De menos que cero a Trump

viernes, 1 de noviembre de 2024

 

Bret Easton Ellis (Menos que cero, American Psycho, Glamourama, Lunar Park y Blanco), un cronista mordaz de la decadencia y la vacuidad de la generación X, nació en 1964 en Los Ángeles, en medio del glamur y la frivolidad. Criado en las anodinas calles de Sherman Oaks, en el Valle de San Fernando, él encontró en la escritura refugio para explorar la oscuridad de un sector juvenil de Estados Unidos. A los veinte años, con la audacia de joven narrador maldito, escribió Menos que cero, novela que retrataba la vacuidad existencial de la generación X, la adicción a las drogas y el vacío emocional que ocultaban las fiestas desenfrenadas. Su publicación en 1985 lo catapultó al éxito, convirtiéndolo en millonario a temprana edad y consolidando su nombre como escritor provocador y controversial.

Menos que cero fue provocadora, no solo retrató la vida decadente y superficial de un grupo de estudiantes ricos en Los Ángeles durante los años ochenta, sino por vivir en medio de una alta ingesta de alcohol, drogas y sexo. Desde esa primera novela Ellis no sólo dejó plasmado su interés por los temas sexuales, sino que jugó con la idea de su bisexualidad y dibujó lo que era el camino al éxito de los yuppies.

Su narrativa me cautivó en los años noventa, unida de manera inseparable a los vibrantes ecos de la música que la acompañaban. Las grandes bandas de rock y los músicos emblemáticos de las décadas de los setenta y ochenta desfilaban por los libros de Ellis, convirtiéndose en un seductor ingrediente para quienes gustábamos del rock. Su prosa parecía resonar con los acordes de Led Zeppelin, The Doors, Rolling Stones, The Velvet Underground, Ramones, David Bowie, The Clash o Talking Heads. Aunque su producción literaria fue esporádica, sus obras lograron forjar un núcleo de fieles lectores; sin embargo, hoy el otrora interés que despertaba se ha desvanecido, a medida que las nuevas tecnologías han conquistado la atención de amplios sectores de la sociedad.

En Blanco, Ellis no solo desvela las intimidades de su vida, sino que lanza una estocada certera a la cultura contemporánea. Hoy la narrativa ha perdido fuerza, debido a que la gente está habituada a otro tipo de contenidos, se prioriza el consumo rápido y accesible, haciendo que la escritura profunda y reflexiva pierda relevancia; hoy dominan el entretenimiento visual por lo que prevalece el interés por las redes sociales, el cine y la televisión. Al mismo tiempo, vivimos una era dominada por un consumo fragmentado, las múltiples audiencias consumen varios productos culturales; al mismo tiempo, surgen modalidades de autopublicación que conducen a una saturación de oferta narrativa, haciendo difícil a las obras literarias destacar y captar la atención de los lectores.

Ellis apunta que muchos han caído bajo el embrujo de esa idea de que cualquiera es escritor o dramaturgo, de que cada uno posee una voz especial y algo importante que decir y eso se expresa en las negras fauces de las redes sociales todos los días. Hemos llegado a la era donde la escritura se ha democratizado, en donde se proclama que cualquier persona es competente para narrar. Se proclama que todo el mundo puede escribir un libro, como si las palabras fluyeran con la misma facilidad con que respiramos.

Señala que todo se ha vuelto no solo efímero, sino también de alcance limitado: «del mismo modo que la idea de la gran película americana o el gran grupo musical americano ha empequeñecido, se ha estrechado. Todo se ha degradado por la sobrecarga sensorial y la supuesta libertad de elección que nos ha traído la tecnología y, en resumen, por la democratización de las artes».

Hay algo de razón en esto, pero Ellis no dice nada a la inteligencia artificial (IA), ya que con la misma estamos instalados en la era en que la escritura ya no es importante porque la IA lo puede hacer, lo importante es saber manejar los LLM (Large language models), por lo que para un escritor no importa escribir, son más importante las preguntas (los prompt) que hace a la IA y la posescritura (la depuración de lo escrito por la IA).

