Leyes y censura digital

sábado, 27 de septiembre de 2025


La inquietud sobre la privacidad en el entorno digital no es un fenómeno reciente, sino una premonición que germinó en los inicios de la red. Ya en la época de Arpanet, la rudimentaria precursora de internet concebida en la década de 1960, algunas voces académicas anticipaban los riesgos inherentes a la comunicación digital. En 1975, Tad Szulc publicó un artículo en The Washington Monthly advirtiendo que la red tenía el potencial de ser usada por agencias de inteligencia, como la CIA o el FBI, para fines de vigilancia local. A pesar de que la preocupación no era generalizada entre sus pocos usuarios, los expertos en temas de privacidad ya veían en el horizonte el sombrío espectro de la vigilancia gubernamental con las redes de cómputo (shre.ink/ShjR).

Hoy, la red se ha convertido en la plataforma que une a la sociedad global. Internet y la cultura digital alcanzan una masificación sin precedentes. Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), 5.5 mil millones de personas en el mundo son usuarios de internet y existen 5.76 mil millones de usuarios de teléfonos móviles. México, de acuerdo con Global Digital Insights, refleja esa tendencia con el 96.5% de su población usuaria de telefonía móvil y 110 millones de usuarios de internet. Vivimos, como si se tratara de una parodia del pensamiento de Gianni Vattimo, en la era de la «sociedad de la transparencia», una paradoja en la que, a pesar de esa transparencia y conectividad, hemos perdido la certeza sobre el destino de nuestros datos personales. Mientras algunos residen en nuestros dispositivos, una vasta y creciente porción se disuelve en el éter digital, queda almacenado en servidores cuya ubicación y uso desconocemos. La digitalización masiva ha transformado la vigilancia, pasó de ser una preocupación de expertos a una condición cotidiana. La huella digital de cada individuo —desde sus transacciones bancarias hasta sus conversaciones privadas y sus patrones de navegación— son activos de gran valor, no solo para las empresas, sino también para los gobiernos.

Con la masificación y expansión de los servicios en línea, la privacidad dejó de ser un tema exclusivo de especialistas para convertirse en una preocupación central para organizaciones civiles y usuarios de diversas plataformas. Es bien sabido que las empresas ofrecen almacenamiento y servicios gratuitos, ya que los datos generados por los usuarios alimentan sus bolsillos. Compañías como Google y Meta, por ejemplo, proporcionan servicios «gratuitos» a cambio de datos que usan para vender publicidad dirigida, desarrollar nuevos emprendimientos... Pero desde hace rato las mismas entidades estatales usan la red para acopiar datos de los ciudadanos.

En México, se observa una contradicción notable en el discurso sobre la privacidad y los derechos humanos. Aquellos que en el pasado defendían con vehemencia el control de las personas de su información personal, abogando por el derecho a la privacidad como pilar fundamental de la libertad de expresión  y de la misma dignidad humana, han modificado su postura al integrarse al oficialismo. Hoy, argumentan que la privacidad carece de relevancia en relación con los derechos humanos; como representan al «pueblo bueno» en el poder, no debe temerse que el Estado acopie datos personales. Un ejemplo reciente de ese apetito lo ilustra que desde el mes que corre, arrancó el programa piloto para el Registro de Usuarios de Telefonía Móvil, la idea es que para mediados del año próximo toda línea que no esté asociada a un usuario final, a sus CURPs, será suspendida. Esta disposición, enmarcada como una iniciativa de seguridad pública y telecomunicaciones, busca combatir la delincuencia mediante un mayor control sobre la identidad de los usuarios. Incluso se dice que es una medida nada comparable a otras similares que fueron impulsadas en el pasado, pero han sido superadas con creces.

