El ocaso del optimismo

martes, 18 de febrero de 2025


El despliegue de internet en su primera masificación se dio de la mano del optimismo. A fines de los años 80 y principios de los 90 dominaba la fe en el futuro, se veía ausente de conflictos y disputas estériles por modelos económicos e ideologías. Primero fueron las comunidades virtuales estilo Well que dieron fe de eso con sus interacciones digitales, casi al mismo tiempo hacia agua la Guerra Fría y se caía en un abrir y cerrar de ojos el Muro de Berlín, seguido por la desaparición de la URSS. Selló esa euforia Francis Fukuyama al hablar del fin de la historia: él refería que con el colapso de la URSS y el fin de la Guerra Fría, la humanidad había alcanzado el fin de las disputas ideológicas. Para él, la democracia y el capitalismo habían demostrado ser el sistema político y económico más exitoso y robusto.

Se pensaba en la idea de universalización de la democracia liberal y del capitalismo, se consideraba de forma entusiasta que las causas principales de los conflictos entre naciones (ideología, religión y competencia económica) pasarían al olvido, las naciones emprenderían una era de paz, cooperación internacional y prosperidad, ya que las naciones democráticas y capitalistas no tendrían incentivos para luchar entre sí. Al mismo tiempo, Berners-Lee daba a conocer en los 90 la Web, que aceitaría el optimismos de que una nueva era de comunicación y entendimiento llegaba con internet. Así, una sociedad democrática se definía tanto por el derecho al voto como por la facilidad del diálogo público. En la medida que los derroteros de la democracia dependían en gran medida de la salud de los medios de comunicación y de la cultura del debate que fomentan, entonces internet ocuparía lugar central. No se imaginó que internet tuviera implicaciones para la salud de la democracia.

Se reforzó la idea de que para alcanzar una mayor calidad democrática se requería transparentar el uso de los recursos públicos, de la manera en que se usaba el dinero de los contribuyentes y se desplegó a lo largo del planeta la idea de la transparencia que podía ser potenciada con el uso de internet. Al mismo tiempo, las naciones pactaban las coaliciones económicas para la cooperación y el comercio global.

La mayoría de los ciudadanos de los países del Este tenían en la cabeza una idea de liberación que estaba lejos de anhelar una competencia económica, ellos se imaginaban seguir contando con los servicios sociales gratuitos, empleo asegurado, alquileres bajos y otros beneficios que ofrecía el sistema comunista. Para ellos «Europa» era una imagen difusa, se la imaginaban que representaba bienestar y seguridad, libertad y protección. Pensaban que sería factible conservar las ventajas del socialismo y disfrutar al mismo tiempo la libertad occidental y su consumo. Eran sueños que luego devinieron en pesadillas y hoy muchos buscan exorcizarlas acercándose a propuestas políticas que proponen detonar el entramado liberal.

La creencia en un futuro optimista, donde ciertas expresiones políticas habían quedado relegadas al pasado, se vio alimentada por la confianza en el poder transformador de la tecnología. Se esperaba que la misma condujera a un mundo más democrático y confiable. Pero como gólems, las pesadillas del pasado resucitan y sacuden los cimientos de las democracias occidentales.

Occidente y Estados Unidos pasaron por alto la matanza y represión que el régimen chino efectuó en junio de 1999 en la Plaza de Tiananmén. La vieron como una violación de derechos humanos, pero fieles a la denominada «teoría de la modernización» partían de que todas las sociedades que se industrializaban y, en consecuencia, enriquecían a un sector de sus ciudadanos, acababan siendo democracias liberales semejantes a las occidentales. Pero el Partido Comunista chino afianzó su monopolio del poder, desmintió esa teoría y aprovechó todo el know how que le transfirió Estados Unidos vía el offshoring de los años 70, para convertirse en una potencia económica mundial que hoy desafía a Estados Unidos en el campo de la ciencia y las tecnologías de punta.

Se creyó que contar en el siglo XXI con herramientas interactivas de comunicación como las redes sociales robustecerían la democracia. De acuerdo con Zac Gershberg y Sean Illin, la paradoja fundamental de la democracia consiste en que hace de la comunicación libre y abierta algo indispensable para su funcionamiento, pero esa misma libertad se convierte en una fuente de vulnerabilidad interna. Esa contradicción representa el corazón mismo de la democracia y no tiene solución ni puede eludirse. En esencia, la libertad de expresión, pilar esencial del sistema democrático, es el punto más frágil, ya que su ejercicio pleno y sin restricciones tiene el potencial de socavarla desde dentro.

Hoy internet ha sido el recurso preferido que ha usado el fundamentalismo islámico, pero sobre todo la plaga populista mundial, de derecha e izquierda. Internet, las redes sociales particularmente e incluso la inteligencia artificial, han proporcionado a los grupos populistas herramientas poderosas para difundir su mensaje, movilizar apoyos y desafiar a las instituciones establecidas; han aprovechado los malestares sociales y el desgarramiento del tejido social para captar seguidores. El populismo desafía a la democracia, habla en nombre del pueblo, tiene vocación para polarizar, propaga desinformación y erosiona el debate público. Populismo e internet han conformado un binomio indisociable. Así internet, que fue vista como herramienta poderosa de globalización, hoy es el principal difusor de ideas nacionalistas y de proteccionismo económico que pulveriza el optimismo noventero por la red y la globalización.

Internet y las nuevas tecnologías de verse como cuna de democratización y libertad, han pasado en corto tiempo a convertirse en espacio para el surgimiento de magnates retrógrados. Por ejemplo, eso puede verse con el cambio de papeles desempeñado por los líderes tecnológicos. Tanto Bill Gates como Steve Jobs fueron visionarios con una notable arrogancia, cuyas innovaciones revolucionaron industrias completas. Sin embargo, su arrogancia estaba contenida dentro de un marco específico: la creación de productos y sistemas que, en última instancia, tenían un propósito funcional y comercial. Pero Elon Musk ha llevado su soberbia a un nivel nunca antes visto, no solo por su influencia en diversos sectores —desde la industria automotriz hasta la exploración espacial—, sino también por su comportamiento en X, su red social, donde muestra su creencia de ser un visionario iluminado y un líder mesiánico de la ultraderecha populista global. Musk está obsesionado en su «misión» de desmantelar el Estado de Estados Unidos mediante un agresivo proceso de desregulación económica, todos los días hace gala de su incontinencia mental. La aventura de Musk en Doge pulveriza cualquier optimismo, ya que tendrán consecuencias terribles para la sociedad estadounidense y para el futuro de la democracia en esa nación.

Publicado en La Jornada Morelos

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