Ellis contrasta de manera nostálgica el pasado, su juventud y los años setenta y ochenta que es una crítica a las nuevas generaciones, a los llamados millennials, centennials o nativos digitales. En el pasado se podía discutir con otros y criticar lo que escribía o sus posiciones políticas, «cuando se discrepaba [...] la discusión era racional, cuando las opiniones estaban movidas por la pasión y la lógica. En aquella época la censura corporativa no se aceptaba con tanta facilidad. No podías decir que no deberían haber escrito un programa de la HBO por su presunto (que no demostrado) racismo. Todavía no existía eso del delito de pensamiento, una acusación cotidiana en nuestros tiempos».

Lo que Ellis critica es el llamado «wokismo», la forma de activismo social y político centrado en la justicia social, la igualdad y la lucha contra la opresión, que busca y encuentra injusticia y desigualdad en el lenguaje y muchas acciones diarias. Reflexiona sobre cómo la piel de las nuevas generaciones se ha vuelto muy delgada. «Los millennials, su sensación de tener derecho a todo, su insistencia en tener siempre la razón a pesar de las en ocasiones abrumadoras pruebas en contra, su incapacidad para considerar las cosas en su contexto, su tendencia general a la reacción excesiva y al optimismo pasivo-agresivo…»

Echa de menos su época cuando incluso Hollywood, las universidades y los medios de comunicación eran partidarios de la libertad de expresión, en cambio hoy se regodean en señales contradictorias y la hipocresía moral. «Al grado que se ha terminado por confundir constantemente pensamientos y opiniones con delitos reales. Los sentimientos no son hechos y las opiniones no son delitos y la estética todavía cuenta; y la razón por la que soy escritor es para presentar una estética, cosas que son ciertas sin que tengan que ser siempre reales o inmutables».

En Blanco —publicado en 2020— se da tiempo para analiza que la misma política ha ido a tono con la superficialidad del capitalismo moderno. Ellis analiza la figura de Trump en el contexto de la sociedad actual, en donde es visto por un sector de estadounidenses con fascinación. Las redes sociales son espacios para el resentimiento social y la política canaliza eso. Es verdad que todas las sociedades, independientemente de su nivel de avance, tienen un trasfondo de resentimiento contra los sectores educados y un persistente apego cultural a la sabiduría popular, pero Ellis soslaya que el populismo justamente atiza el resentimiento y nutre la polarización. No sé qué pensará Ellis hoy de Trump, pero en Blanco sugiere que es parte de la anomalía digital, a tono con los tiempos dominados por el culto a lo virtual y lo estridente, pero que no deja de ser una postura política, lo cual es una actitud pobre sobre los terribles efectos que tiene para la vida pública de Estados Unidos el populismo trumpiano.

@tulios41

Publicado en La Jornada Morelos 301024

Poder y progreso


Daron Acemoğlu, Simon Johnson y James Robinson, destacados economistas, han sido reconocidos con el Premio Nobel de Economía 2024 por sus investigaciones sobre el papel de las instituciones en el crecimiento económico y la prosperidad. Según su teoría, el éxito de una nación no es fruto del azar, sino del diseño y funcionamiento de sus instituciones políticas y económicas. Los países más prósperos del orbe deben su riqueza a sistemas inclusivos que fomentan la participación, la justicia y la igualdad de oportunidades. Por el contrario, las naciones en desarrollo están frenadas por instituciones extractivas que concentran el poder y los recursos en manos de unos pocos, obstaculizando el progreso. Acemoğlu, Johnson y Robinson desdeñan la idea de que factores geográficos, culturales o la abundancia de recursos naturales sean los principales motores del desarrollo económico. En su lugar, enfatizan la importancia de instituciones sólidas, que promuevan la innovación, la inversión y la movilidad social. Su trabajo resalta la interconexión entre instituciones, crecimiento económico y bienestar social, brindando lecciones para implementar políticas públicas efectivas y un desarrollo sostenible.