La privacidad, lejos de ser un concepto abstracto, está intrínsecamente ligada a la dignidad humana y al ejercicio pleno de los derechos fundamentales. En este sentido, el debate actual en México no solo refleja un cambio en las posturas de ciertos actores políticos, sino que también invita a reflexionar sobre las implicaciones a largo plazo de sacrificar la privacidad en aras de la seguridad. El gobierno en turno conforma un ecosistema digital caracterizado por una centralización de datos personales y biométricos (huellas, rostro). La implementación de herramientas como Llave MX (que exige la CURP y número de teléfono móvil) para tramitar una acta de nacimiento en línea, o la obligatoriedad para 2026 de la CURP con fotografía y datos biométricos, pasando por las recientes medidas fiscales —aunque aún no aprobadas y posiblemente se retirarán— que exigen a las plataformas de streaming y comercio electrónico un acceso en tiempo real a los registros de sus usuarios en México, no son incidentes aislados.

Lo anterior es una manifestación de una tendencia gubernamental que busca expandir su control, difuminando la línea entre la fiscalización y la vigilancia. Si bien se presentan como soluciones para combatir la evasión fiscal o el crimen, la historia sugiere que tales medidas pueden ser el preámbulo de un control más estricto sobre los ciudadanos, con graves implicaciones para la libertad política y de expresión.

Cuando el Estado centraliza y accede a la información personal de los ciudadanos, crea un perfil detallado de su vida, sus hábitos y sus interacciones. El argumento de la seguridad nacional o la eficiencia fiscal se usan a menudo como mera justificación. Sin embargo, este poder, una vez en manos del gobierno, puede ser tentador de usar para fines más allá de los declarados. La historia de proyectos como el Renaut y el Panaut, los amagues del Código Fiscal en México sobre el rastreo y bloqueo de plataformas digitales o el suprimido artículo 109 de la Ley de Telecomunicaciones, son ejemplos de ese patrón. Más allá de que tales medidas se proponen para resolver el problema delictivo, esos mecanismos generan desconfianza, pueden ser disuasorios de la libertad de expresión y, de paso, demandar robustos mecanismos de protección de esos datos.

Diversos organismos civiles de nuestro país han advertido que las regulaciones referidas y las de internet en curso —además de la reforma judicial y la electoral que se avecina— conducen a una erosión fulminante de la democracia mexicana. La paradoja es que todavía no hemos tocado fondo, ya que se prepara en el Senado la Ley Nacional en Ciberseguridad y legislación en materia de libertad de expresión, lo que puede terminar siendo la cereza del pastel para coronar la implementación de la censura en el ciberespacio.

@tulios41

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La economía colaborativa


Hoy el mundo laboral no puede ser entendido sin la denominada economía colaborativa, que ya alcanza a una porción significativa de personas a escala mundial que directa o indirectamente usan los múltiples servicios o plataformas dedicadas a la susodicha economía. Debe recordarse que los términos economía colaborativa y economía gig están entrelazados, aunque el primero surgió con el despertar del siglo XXI, el segundo nació y se popularizó en 2008 con la irrupción de plataformas digitales, que conectan a trabajadores independientes con tareas específicas, transformando el mercado laboral y ofreciendo una alternativa al trabajo tradicional.

La economía colaborativa es un modelo que propone el uso compartido, el intercambio, alquiler o venta de recursos privados subutilizados, en donde se puede dar o no una contraprestación económica. Al inicio, la economía compartida se difundió como una manera de tener un trabajo/ingreso complementario y con trabajos esporádicos. Previo a esa clasificación surgieron sitios que embonaban con la filosofía de compartir y todo lo que después retomó la economía colaborativa. El espectro es amplio, aquí nos centraremos en los que tienen que ver con los alquileres temporales de espacios físicos, uno de los primeros fue Couchsurfing.com, imitado después por Airbnb y lanzados para ganar un dinero y complementar los ingresos tradicionales, al tiempo que proporcionan a terceros acceso a espacios y hospedaje a precios reducidos.

