Auge ambiental

sábado, 7 de junio de 2008

La lucha por el ambientalismo tiene muchas historias y leyendas. Sus raíces se remontan a las prácticas de los indígenas que poblaron nuestro continente, algunos historiadores incluso fechan su arranque a partir del medioevo y otros dicen que es una cuestión mucho más cercana a nuestra época, que proviene de los efectos destructivos generados por las dos guerras mundiales del siglo pasado. Desde las ciencias sociales esta cuestión es tema de debate, ya desde el siglo pasado algunos teóricos de la escuela de Frankfurt habían denunciado la destrucción ecológica que para ellos era resultado del iluminismo o la modernidad. Sin embargo, es un hecho que nace en los años 60 del siglo pasado.
El punto de partida se puede fechar en 1962 con la publicación del libro La primavera silenciosa, escrito por Rachel Carson, un texto pionero que sensibiliza a la opinión pública estadunidense acerca de las agresiones químicas al entorno y que terminó por influenciar el interés de diversos sectores sociales por las cuestiones del ambiente. Nueve años más tarde esto adquiriría consistencia cuando Barry Commoner da a conocer El círculo que se cierra, un texto con una fuerte crítica al desarrollo tecnológico, pero que entraña una de las mejores conceptualizaciones de la relación entre ecología y los efectos ambientales generados por el humano, con lo cual nace, de igual manera, la ecología como un recurso político.
Desde los años ochenta los grupos ambientalistas fueron pioneros en el uso de la red, en ese entonces la vía mayoritaria que usaban las organizaciones para conectarse era vía correo electrónico. Así, ha crecido el interés que desde la década pasada adquirió dimensiones alucinantes, una de las primeras fue la Asociación para el Progreso de la Comunicación, que se tornó en el espacio en el cual confluyeron organismos interesados en causas como calidad del aire, contaminación del agua o agotamiento de la misma, biodiversidad, radioactividad, calentamiento global…
Lo que refleja la red es que los ecologistas, a pesar de sus contradi-cciones, son el asidero utópico que nos queda para pensar en luchar por un entorno sano, para tratar de que la especie tan equívoca que somos por lo menos pueda frenar su apetito por acabar con el medio ambiente, que esa ansia científica de dominar la naturaleza, ya denunciada por Heidegger, se frene y evitar así que las políticas de desarrollo carentes de sustentabilidad sigan causando más daños a la naturaleza.

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