Aquí reseñaremos dos de sus obras principales. En una de ellas, y más conocida en México, Por qué fracasan los países, Acemoğlu y Johnson toman como ejemplo a Nogales una ciudad dividida por la frontera entre Estados Unidos y México —la de Arizona y de Sonora—, para ilustrar cómo las instituciones, más que la geografía, la cultura o los recursos naturales, determinan el éxito o fracaso de una nación. Los autores se preguntan: «¿Cómo pueden ser tan distintas las dos mitades de lo que es, esencialmente, la misma ciudad? No hay diferencias en el clima, la situación geográfica ni los tipos de enfermedades presentes en la zona, ya que los gérmenes no se enfrentan a ninguna restricción al cruzar la frontera entre ambos países. Evidentemente, las condiciones sanitarias son muy distintas, pero esto no tiene nada que ver con el entorno de las enfermedades, sino que se debe a que la población al sur de la frontera vive en peores condiciones sanitarias y carece de una atención médica digna».

Las dos Nogales son como dos hermanos gemelos que crecieron en hogares  distintos. Aunque comparten el mismo origen y viven a solo unos kilómetros de distancia, las vidas de sus habitantes son completamente diferentes. En Arizona, la gente vive más tiempo, gana más dinero, tiene mejores escuelas y se siente más segura. ¿Por qué? Porque las reglas del juego son distintas. En Estados Unidos, las instituciones están diseñadas para que todos tengan las mismas oportunidades, mientras que en México el poder suele estar concentrado en pocas manos y las oportunidades son más limitadas.

El capitalismo mexicano, lejos de promover la competencia y el bienestar general, ha consolidado un sistema oligárquico donde una élite se beneficia de manera desproporcionada. La privatización de empresas estatales, como Telmex, ha sido un mecanismo clave para esta concentración de poder. La adquisición de Telmex por parte de Carlos Slim, en condiciones privilegiadas, es un ejemplo emblemático de cómo las élites utilizan su influencia política para enriquecerse a costa del interés público.

En Poder y progreso (escrito por Acemoğlu y Simon Johnson), los autores se adentran en el análisis de la relación entre tecnología, poder y progreso económico, ofrecen un análisis de cómo la innovación tecnológica ha moldeado la historia de la humanidad y cómo, a su vez, el poder político y económico han influido en los derroteros y la dirección de la tecnología.

La obra se entra en analizar la sociedad estadunidense. El texto aborda cómo la IA lejos de generar empleo, está exacerbando las desigualdades globales. Al automatizar trabajos y demandar una fuerza laboral altamente especializada, la IA deja atrás a millones de personas en países en desarrollo, donde los recursos educativos y económicos son limitados. Esta trayectoria tecnológica amenaza con ampliar la brecha entre ricos y pobres. La obra alerta sobre el peligro de que la IA se convierta en una fuerza desestabilizadora en el mercado laboral global. Al automatizar trabajos y demandar una fuerza laboral altamente calificada, la IA amenaza con generar un desempleo masivo en países en desarrollo, con efectos sociales y económicas devastadores.

Es curioso, señalan los autores, que la IA sea tan popular a pesar de no mejorar la productividad de manera significativa ni superar notoriamente las capacidades laborales humanas. Esto suposición se debe a que las empresas que recopilan grandes cantidades de datos obtienen ganancias con la publicidad personalizada. En realidad, un pequeño grupo de emprendedores, ejecutivos, visionarios y, en algunos casos, líderes políticos, son quienes deciden el rumbo de la IA. Sus decisiones determinan quién se beneficia y quién sale perdiendo con la innovación tecnológica.