Un caso paradigmático fue Craiglist, lanzado en los años 90 con el objetivo de proporcionar una manera útil y sin fines de lucro el intercambio de información y difusión de eventos de forma local, en la Bahía de San Francisco particularmente. Craigslist o la misma Couchsurfing, pretendían reducir los gastos del consumidor y ser una alternativa a la dinámica de consumo capitalista. Los centros de recursos comunitarios y los trueques permitían a los usuarios acceder a productos baratos o gratuitos. Poco después, Craiglist le arrebató a los medios impresos la modalidad de sus ingresos por la promoción de anuncios (aviso oportuno), pero al mismo tiempo empezó a ser fuente de inspiración en el intercambio y renta de espacios, conocido como la era del bed and breakfast.

Eso inspiró el surgimiento de sitios como Airbnb, que nació como modelo de bed and breakfast, pero con la peculiaridad de que por un lado era un complemento a los ingresos de las personas, pero al mismo tiempo el compartir un cuarto y desayuno con otros era una manera de que las personas tuvieran un contacto directo, amigable, alternativo tanto en costo como en interacción que un hotel o cualquier sitio de hospedaje convencional. Así que en 2007 Brian Chesky y Joe Gebbia —fundadores de Airbnb— se les ocurrió crear un sitio, «Air Bed and Breakfast», para alquilar colchones inflables en su apartamento a asistentes de una conferencia que no podían tener espacio por la saturación que se vivía en los hoteles. Su ocurrencia fue un éxito, vieron que se podía tener ingresos alquilando recámaras no ocupadas en sus departamentos.

Después el nombre se recortó, a Airbnb, acrónimo de «Air Bed and Breakfast», que pronto se convirtió en una referencia que ha terminado por trastocar la industria de alquileres a corto plazo y el mismo sector hotelero.  Airbnb fue promotor de una versión sui generis, pero moderna y accesible del concepto clásico de hospedaje con desayuno incluido. El éxito de Airbnb al poco tiempo fue evidente, ya que se extendió rápidamente por Estados Unidos y el planeta, fue una alternativa para mochileros y gente con pocos recursos, que buscaban modelos novedoso de hospedaje, además era ideal para quienes rentaban ya que no pagaban impuestos y el sitio se abrió camino para aprovechar las lagunas jurídicas y propalarse, pero al mismo tiempo empezaron a surgir quienes lo vieron como una buena manera de obtener ingresos y se trastocó la idea original de crear un espacio compartido donde tanto anfitriones como huéspedes pudieran interactuar, conocerse y compartir experiencias culturales.

En sus orígenes, hospedar en Airbnb no era compartir sólo el espacio habitado. El hospedaje ofrecía que al tener personas compartiendo espacio en su hogar, Airbnb proporcionaba a los anfitriones la oportunidad de conocer e interactuar con personas de otras ciudades o países. Así que el concepto iba más allá del simple alojamiento; el ethos Airbnb era que los anfitriones compartían su manera de ser, su forma de vivir, su autenticidad con los huéspedes, los introducían en la cultura local, les sugerían actividades únicas y mejorar las experiencias de estadía de sus huéspedes. Sin embargo, estudios como los de Alexandrea J. Ravenelle (Precariedad y pérdida de derechos) indican que la disponibilidad y accesibilidad de vivienda se vieron comprometidas cuando las unidades habitacionales se convirtieron en alojamientos de corto plazo, trastocando la economía local.

La idea original era darle a las personas la oportunidad de que tuvieran un ingreso, pero lo que aconteció fue que estructuras inmobiliarias empezaron a concentrar departamentos en edificios, casas para arrendar bajo la modalidad de estadías cortas, trastocando por completo las ya de por si afectadas dinámicas de alquiler en diversas zonas, generando o siendo uno más de los factores que han dado paso a la denominada gentrificación. Hoy día los anfitriones de Airbnb no suelen «compartir» su casa o «albergar huéspedes», sino alquilar su vivienda a precios que han dejado de ser una alternativa respecto a los hospedajes tradicionales, ya son tan onerosos como cualquier hotel. Es una transformación que erosionó la filosofía original de intercambio cultural y hospedaje accesible, convirtiéndose en un mecanismo que contribuye a la desigualdad habitacional y la gentrificación urbana.

