Hoy el mundo laboral no puede
ser entendido sin la denominada economía colaborativa, que ya alcanza a una
porción significativa de personas a escala mundial que directa o indirectamente
usan los múltiples servicios o plataformas dedicadas a la susodicha economía.
Debe recordarse que los términos economía colaborativa y economía
gig están entrelazados, aunque el primero surgió con el despertar del
siglo XXI, el segundo nació y se popularizó en 2008 con la irrupción de
plataformas digitales, que conectan a trabajadores independientes con tareas
específicas, transformando el mercado laboral y ofreciendo una alternativa al
trabajo tradicional.
La economía colaborativa es un
modelo que propone el uso compartido, el intercambio, alquiler o venta de
recursos privados subutilizados, en donde se puede dar o no una
contraprestación económica. Al inicio, la economía compartida se difundió como una
manera de tener un trabajo/ingreso complementario y con trabajos esporádicos. Previo
a esa clasificación surgieron sitios que embonaban con la filosofía de
compartir y todo lo que después retomó la economía colaborativa. El espectro es
amplio, aquí nos centraremos en los que tienen que ver con los alquileres
temporales de espacios físicos, uno de los primeros fue Couchsurfing.com,
imitado después por Airbnb y lanzados para ganar un dinero y complementar los
ingresos tradicionales, al tiempo que proporcionan a terceros acceso a espacios
y hospedaje a precios reducidos.
Un caso paradigmático fue
Craiglist, lanzado en los años 90 con el objetivo de proporcionar una manera
útil y sin fines de lucro el intercambio de información y difusión de eventos
de forma local, en la Bahía de San Francisco particularmente. Craigslist o la
misma Couchsurfing, pretendían reducir los gastos del consumidor y ser una
alternativa a la dinámica de consumo capitalista. Los centros de recursos
comunitarios y los trueques permitían a los usuarios acceder a productos
baratos o gratuitos. Poco después, Craiglist le arrebató a los medios impresos la
modalidad de sus ingresos por la promoción de anuncios (aviso oportuno), pero
al mismo tiempo empezó a ser fuente de inspiración en el intercambio y renta de
espacios, conocido como la era del bed and breakfast.
Eso inspiró el surgimiento de
sitios como Airbnb, que nació como modelo de bed and breakfast,
pero con la peculiaridad de que por un lado era un complemento a los ingresos
de las personas, pero al mismo tiempo el compartir un cuarto y desayuno con
otros era una manera de que las personas tuvieran un contacto directo,
amigable, alternativo tanto en costo como en interacción que un hotel o
cualquier sitio de hospedaje convencional. Así que en 2007 Brian Chesky y Joe
Gebbia —fundadores de Airbnb— se les ocurrió crear un sitio, «Air Bed and
Breakfast», para alquilar colchones inflables en su apartamento a asistentes de
una conferencia que no podían tener espacio por la saturación que se vivía en
los hoteles. Su ocurrencia fue un éxito, vieron que se podía tener ingresos
alquilando recámaras no ocupadas en sus departamentos.
Después el nombre se recortó, a
Airbnb, acrónimo de «Air Bed and Breakfast», que pronto se convirtió en una
referencia que ha terminado por trastocar la industria de alquileres a corto
plazo y el mismo sector hotelero. Airbnb
fue promotor de una versión sui generis, pero moderna y accesible del
concepto clásico de hospedaje con desayuno incluido. El éxito de Airbnb al poco
tiempo fue evidente, ya que se extendió rápidamente por Estados Unidos y el
planeta, fue una alternativa para mochileros y gente con pocos recursos, que buscaban
modelos novedoso de hospedaje, además era ideal para quienes rentaban ya que no
pagaban impuestos y el sitio se abrió camino para aprovechar las lagunas
jurídicas y propalarse, pero al mismo tiempo empezaron a surgir quienes lo
vieron como una buena manera de obtener ingresos y se trastocó la idea original
de crear un espacio compartido donde tanto anfitriones como huéspedes pudieran
interactuar, conocerse y compartir experiencias culturales.
En sus orígenes, hospedar en
Airbnb no era compartir sólo el espacio habitado. El hospedaje ofrecía que al
tener personas compartiendo espacio en su hogar, Airbnb proporcionaba a los
anfitriones la oportunidad de conocer e interactuar con personas de otras
ciudades o países. Así que el concepto iba más allá del simple alojamiento; el ethos
Airbnb era que los anfitriones compartían su manera de ser, su forma de vivir,
su autenticidad con los huéspedes, los introducían en la cultura local, les
sugerían actividades únicas y mejorar las experiencias de estadía de sus
huéspedes. Sin embargo, estudios como los de Alexandrea J. Ravenelle (Precariedad
y pérdida de derechos) indican que la disponibilidad y
accesibilidad de vivienda se vieron comprometidas cuando las unidades
habitacionales se convirtieron en alojamientos de corto plazo, trastocando la
economía local.
La idea original era darle a
las personas la oportunidad de que tuvieran un ingreso, pero lo que aconteció
fue que estructuras inmobiliarias empezaron a concentrar departamentos en edificios,
casas para arrendar bajo la modalidad de estadías cortas, trastocando por
completo las ya de por si afectadas dinámicas de alquiler en diversas zonas,
generando o siendo uno más de los factores que han dado paso a la denominada
gentrificación. Hoy día los anfitriones de Airbnb no suelen «compartir» su casa
o «albergar huéspedes», sino alquilar su vivienda a precios que han dejado de
ser una alternativa respecto a los hospedajes tradicionales, ya son tan
onerosos como cualquier hotel. Es una transformación que erosionó la filosofía
original de intercambio cultural y hospedaje accesible, convirtiéndose en un
mecanismo que contribuye a la desigualdad habitacional y la gentrificación
urbana.
Hoy ya no se trata de compartir
espacios y cultura, sino de establecer operaciones comerciales a gran escala
con compañías enteras que actúan como intermediarios, manejando múltiples
propiedades y con operaciones diarias para asegurar una experiencia rentable
para los propietarios. Eso no quiere decir que no exista una porción de
usuarios propietarios de sus propios espacios, que gestionen ellos mismo la renta
de habitación vía Airbnb, pero el grueso está lejos del modelo de anfitrión
individual que compartía su hogar.
Lo cierto es que la economía colaborativa,
conformada por un nebuloso conjunto de plataformas y aplicaciones en línea, que
prometieron trascender el capitalismo en favor de la comunidad no terminó en
eso. No se cumplió la idea de que serviría para fortalecer la comunidad,
revertir la desigualdad económica, detener la destrucción ecológica,
contrarrestar el apetito materialista, empoderar a los pobres y llevar el
espíritu emprendedor a las masas. La economía colaborativa no fue la panacea
para los males de la sociedad moderna, al final ha terminado propagando el
precariado y trastocando las dinámicas espaciales en las urbes.
*@tulios41
Publicado en La Jornada Morelos
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