Los autores reconocen que si bien la tecnología no nace con una dirección predeterminada, nada que tenga que ver con ella es inevitable. En gran medida, la tecnología ha aumentado la desigualdad por las decisiones que toman las empresas y otros actores con poder. La única manera de atenuar los efectos nocivos de la IA depende del papel de las instituciones y las políticas que emprendan. El impacto de la IA en el empleo dependerá de cómo se diseñe, implemente y regule. En tal sentido, las instituciones políticas y económicas desempeñan un papel crucial en la forma en que se adopte y use; se requiere diseñar instituciones inclusivas para garantizar que los beneficios de la IA se distribuyan en la sociedad; los gobiernos deben impulsar el diseño de políticas públicas que promuevan la creación de empleos de calidad, la educación y la capacitación, y que protejan a los trabajadores de los efectos negativos de la automatización, pero también los autores enfatizan que las personas no capacitadas o desplazadas por la IA puedan seguir teniendo actividades que llevar a cabo.

Además, se sugiere implementar una reforma fiscal, ya que el sistema tributario actual en muchas economías industrializadas incentiva la automatización. La idea es eliminar las desgravaciones excesivas para las empresas que invierten en software y maquinaria. El objetivo es que las compañías que invierten en tecnología para la automatización no continúen pagando impuestos más bajos que las aplicadas a la mano de obra humana para realizar las mismas tareas. Esta desigualdad fomenta la automatización y esta política también se observa en los sistemas fiscales de otras economías occidentales, aunque en algunos casos, el desequilibrio es menos marcado.

Las instituciones políticas y económicas tienen un papel fundamental en cómo se gestiona la transición hacia una economía impulsada por la IA. Para los autores regular la IA es necesario, pero fragmentar las grandes tecnológicas y emprender acciones antimonopolio contra los gigantes tecnológicos es una medida complementaria al objetivo más importante: alejar la tecnología de la automatización, la vigilancia, la recopilación de datos y la publicidad digital.

@tulios41

Publicado en La Jornada Morelos 231024

Medios públicos y retrocesos

 

Navegan entre dos aguas, por un lado pueden dar vida a  producciones de calidad, tener buenos espacios culturales alejados de fines comerciales; por otro, en materia de análisis de la realidad social y política su lente es corto y parcial, tienen urticaria por la diversidad de opiniones y posturas del espectro político. Así ha sido el caminar de los medios públicos en nuestro país.

A pesar de que artículo décimo transitorio de la reforma constitucional en materia de telecomunicaciones y radiodifusión de 2013 indica que los medios públicos deben ser plurales, no oficiales, eso es letra muerta. El citado artículo indica que los medios públicos federales, locales y de instituciones públicas «… que presten el servicio de radiodifusión deberán contar con independencia editorial; autonomía de gestión financiera; garantías de participación ciudadana; reglas claras para la transparencia y rendición de cuentas; defensa de sus contenidos; opciones de financiamiento; pleno acceso a tecnologías, y reglas para la expresión de diversidades ideológicas, étnicas y culturales».

El caminar en ese terreno ha sido desigual. Mientras que en los medios federales se avanzó desde el año 2000 hacia una mayor pluralidad, aunque con limitaciones financieras y debilidades editoriales, en los medios estatales esto ha sido prácticamente inexistente. Los medios públicos locales, han funcionado como extensiones de comunicación social, actuando como portavoces de los gobernadores en turno y replicando las políticas gubernamentales sin cuestionamiento. Han ignorado la diversidad social y política de sus regiones, enfocándose únicamente en destacar las políticas del gobierno. Sin embargo, esto no ha impedido que, ocasionalmente, cuenten con producciones de calidad en áreas culturales o científicas.

Si bien los medios públicos habían iniciado un camino hacia una programación más plural, reflejando la diversidad de la sociedad y la pluralidad política en sus noticiarios, este avance se dio a partir del año 2000, pero se vio truncado en el último sexenio. Debe reconocerse de imperfecciones y desafíos que aún persistían y deberían de subsanarse, pero lo logrado era un progreso no despreciable y eso lamentablemente se revirtió en el pasado sexenio.

Un claro ejemplo de esa regresión se manifiesta en la inefable «Hora Nacional», que durante el mandato de López Obrador regresó a ser mero apéndice de su área de comunicación social y un vehículo de propaganda gubernamental. Este fenómeno también se refleja en medios públicos como los Canales 11, 22 y 14 (SPR), siendo este último el más evidente en cuanto a su sesgo, ya que se dedica exclusivamente a transmitir contenidos que exaltan las políticas del gobierno morenista y sus funcionarios, alineándose con los intereses del régimen.