Hoy ya no se trata de compartir espacios y cultura, sino de establecer operaciones comerciales a gran escala con compañías enteras que actúan como intermediarios, manejando múltiples propiedades y con operaciones diarias para asegurar una experiencia rentable para los propietarios. Eso no quiere decir que no exista una porción de usuarios propietarios de sus propios espacios, que gestionen ellos mismo la renta de habitación vía Airbnb, pero el grueso está lejos del modelo de anfitrión individual que compartía su hogar.

Lo cierto es que la economía colaborativa, conformada por un nebuloso conjunto de plataformas y aplicaciones en línea, que prometieron trascender el capitalismo en favor de la comunidad no terminó en eso. No se cumplió la idea de que serviría para fortalecer la comunidad, revertir la desigualdad económica, detener la destrucción ecológica, contrarrestar el apetito materialista, empoderar a los pobres y llevar el espíritu emprendedor a las masas. La economía colaborativa no fue la panacea para los males de la sociedad moderna, al final ha terminado propagando el precariado y trastocando las dinámicas espaciales en las urbes.

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El futuro de Apple

domingo, 31 de agosto de 2025

Desde su fundación en un supuesto garaje en 1976, pasando por su crecimiento en la década de 1980 hasta su casi bancarrota en 1996 y convertirse en el mayor titán de las empresas tecnológicas, Apple se ha distinguido por fabricar productos refinados, que destacan por su diseño y por vincular sólidamente hardware y sistema operativo. Desde sus inicios la empresa de las manzanas empezó a fabricar sus propios equipos, con su crecimiento empezó a operar importantes fábricas en California, Colorado, Irlanda y Singapur; pero poco antes de que Steve Jobs retornara a la compañía, en 1997, Apple optó por deslocalizar su producción en múltiples fabricantes y países. Su producción se trasladó a Corea del Sur y Taiwán, pasó por México, Gales, República Checa y China, en donde se ha establecido desde hace varios años y en donde fabrica el grueso de sus productos.

El éxito de Apple es impensable sin China, en donde ha logrado producir los mejores gadgets y equipos demandados en el mundo pero sin fabricar ninguna parte de los mismos. Por eso, resultó extraño que en pasados días Apple indicara que incrementó su plan de inversión en Estados Unidos a 600 mil millones de dólares que se aplicarán a lo largo de los próximos años. Aunque ya en febrero de 2025 había referido que invertiría 500 mil millones de dólares, ahora solo agregó 100 mil millones más. (shre.ink/t8VT) Esa inversión tiene el objetivo de calmar las presiones y amenazas de Trump de que si Apple no traslada su producción de iPhones a Estados Unidos, le aplicará aranceles del 25% a sus productos.

Sin embargo, ¿qué factible es que Apple abandone la fabricación de sus productos de China? Siguiendo el análisis de Patrick McGee en Apple in China, es muy complicado que eso sea posible en el corto lapso. Es cierto que a Apple también le urge no depender tanto de China. En lo que sigue nos apoyaremos en lo referido por McGee.

De acuerdo con él, Apple empezó a trasladar en la última década del siglo XX fuera de Estados Unidos, y de manera desigual, la fabricación de sus productos, pero fue a partir de la siguiente década, concretamente en 2007 con el lanzamiento del iPhone, que la manufactura china se volvió crítica e indisociable de Apple. A partir de ese momento, la cadena de suministro de Apple dependió de China, cuando prácticamente la totalidad de proveedores de los productos de Apple trasladaron su manufactura y producción a instalaciones chinas, logrando con ello un ecosistema para solucionar cualquier problema en horas o pocos días, cuestión que en Estados Unidos tardaría mucho más tiempo en solventarse.

Ha sido un matrimonio de conveniencias. Por un lado, China convenció a Apple de ser capaz de fabricar sus productos a una alta calidad, por su parte Apple le hizo ver a Pekín que no era un simple comerciante, sino una especie de mecenas y mentor que financia, capacita, supervisa y abastece a los fabricantes chinos, que prepara mano de obra de alta calidad. En este juego, el autor refiere que no se trata solo de que Apple explote a los trabajadores chinos, sino de que Pekín permite que Apple lo haga, para que China, a su vez, explote a Apple. Se estima que cerca de 30 millones de chinos han sido capacitados por ingenieros y especialistas de Apple.

