Perturbaciones y estridencias

viernes, 14 de marzo de 2025

 

No importa el calificativo que se quiera usar, lo cierto es que Elon Musk ocupa el lugar principal dentro de la administración Trump, al grado que desde un supuesto y «oscuro» departamento de eficiencia gubernamental (Doge) ha terminado por desplazar a prácticamente todo el gabinete de Trump, se ha apoderado de buena parte de los resortes internos de gobierno en nombre precisamente del Ejecutivo. Su bandera son los supuestos ahorros, por lo que emprende su cruzada de manera prepotente y estridente, a un ritmo donde priva una escandaloso espectáculo tecno.

Trump gusta, también, de esos shows que monta todos los días —como una receta que aplica todo populista autoritario—, para dominar la agenda noticiosa diciendo cada día barbaridades, saltando de un tema a otro, de manera que apenas se intenta analizar una medida cuando ya lanzó otras dos locuras y ocurrencias que despedazan cualquier intento reflexivo y mesurado de evaluar lo que apenas acaba de decir o dijo ayer.

Los críticos dicen que la oposición es inexistente, que los demócratas han sido avasallados, pero que mucho suena a lo que hemos vivido en México. No se sabe si realmente la oposición ha sido borrada, o si los populistas actúan de manera arbitraria y antidemocrática siguiendo el ritmo del mantra de «moverse rápido y romper cosas», y al hacerlo constantemente hacen que cualquier crítica o cuestionamiento quede siempre desfasado.

Trump ha encontrado en Elon Musk su complemento perfecto, es el acompañante ideal que comprende a la perfección sus impulsivas maneras de usar la política como una palanca para el negocio, para obtener lo que se quiere bajo un enfoque autoritario. Musk es el apéndice perfecto de Trump, porque es sensacionalista, propagador de falsedades y un mediático compulsivo que difunde a todo pulmón su fervor por un Estado mínimo. Tal ha sido la relación que mantienen Trump y Musk, que el segundo prácticamente está por encima de todos los integrantes de su gabinete.

El Doge cumple doble función: por un lado, es un artificio perfecto de propaganda (algo así como evitar el derroche y devolverle al pueblo lo que le han robado) para la implementación de Maga, pero al mismo tiempo es el brazo ejecutor de la destrucción de funciones vitales del Estado. El Doge parece el diseño idóneo para los fundamentalistas de Silicon Valley, para los que son amantes del egoísmo racional, que aborrecen el Estado, que abominan tomar decisiones basadas en el consenso. El interés de Musk es acabar con un elemento fundamental de la estructura de gobierno, la rendición de cuentas y los mecanismos decimonónicos que hace que las acciones implementadas por el Estado sean legítimas ante los ciudadanos.

A los perturbados fans de Musk les enloquece la estridencia de su ídolo, sus arrebatos de poder, que comparten porque ellos también desprecian reglas, normas, leyes, pagar impuestos, y porque consideran que acabar con las ayudas y aportes sociales es quitarles dinero a ellos. Ahí donde Doge quiere sumisos, en donde se inculca el «te sometes o garrote», que es el ejemplo de las dicotomías que reinan en la administración Trump: me sirve, no me interesa; es bueno o es malo para generar dinero; me es útil si sirve para mis fines, de lo contrario hay que eliminarlo. Las medidas de Musk se implementan de mano del histrionismo, de la destrucción y el saqueo. Los calificativos que se pueden dar a las medidas del desmantelamiento de organismos, es la propia de mafiosos que quieren llevar a la ruina al Estado que, supuestamente, dicen que quieren encumbrar.

Pero detrás del telón existen cuestiones que no vemos: como dice Tressie McMillan Cottom (shre.ink/bnce): «el contenido no revela la maquinaria de la influencia: los acuerdos firmados, los acuerdos de confidencialidad emitidos, las métricas usadas para medir el valor en dólares de la respuesta emocional del público. En la política, el contenido puede ocultar el dinero y el poder que están en juego». A estas alturas, es de ingenuos creer que el Doge no acuna el conflicto de intereses de una persona que es dueña de Tesla o SpaceX y que ahora tiene acceso a contratos y convenios firmados en el pasado por el gobierno con otras empresas competidoras de Musk.

El dúo perfecto entre un promotor inmobiliario de dudosa reputación —de hecho, un delincuente— convertido en presidente, y un magnate que apela a su genialidad y su enorme capacidad para revolucionar el campo tecnológico, pero que se ha valido del financiamiento estatal para alcanzar el éxito y, sobre todo, hacer un credo la idea de que la innovación sin velocidad no sirve, y en donde no importan el cumplimiento estricto de normas y reglas de certificación para alcanzar los objetivos. En ambos casos, a los aprendices, Trump y Musk, los une un enfoque de gestión y una cultura del dinero que puede incluso apelar a las peores artimañas para lograr el éxito. Pero decirles que actúan cínicamente, que son hipócritas, que carecen de vergüenza, de nada sirve. Para esos populistas que combinan el negocio y la política, decirles eso es como inyectarles una dosis de adrenalina para que agarren más fuerza para demostrar su poderío. Y de esas dosis hemos tenido nosotros bastante el sexenio pasado.

Por cierto, Musk ha arremetido contra los programas de ayudas que el gobierno estadounidense tiene, pero como siempre en él es una media verdad. Él ha dado vida a su imperio —Tesla y SpaceX— sirviéndose de fondos públicos, de apoyos gubernamentales. A pesar de su crítica al Estado, de su perorata de que la innovación solo proviene del sector privado, de lucrar con una narrativa libertaria, Musk en realidad sería peccata minuta sin las contribuciones públicas para apuntalar su tecnología. Ya la economista Mariana Mazucatto ha señalado hasta la fatiga que todas las gloriosas innovaciones que vemos hoy desplegadas o plasmadas en muchas tecnologías de uso diario, en realidad fueron factible gracias a Arpa que, por ejemplo, financió el desarrollo de los vehículos autónomos y de varias tecnologías adyacentes y que retomó Musk y las perfeccionó. Si eso no se hubiera dado seguramente no hubieran existido Tesla y SpaceX (shre.ink/bnuL).

Pero en este juego de máscaras también México está inmerso. Por un lado, Musk ve a México como un eslabón en la expansión de sus negocios, por otro considera que el gobierno mexicano es la expresión de un claro narcogobierno, pero no tiene ningún reparo en hacer negocios con él. Lo mismo se puede decir del gobierno de Claudia Sheinbaum, a pesar de que diga que rechaza los calificativos de tener tratos con los narcos, al mismo tiempo la CFE suscribe un contrato cercano a los 200 millones de dólares con Starlink, empresa de Musk, para que proporcione conexión a internet a las zonas rurales o agrestes del país.

Publicado en La Jornada Morelos

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