En enero de 2019, López Obrador declaró que esos medios públicos se convertirían en promotores de las libertades, la inclusión y la diversidad, además de espacios abiertos a difundir propuestas para abordar problemas sociales. Esta afirmación se realizó al presentar los nuevos coordinadores y directores del Sistema Público de Radio y Televisión, donde se prometió autonomía para los medios federales, pero también planteó la creación de un sistema unificado entre los sistemas públicos de comunicación con el fin de «informar con objetividad, profesionalismo e independencia». Afirmó que, a pesar de ser estaciones de radio y canales de televisión del Estado, no habría injerencia del gobierno en la información a transmitir. Pero fue mera añagaza, como lo confirmaron las programaciones de tales medios.

Se dijo que se crearían en las entidades sistemas públicos de radiodifusión que replicarían esa idea. Se habló de que la Ciudad de México y el Estado de Veracruz serían los sistema modelos o pilotos a replicar. Se puede decir que en la simulación se avanzó, y mucho, ya que sí se conformó en la Ciudad de México el SPR. Sin embargo, solo a eso se llegó.

Esa idea de pluralizar y dar paso a una verdadera etapa democrática de los medios públicos fue parte de esa logorrea que tan bueno fue para difundir el gobierno en el sexenio pasado. El ejemplo tangible de esto fue que 21 de diciembre de 2021 se dio a conocer el decreto de creación del Servicio de Medios Públicos de la Ciudad de México que de entrada violaba la Constitución capitalina que establece en su artículo 16 que «los poderes públicos crearán un Sistema Público de Radiodifusión de la Ciudad de México [...] operado por un organismo público descentralizado», independiente y, por tanto, no sectorizado. Pero el nuevo Servicio de Medios Públicos de la Ciudad de México quedó adscrito a la Secretaría de Cultura, pasando a ser un medio oficialista al servicio de la administración en turno.

La Constitución capitalina establecía —y sería similar en todo los SPR que se crearían— que se conformarían por consejos de administración y como órgano de gobierno por integrantes mayoritariamente ciudadanos sin compromisos partidarios. Además, se estipulaba que quien coordinara tal sistema sería designado por el Consejo de Administración, a partir de una terna propuesta por el Congreso de la Ciudad de México. Sin embargo, esta norma no se cumplió, ya que Claudia Sheinbaum nombró directamente al titular.

El Servicio de Medios Públicos de la Ciudad de México nació como medio oficialista y se anuló de facto la autonomía administrativa y de gestión del nuevo servicio, pero al mismo tiempo se convirtió en el ejemplo de cómo deberían de ser los medios públicos en general y el proceder de la 4T, de manera que a lo largo del año pasado se retrocedió en este terreno; de hecho, los otrora SPR proyectados nunca se implementaron.

La situación en las entidades sigue estancada, igual que en el pasado. No hay un retroceso notorio porque siempre han sido medios sumidos en el atraso. En esencia, han actuado como simples propagandistas de los gobiernos estatales. Esto se debe, en parte, a las audiencias escasas, a un sector que a cambio de tener un espacio para difundir su trabajo optan por ignorar o hacer como si no tuvieran ojos para ver la falta de diversidad de perspectivas que prevalece en tales medios. En última instancia, ese tipo de audiencias son los mayores obstáculos para los medios públicos, ya que perpetúan la falta de pluralidad y limitan la diversidad de voces y opiniones. Esto refleja una dinámica en la que la conveniencia y el mantenimiento del statu quo prevalecen sobre la búsqueda de medios más plurales y equilibrados en ideas y perspectivas.

Hoy no faltan las opiniones esperanzadas que ante nombramientos como el de Renata Turrent en la dirección de Canal 11, piensen que vienen mejores tiempos para ese medio y los otros. Sabiendo lo que Claudia Sheinbaum hizo con los Medios Públicos de la Ciudad de México, es de esperar que tales medios de difusión de Estado seguirán o contribuirán a la reproducción ideológica de la llamada 4T.