Pero más allá de los ahorros que China representa, también es importante ese país para Apple como mercado ya que es el tercero en consumo de sus productos: está después de Estados Unidos y Europa. Pero vender y operar en China no ha sido gratuito, Apple ha tenido que ceñirse a las exigencias del gobierno chino y aplicar un fuerte control del contenido del iPhone, que los datos de los clientes se alojen en centros de datos chinos y ha tenido que asociarse con empresas locales y ofrecer su know how a los chinos.

Más allá de esas actitudes convenencieras que caracterizan a los gigantes de internet y al capital en general, Apple se ha visto forzada a buscar alternativas a China. Por un lado, las presiones de Trump y sus represalias arancelarias, amén de que no quiere que Cupertino mantenga su producción en China, pero también porque desde el arribo de Xi Jinping al poder en China en 2013, este ha presionado a Apple para censurar información como obligarla a que invierta fuerte en el país y capacite mano de obra china, haciendo de Apple la mejor fuente de capacitación de alta tecnología en China. Por eso ha empezado a migrar parte de su producción a India y Vietnam.

Pero, de acuerdo con McGee, es difícil imaginar que en corto tiempo Apple prescinda de China. La empresa de Cupertino trabaja con más de 1,500 proveedores en múltiples países. Pero todos los productos pasan por China: el 90% de su producción se concentra en ese país, y sus famosas plantas de ensamblaje en Vietnam e India dependen igualmente de la cadena de suministro centrada en China. Ningún otro país se acerca remotamente a ofrecer la combinación adecuada de calidad, escala y flexibilidad necesaria que ofrece China para remitir al mercado la friolera de 500 millones de productos de Apple al año.

Como dice Kevin O'Marah (especialista en cadenas de suministro y comercio), citado por McGee, sobre la cadena de suministro de Apple: «No es realmente una cadena de suministro global. En teoría, lo es; pero en la práctica, es un conjunto de procesos y productos, ingeniería y producción totalmente diseñado, y todo sincronizado en un solo lugar: [China]» Además, agrega: «Van a tener un problema enorme para salir de [China]». Por si fuera poco, la «velocidad china» es insuperable: la capacidad de realizar las tareas a un ritmo incomprensible para los occidentales y que para nada tienen India o Vietnam. En China, por ejemplo, uno de los proveedores favoritos de Apple, Foxconn, puede pasar de cero productos a 100 mil al día con facilidad, algo impensable de hacer en Estados Unidos, Vietnam o la India. Incluso en Estados Unidos no hay mano de obra que esté al mismo nivel que existe actualmente en China.

En 2024 inició Apple operaciones en India donde apenas se encuentra en las primeras etapas de desarrollo para la «introducción de nuevos productos». En Vietnam, sucede lo mismo. Los dos principales argumentos que respaldan el potencial de la India son su enorme fuerza laboral y su mano de obra barata, pero carece de la flexibilidad que tienen los chinos. Como refiere McGee, lo que China ofrece a Apple no es simplemente mano de obra, sino todo un ecosistema de procesos desarrollado durante más de dos décadas y que no es fácil de sustituir. Por ello, se ve complicado que en los próximos cinco años Apple abandone China.

Lo cierto, es que no podemos pasar por alto que China se ha convertido en un «titán tecnológico», asombra que haya avanzado muy rápido en áreas tan complejas como la electrónica de punta o la misma inteligencia artificial, parte de la respuesta es que Apple les transfirió ese conocimiento en buena medida. Año tras año, Apple tomó los diseños, procesos y conocimientos técnicos más vanguardistas de todo el mundo y los reprodujo y escaló en China.

