consumidores y desde el punto de vista técnico es de menor calidad, potencia y versatilidad que el ofertado por la tecnología P2P donde el contenido se comparte gratuitamente. Es legítimo que los grandes sellos discográficos exploren nuevos mercados en la red, pero es cuestionable hacerlo menospreciando a los consumidores y cobrar por la música más de lo que vale.
El DRM es un recurso tecnológico que permite manejar los contenidos musicales mediante dispositivos técnicos. A través de dicho sistema se puede controlar, por ejemplo, que sólo se reproduzca un archivo o canción determinado número de veces, o sólo en un aparato específico o computadora, o hasta programar la cantidad de grabaciones. Esta tecnología limita al usuario a hacer lo que quiera con el contenido, como era característico de las tecnologías de reproducción anterior.
Pero tal vez lo peor para el consumidor sea la gran existente entre la compra de un disco compacto y la de una tienda en línea, porque la calidad de la melodía en el primer caso es mayor mientras que en el segundo es de peor calidad, el usuario queda atado a un determinado reproductor y pierde la libertad para pasarla a distintos soportes y formatos y, lo más lamentable, es que en precio un disco en línea es equivalente a un disco compacto comprado en una tienda comercial.
Esto lo acepta el consumidor porque no carece de información y “tolera” el abuso y el desprecio que supone pagar por un contenido que en estricto sentido es alquilado, ya que la música la puede escuchar mientras pague y en el momento que deje de hacerlo pierde ese derecho. Pero intentar dirigir al usuario y dictarle el consumo no es del todo eficaz, al grado de que mucha gente descarga la música de manera gratuita de sitios como BitTorrent, por ejemplo, y la DRM es violada por diversos hackers, confirmando que sólo a través de un sistema de pago justo por el valor de la música es como se puede frenar el intercambio de música y, sobre todo, detener la piratería.
Publicado en el diario Milenio.
Un ejemplo de esto es el sistema DRM (Gestión de Derechos Digitales en español) adoptado por algunas empresas discográficas que lesiona de manera radical los derechos de los consumidores y desde el punto de vista técnico es de menor calidad, potencia y versatilidad que el ofertado por la tecnología P2P donde el contenido se comparte gratuitamente. Es legítimo que los grandes sellos discográficos exploren nuevos mercados en la red, pero es cuestionable hacerlo menospreciando a los consumidores y cobrar por la música más de lo que vale.
El DRM es un recurso tecnológico que permite manejar los contenidos musicales mediante dispositivos técnicos. A través de dicho sistema se puede controlar, por ejemplo, que sólo se reproduzca un archivo o canción determinado número de veces, o sólo en un aparato específico o computadora, o hasta programar la cantidad de grabaciones. Esta tecnología limita al usuario a hacer lo que quiera con el contenido, como era característico de las tecnologías de reproducción anterior.
Pero tal vez lo peor para el consumidor sea la gran existente entre la compra de un disco compacto y la de una tienda en línea, porque la calidad de la melodía en el primer caso es mayor mientras que en el segundo es de peor calidad, el usuario queda atado a un determinado reproductor y pierde la libertad para pasarla a distintos soportes y formatos y, lo más lamentable, es que en precio un disco en línea es equivalente a un disco compacto comprado en una tienda comercial.
Esto lo acepta el consumidor porque no carece de información y “tolera” el abuso y el desprecio que supone pagar por un contenido que en estricto sentido es alquilado, ya que la música la puede escuchar mientras pague y en el momento que deje de hacerlo pierde ese derecho. Pero intentar dirigir al usuario y dictarle el consumo no es del todo eficaz, al grado de que mucha gente descarga la música de manera gratuita de sitios como BitTorrent, por ejemplo, y la DRM es violada por diversos hackers, confirmando que sólo a través de un sistema de pago justo por el valor de la música es como se puede frenar el intercambio de música y, sobre todo, detener la piratería.
Publicado en el diario Milenio.
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