@tulios41

Publicado en La Jornada Morelos 161024

La visión de Nexus

 

Yuval Noah Harari, sin duda alguna es un destacado pensador contemporáneo que se ha ganado el título de «historiador del futuro». Sus análisis de eventos históricos se entrelazan con las tendencias tecnológicas actuales, permitiéndole proyectar posibles caminos para la humanidad. Harari explora los peligros y beneficios que las nuevas tecnologías conllevan, ofreciendo una visión profunda de nuestro futuro.

En Nexus, Yuval Noah Harari nos lleva en un viaje fascinante a través de la historia de la humanidad, vista a través del prisma de la información. Desde las primeras inscripciones rupestres hasta las complejas redes y plataformas de la IA, Harari explora cómo la información ha moldeado sociedades, culturas y sistemas políticos desde la Edad de Piedra hasta la era actual dominada por la IA. Con su prosa clara y su visión panorámica, Harari teje una narrativa cautivadora que nos alerta sobre los peligros que acechan en el horizonte digital. El título, Nexus, que significa conexión, refleja el punto de convergencia entre historia, tecnología, cultura y política que se explora a lo largo del libro. Harari argumenta que la IA crea nuevas formas de conexión, redes de información que transforman radicalmente los esquemas de información preexistentes, acercando cada vez más a humanos y máquinas.

La obra se divide en dos grandes secciones temporales. La primera se centra en el pasado, donde se analiza la evolución de la información, desde la comunicación oral hasta los medios masivos de comunicación, pasando por diversos formatos/interfaces como las tablillas de arcilla, los periódicos, la radio o la televisión. La segunda sección se enfoca en el presente y futuro, examinando las nuevas modalidades de información: la revolución digital y el papel de la IA en la configuración de nuestras dinámicas sociales y políticas. Se enfatiza en los desafíos y riesgos asociados con el uso de la IA y su impacto potencial en nuestra sociedad.

Según Harari, la información trasciende su papel de reflejar la realidad, ya que también establece vínculos cruciales entre los grupos humanos para interpretar la realidad. A través de ejemplos históricos que van desde textos sagrados hasta fenómenos contemporáneos como el populismo y la desinformación en las redes sociales, el autor analiza cómo diversas sociedades han aprovechado la información para moldear el orden social y político.

En la sociedad contemporánea, la información se ha convertido en un valor supremo, y se supone que su abundancia garantiza decisiones informadas. Pero esta suposición descansa sobre un mito: la información es objetiva y neutral (idea ingenua de la información). En realidad, la información es una construcción subjetiva, influenciada por intereses y poderes, lo que desafía la idea de que cantidad y calidad son sinónimos.

La ingenuidad de creer que la información es un espejo fiel de la realidad ha sido explotada por discursos populistas y de la posverdad. Estos, al apelar a emociones y prejuicios, polarizan y generan desconfianza. La IA, al automatizar la desinformación y personalizarla, profundiza esta crisis, relativizando la verdad y creando «burbujas de filtro». Las grandes plataformas, que se presentan como herramientas de unión, en realidad fomentan lo contrario. El peligro radica en la contradicción entre su imagen y sus efectos concretos. Harari nos alerta sobre el surgimiento de una IA «objetiva», carente de subjetividad, lo cual, paradójicamente, la convierte en una amenaza.

Según Harari, la IA es la expresión de una inteligencia «pura», carente de pasiones, de racionalidad «fría», la hace muy atractiva y seductora, pero al mismo tiempo eso constituye su mayor riesgo. La IA adquiere una capacidad que en teoría la hace presentarse como no influenciada por opiniones, creencias o emociones personales, lo que para muchos es una inteligencia objetiva que no se apoya en dogmas o suposiciones. Esto es lo que lleva a Harari, a ver a la IA como una fuerza transformadora más poderosa que cualquier potencia económica o ideología.

