La IA entre el entusiasmo y la crítica

viernes, 14 de marzo de 2025

 

La constelación de inteligencias artificiales (IAs) se ha ampliado. Las propuestas se acumulan: Mistral, Open AI y su o3-mini, Gemini, Grok 3, Qwen, Perplexity o Claude 3.7 Sonnet. También están las que se conocen poco como Hunyuan Turbo S, de Tencent, lanzada recientemente en China. Esto son ejemplos de una tecnología que cada semana lanza nuevas ofertas. Aunque hoy ganan terreno los modelos de código abierto, lo que termina por generar una propuesta desbocada de más IAs. Ya vienen las IAs latinoamericanas para el mes de mayo que ampliarán el abanico de ofertas.

Con tantas IAs de procesamiento de lenguaje natural que se lanzan, eso ya no es tan espectacular y parece que dicha tecnología se ha vuelto una especie de comoditie; cada corto lapso se acumulan ofertas y al paso que vamos se empieza a matar la sorpresa; en la tecnología el interés lo genera lo que impresiona, cuando se instaura la novedad por la novedad el entusiasmo decae. No olvidemos que en la IA, también, el problema está en que la novedad de lo mismo es vista como sinónimo de permanencia, de anquilosamiento.

Además, muchas suenan bien o se difunden con grandes virtudes pero terminan siendo más ruido. Eso experimentamos recientemente con Grok 3, que al principio nos impresionó por el procesamiento ante determinadas preguntas, pero su trabajo de procesamiento de datos al final no se tradujo en resultados sustanciales o mucho mejores respecto de otras IAs como DeepSeek o Gemini, por ejemplo. En este caso, como sucede con muchas tecnologías, se usan pero las respuestas y resultados que ofrece no son suficientes como para que uno termine pagando la membresía SuperGrok.

Cuando Bill Gates refiere a que «La gente tiende a sobreestimar lo que puede hacer en un año y subestimar lo que puede hacer en diez años», está describiendo lo que sucede hoy con la IA, ya que toda la grandilocuencia que ahora vemos en propuestas, análisis y reflexiones se centra en lo que está siendo el presente de la IA. Pero también, es verdad, que poco sirve tratar de ver demasiado lejos y pavimentar de referencias éticas y hasta morales este terreno: las nuevas mentes que se incorporarán en la creación tecnológica como la IA la van a moldear con base en lo que demande su entorno, por sus necesidades y preferencias. Además, es difícil dibujar el devenir porque desde donde estamos parados parece que quedaremos a merced de la inercia producida por unas cuantas empresas multinacionales, de unas cuantas IAs, dirigidas por personas que hoy son unos infantes y que tendrán en su mano diseñar el mundo del mañana sin haber conocido el mundo pasado y sin interés en hurgar en la historia.

Para varios, es onanismo centrarse en el tema de la inteligencia, cuando se considera que las IAs carecen de ella. Otros por su parte refieren que sí la tienen, incluso consideran que CHAT-GPT, Meta Ai, Perplexity o Deep Seek sí tienen inteligencia, incluso refieren que bien se les puede calificar de que son las primeras IAs de propósito general. Para nadie es un secreto que comparada con un humano las IAs actuales tienen severas limitaciones, por algo se les da el mote de débiles, pero no pasemos por alto que en muchos terrenos son mucho más competentes que cualquier persona —que son a quienes etiquetamos de contar con inteligencia general o robusta—. Pero no pasemos de largo en equiparar la experiencia de una IA a la de un humano como inconmensurables, ya que en las «mentes» de silicio hay rasgos inteligentes. Para los que gustan de ver el presente con los ojos de Sófocles, esto puede parecerles una tragedia.

Por supuesto que nuestras IAs son incompetentes, confunden cosas, dan respuestas desacertadas, pero tampoco es que los humanos sean un dechado de competencias y destrezas mentales: Hay incompetentes que dirigen un país, como el más poderoso del orbe, que confunden las cuestiones de transgénero con los transgénicos. Sin olvidar que hay humanos que dicen tantas barbaridades, ante los cuales palidecen las IA en cuanto a desatinos expresados.

Por un lado se quiere que nuestras herramientas cognitivas artificiales no alcancen la competencia de la de los humanos, y cuando tienen traspies las cuestionamos o nos mofamos de ellas, y pasamos por alto que humanos supuestamente que su materia es el campo intelectual también fallan en sus estimaciones.

No se trata de ver quien tiene la superioridad moral, como por ejemplo decir que la IA es pura matemática y carece de biología. Apoyémonos mejor en el test de Turing, que se considera la manera de saber si una máquina es inteligente o no: si una persona interacciona con dos personas, en donde una es una máquina, y no encuentra diferencia en las respuestas que ambos le dan, entonces la máquina pasa el test de inteligencia. Siendo sinceros una IA basada en el procesamiento de lenguaje natural —que también reciben el nombre de IAs generales de nivel 1— permite entender y generar texto de manera similar a como lo haría un ser humano, incluso una persona que no supiera que está ante una máquina/software con este tipo de procesamiento de lenguaje natural podría mantener una interacción con ella y no percatarse que está dialogando con una máquina.

Pedimos demasiado y la verdad es que con poco es suficiente para saber si una IA razona. Descartes señalaba que para evidenciar una prueba de inteligencia solo era suficiente con que se tuviera capacidad de mantener una conversación. Pero ahora parece, como dice Fenollosa, que como una máquina lo hace, entonces se le pide que haga mucho más que eso, se le demanda capacidad de soñar o incluso como dice Roger Bartra en su libro Robots y chamanes: la IA será factible cuando experimente algo similar al efecto placebo en los humanos. Lo que demanda Bartra es que la IA existirá cuando tenga una dimensión subjetiva y emocional como la tienen los humanos. En otras palabras, Bartra señala que la verdadera IA no se limitaría a la imitación de procesos cognitivos, sino que requeriría una dimensión emocional y subjetiva que hoy parece exclusiva de los seres humanos. Menuda manera de esquivar lo que ya acontece con la IA en este momento. El hecho de que se entrene con enormes cantidades de datos para entender cómo funcionan las frases o los argumentos y para contextualizar hechos sobre el mundo no significa que solo se dedique a copiar y pegar cosas o crear meros collages. Estamos desde la aparición en 2017 del transformador —de lo que hablaremos en otra oportunidad— frente a algo fundamentalmente nuevo que no se había experimentado anteriormente. La IA evidencia hoy capacidad de razonamiento, genera cosas que a veces nadie espera y proporciona contenidos nuevos. Y eso es lo interesante. 

Pero eso no impide cuestionar que hay una fatiga de IAs, lo que preludia probablemente una estratificación del mercado en donde varias funcionarían como una especie de commodities, pernoctarán en el limbo del olvido o la intrascendencia, mientras que habría algunas soluciones más avanzadas, sofisticadas, especializadas que podrían tener un valor mayor. En todo caso, este campo, al final, será un terreno para unos cuantos jugadores.

Publicado en La Jornada Morelos

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