Desde hace tiempo la pornografía se propaga por diferentes medios de comunicación (prensa, cine, video o televisión), pero su difusión siempre se ha desenvuelto entre censuras y críticas al grado de sufrir ataques por parte de grupos feministas y cuestionamientos de las mismas declaraciones internacionales por la igualdad de derechos. Sin embargo, en internet los llamados contenidos pornográficos han hallado un refugio ideal, diversificándose y multiplicándose como virus, de forma tal que los materiales con expresiones cuestionables han conocido un auge notorio. Por eso no es extraño que en la red cualquier preferencia sexual tenga incondicionales: heterosexuales, bisexuales, zoofílicos, sadomasoquistas, parafílicos…
El lugar común indica que la pornografía es zona de explotación y aberración estética, pero no se puede soslayar que el proceso audiovisual de la pornografía en parte fue resultado de la revolución sexual y la lucha feminista desatadas en Estados Unidos en los años setenta del siglo pasado, cuando se hicieron habituales la exhibición del cuerpo y la glorificación de las prácticas sexuales consideras pervertidas. Sin embargo en la actualidad, un segmento del movimiento feminista estadunidense y canadiense, que hereda parte del discurso de la desaparecida y polémica Andrea Dworkin, está interesado en eliminar la pornografía no por motivos religiosos, sino porque consideran que dichos filmes causan daño a las mujeres que intervienen en ellos al ser violentadas por los actores excitados que participan en esas películas; además, se cuestiona que tales materiales terminan por convertirse en un catálogo pedagógico de cómo someter a las mujeres, llevando a muchos hombres consumidores de películas porno a ejercer violencia con sus parejas.
Nada en lo oscurito
Lo cierto es que el nudo problemático está alrededor de lo fines que persiguen erotismo y pornografía, mientras a la segunda no le interesa ocultar sino exhibir de manera sórdida el cuerpo, el primero trata de insinuar más que mostrar claramente. Es por eso que los pornógrafos no se reservan nada, dicen todo por su nombre, le hablan al placer sin pelos en la lengua, mientras que los eróticos optan por apoyarse en la metáfora y en el barroquismo, incluso en algunos casos subyace en su postura la defensa de una cuestionable idea del buen consumo sexual, ya que se parte de que todo lo que no es explícito en materia sexual es lo de valía y hasta de mayor calidad cultural.
Es precisamente por ese carácter de hacer público lo privado e incluso lo íntimo, de que nada debe quedar mantenido en lo oscurito, que la pornografía fue retomada por los grupos feministas, particularmente por las lesbianas. En los años sesenta el feminismo partía de que el erotismo era obligatorio para llevar a cabo el acto sexual. Pero eso no era compartido por todas las tribus feministas, ya que había un sector para el cual la violencia no era lo destacable de la pornografía y tampoco lo era el dominio de la mujer, acusaban al erotismo de reproducir esquemas convencionales e indicaban que éste no permitía explotar el placer y llevarlo a sus límites.
Hoy esa tendencia ha encontrado en la red una amplia avenida para construir una visión homosexual femenina de las relaciones sexuales. En ella se difunde la idea de que la pornografía lésbica es una sexualidad femenina activa, que estimula el goce sexual soberano de la mujer. Para ellas en algunos casos, si bien es cierto que los filmes e imágenes porno presentan a las mujeres como objetos, lo que en realidad debe destacarse es que una buena parte de ellos también ofrecen un disenso dirigido a la mirada de otras mujeres en donde ellas se ven como sujetos. Cuestionable puede ser esto, pero lo que no se puede negar es que la pornografía ha ido obteniendo cada vez más adeptas, como chicas comunes que no les interesan las disertaciones teóricas, testimonio de ello son los sitios de pornografía para lesbianas como GirlPornClub y, sobre todo, Cyberdyke en donde el porno es producido, cobrado y consumido por lesbianas.
Publiado en diario Milenio, 11 de diciembre 2005.
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Nada en lo oscurito
Lo cierto es que el nudo problemático está alrededor de lo fines que persiguen erotismo y pornografía, mientras a la segunda no le interesa ocultar sino exhibir de manera sórdida el cuerpo, el primero trata de insinuar más que mostrar claramente. Es por eso que los pornógrafos no se reservan nada, dicen todo por su nombre, le hablan al placer sin pelos en la lengua, mientras que los eróticos optan por apoyarse en la metáfora y en el barroquismo, incluso en algunos casos subyace en su postura la defensa de una cuestionable idea del buen consumo sexual, ya que se parte de que todo lo que no es explícito en materia sexual es lo de valía y hasta de mayor calidad cultural.
Es precisamente por ese carácter de hacer público lo privado e incluso lo íntimo, de que nada debe quedar mantenido en lo oscurito, que la pornografía fue retomada por los grupos feministas, particularmente por las lesbianas. En los años sesenta el feminismo partía de que el erotismo era obligatorio para llevar a cabo el acto sexual. Pero eso no era compartido por todas las tribus feministas, ya que había un sector para el cual la violencia no era lo destacable de la pornografía y tampoco lo era el dominio de la mujer, acusaban al erotismo de reproducir esquemas convencionales e indicaban que éste no permitía explotar el placer y llevarlo a sus límites.
Hoy esa tendencia ha encontrado en la red una amplia avenida para construir una visión homosexual femenina de las relaciones sexuales. En ella se difunde la idea de que la pornografía lésbica es una sexualidad femenina activa, que estimula el goce sexual soberano de la mujer. Para ellas en algunos casos, si bien es cierto que los filmes e imágenes porno presentan a las mujeres como objetos, lo que en realidad debe destacarse es que una buena parte de ellos también ofrecen un disenso dirigido a la mirada de otras mujeres en donde ellas se ven como sujetos. Cuestionable puede ser esto, pero lo que no se puede negar es que la pornografía ha ido obteniendo cada vez más adeptas, como chicas comunes que no les interesan las disertaciones teóricas, testimonio de ello son los sitios de pornografía para lesbianas como GirlPornClub y, sobre todo, Cyberdyke en donde el porno es producido, cobrado y consumido por lesbianas.
Publiado en diario Milenio, 11 de diciembre 2005.
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