La IA, pues, es el tema más candente del libro, que de acuerdo con el autor está a punto de alcanzar un nivel de sofisticación suficiente (tal vez cuando sea una IA general), para tomar decisiones que escapan al control humano. En el momento que eso suceda la IA se convertiría, con su capacidad de agencia, en un actor global con intereses propios, que entrarán potencialmente en conflicto con los de la humanidad. La velocidad de desarrollo de la IA lleva un ritmo exponencial, ante lo cual son rebasadas las instituciones políticas y sociales para adaptarse. Esto la hace una fuerza disruptiva capaz de remodelar rápidamente el orden mundial. La IA podría llevar al desarrollo de armas autónomas que toman decisiones de vida o muerte sin intervención humana. Esto presenta serios dilemas éticos y de seguridad para la humanidad.

Harari sostiene que la IA representa un riesgo significativo para la democracia y la civilización en su conjunto. Argumenta que, sin un marco regulatorio robusto, la IA podría ser empleada para manipular a las masas y debilitar los fundamentos democráticos. Además, advierte sobre su potencial para ser utilizada con fines destructivos que amenacen a la humanidad. A medida que la IA siga avanzando en sofisticación, existe el peligro de que tome decisiones cruciales en nombre de los gobiernos, incluyendo la gestión de presupuestos, la asignación de recursos y el control social. Este escenario plantea un riesgo particular si gobiernos populistas utilizan la IA para facilitar la conformación de regímenes totalitarios.

El problema es que regular la IA es una cuestión intrincada que requiere un equilibrio fino. Es fundamental considerar diversas perspectivas para no limitar el avance de esa tecnología, pero también es crucial que los responsables de legislar tengan una comprensión sólida de la IA. Lamentablemente, esta combinación de conocimientos y experiencia es rara entre los legisladores en nuestra nación y en muchas otras.

Pero Harari advierte que la IA pone en riesgo la civilización, pero ¿no es una exageración? La historia demuestra que los humanos hemos sido nuestros peores enemigos, nos gusta exterminarnos de mano de principios y varias estupideces más, provocando devastadoras guerras y conflictos en nombre de ideologías, creencias e intereses. La Segunda Guerra Mundial, con su estremecedor balance de más de 60 millones de muertos, es un ejemplo trágico de nuestra propensión a la autodestrucción.

Si tememos porque la IA puede ser «diabólica», en realidad lo que estamos diciendo es que recelamos de que ella nos pueda superar en eso en donde hemos dado cátedra. Hoy estamos al borde de una catástrofe climática por el calentamiento global; hemos desestabilizado el clima de manera alarmante y con ello nos estamos destruyendo a nosotros mismos. A pesar de ser conscientes de que necesitamos de todos los ecosistemas de la biósfera para poder vivir como especie, seguimos destruyéndolos, desestabilizando la atmósfera y contaminando el planeta. Homo sapiens, pues, no es una perita en dulce, destaca por su destreza mental y creativa, pero también sobresale por su maldad, crueldad y afán de destrucción; los datos científicos son contundentes: la actividad humana está provocando una extinción masiva de especies a un ritmo sin precedentes. La defaunación, impulsada por la pérdida de hábitats, la caza y el cambio climático, es una de las principales causas de esta crisis. Homo sapiens se ha convertido en la fuerza geológica dominante, con un impacto desproporcionado en los ecosistemas.

La discusión sobre el papel de la IA, su estatuto epistemológico y su «naturaleza peligrosa» que Nexus expone, se asemeja al debate que enfrentamos hoy con la definición de vida. La biología sintética, la virología y la astrobiología se enfrentan a entidades que pueden considerarse «vivas» pero que no poseen una vida celular tradicional. Al fin de cuentas, hoy la IA es una más de las expresiones o entidades que trastocan nuestras certidumbres:  nos lleva a ver en lo inmediato consecuencias fatales para la humanidad. Pero vale la pena recordar la ley de Amara, «tendemos a sobreestimar el efecto de una tecnología en el corto plazo y a subestimar el efecto en el largo plazo».

Publicado en La Jornada Morelos 091024

@tulios41

 
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