El “Sí podemos” se multiplicó el martes pasado por las redes sociales, sitios y chats para demostrar el frenesí que está detrás de la obamamanía. Ya desde antes se había difundido esa frase por la red, pero ese día en espacios como Twiter o MySpace, los usuarios de procedencia latina, jóvenes en su mayoría, trataban de convencer a los indecisos de votar por Obama, lo que determinó que varios sufragaran de última hora por él.
En pasados procesos electorales estadunidenses, internet había sido usada, pero nunca en los niveles de las pasadas elecciones, hoy las redes sociales marginaron el uso del correo electrónico, que en esta ocasión fue el menos socorrido. La utilización de la red en el proceso electoral fue resultado de la existencia de condiciones tecnológicas maduras, de redes sociales que aglutinan una serie de tecnologías, la existencia de Obama que despertó un interés inusitado entre la ciudadanía y que él mismo fuera una persona que decidiera acudir a la red como un poderoso instrumento de propaganda política.
La red parece haber madurado y Obama desde el inicio de su precampaña lo entendió, al grado que durante las elecciones, después de la televisión, internet fue la que concentró los mayores gastos de su inversión en propaganda. Incluso hoy se sabe que más del 90 por ciento de los empleados de las tres grandes del top ten de las nuevas tecnologías: Microsoft, Apple y Google, aportaron dinero a la campaña de Obama. Los datos, hasta fines de octubre, indican que los mayores aportantes a dicha campaña fueron corporaciones y empleados de las mismas (Open Secrets: www.opensecrets.org). Aunque eso sí, como nunca antes en la historia electoral estadunidense las aportaciones provinieron tanto de la clase media como de la baja.
Además de la participación de los jóvenes, lo destacado fue la rebelión de las clases medias que residen en los suburbios ricos de las grandes ciudades del sur y el noreste de Estados Unidos, quienes huyeron del Partido Republicano demostrando su descontento por ocho años de bushismo, caracterizados por salarios estancados, desigualdades crecientes entre clase media y grandes millonarios, y las consecuencias inmediatas de la quiebra de Wall Street. Para ellos un voto para Obama fue un acto de protesta, amén de que las ocho casas y 13 vehículos del matrimonio McCain y los 150 mil dólares de gastos en vestuario de Sara Palin… no abonaron a la imagen del Partido Republicano. Pero el “Sí podemos” de Obama no quiere decir que eso se traduzca en un cambio radical de la economía de Estados Unidos y en un entorno más justo e igualitario.
Publicado en Milenio
La red parece haber madurado y Obama desde el inicio de su precampaña lo entendió, al grado que durante las elecciones, después de la televisión, internet fue la que concentró los mayores gastos de su inversión en propaganda. Incluso hoy se sabe que más del 90 por ciento de los empleados de las tres grandes del top ten de las nuevas tecnologías: Microsoft, Apple y Google, aportaron dinero a la campaña de Obama. Los datos, hasta fines de octubre, indican que los mayores aportantes a dicha campaña fueron corporaciones y empleados de las mismas (Open Secrets: www.opensecrets.org). Aunque eso sí, como nunca antes en la historia electoral estadunidense las aportaciones provinieron tanto de la clase media como de la baja.
Además de la participación de los jóvenes, lo destacado fue la rebelión de las clases medias que residen en los suburbios ricos de las grandes ciudades del sur y el noreste de Estados Unidos, quienes huyeron del Partido Republicano demostrando su descontento por ocho años de bushismo, caracterizados por salarios estancados, desigualdades crecientes entre clase media y grandes millonarios, y las consecuencias inmediatas de la quiebra de Wall Street. Para ellos un voto para Obama fue un acto de protesta, amén de que las ocho casas y 13 vehículos del matrimonio McCain y los 150 mil dólares de gastos en vestuario de Sara Palin… no abonaron a la imagen del Partido Republicano. Pero el “Sí podemos” de Obama no quiere decir que eso se traduzca en un cambio radical de la economía de Estados Unidos y en un entorno más justo e igualitario.
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