@tulios41

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Internet, dominios e ICANN (2)

En sus inicios, la ICANN (Corporación de Internet para la Asignación de Nombres y Números) careció de plena autonomía. La influencia del gobierno estadounidense sobre dicho organismo no la ejercía directamente, sino vía el Departamento de Comercio, que era el contratante de la ICANN.  A pesar de los cuestionamientos a la ICANN, fue una innovación radical que se legitimó con sus decisiones basadas en el consenso, propio del internet inicial. Se diseñó para que fuera multisectorial, lo que significa que ninguna facción o poder tenía el control absoluto del organismo. La operación de la ICANN, sus decisiones, se basaron en el modelo de múltiples partes interesadas —hoy extendido hasta en la sopa—, abierto, transparente y basado en el consenso, básicamente fue una versión moderna o actualizada de las RFC. El ámbito de competencia de la ICANN fue limitado, pero de grandes consecuencias: Se ciñó en los identificadores únicos, los domicilios de internet y específicos, pero de suma importancia para que opere la internet global: nombres de dominio, direcciones IP y protocolos. En esa forma de operar de la ICANN pervivían vestigios de la contracultura antiautoritaria y rebelde de la década de 1960, pues no existía una base legal para regular todo el sistema. La ICANN se estableció como una asociación voluntaria, y así sigue siendo. Nada obliga a sus participantes —gobiernos, asociaciones, empresas…— a permanecer en la ICANN.

Por un lado en una política de la ICANN sobre una resolución de disputas, las entidades privadas involucradas están obligadas a cumplirla, o pueden perder su acreditación. Pero sus políticas no son vinculantes para los gobiernos: un país puede imponer sus propias leyes, que incluso pueden contradecir a las políticas de la ICANN. Esta forma de operar parecería ser un vestigio contracultural, pero no es así ya que si bien el mecanismo de actuación de la ICANN surgió de un contexto idealista pronto fue cooptado por quienes creían que el mercado era la mejor solución. En los inicios de la ICANN, los idealistas lograron darle una apariencia de apertura y comunidad, pero con fuertes limitaciones. Al final, la visión inicial de Al Gore de que la ICANN apuntalara o impulsara una red de investigación con garantías de acceso justo y supervisión gubernamental, fueron sacrificadas en favor de la comercialización, el crecimiento y la participación amplia de naciones. Al poco tiempo de afianzarse la ICANN, las ideas de Gore fueron relegadas a segundo plano ante la fiebre del oro. Janet Abbate lo resumió en 2019, y de manera lapidaria: internet había «perdido su alma».

La sede física de la ICANN, en California, fue motivo de molestias. De hecho su sede sigue siendo ahí. Pero en su momento, lo que disparó las contrariedades fue que la administración Bush frenaba el plan de transición para independizar la administración del sistema raíz y el DNS prometido por la administración Clinton. Por si eso no fuera suficiente, el Congreso de Estados Unidos tuvo una resolución bipartidista que confirmaba que dicha nación no pondría fin a la administración de la zona raíz de internet. La resolución indicaba que la misma debía permanecer físicamente ubicada en Estados Unidos y el Secretario de Comercio debía mantener la supervisión de la ICANN.

La indignación y los ataques de la comunidad internet organizada a la administración Bush fueron una constante durante sus dos periodos presidenciales. Las esperanzas renacieron con el arribo de Obama, pero en su primer periodo no se avanzó mucho. Para varios, la última oportunidad para que la ICANN alcanzara su plena autonomía era la administración Obama, ya que con las políticas de seguridad implementadas en Estados Unidos después de los ataques terroristas de 2011, no había disposición para que la ICANN fuera completamente independiente. La ICANN intentó resistir las especulaciones sobre la capacidad de espionaje de Estados Unidos, aferrándose a la idea de que no era más que un organismo de coordinación técnica, que no recibían financiación del gobierno estadounidense.

Incluso durante la administración Obama el Congreso de Estados Unidos aprobó una resolución unánime expresando alarma sobre la amenaza de algunos países de tomar medidas unilaterales que podrían dañar el archivo de la zona raíz,  lo que daría paso a una internet menos funcional y beneficios reducidos a los usuarios, por lo que se instó al presidente Obama a apoyar el modelo multisectorial de la ICANN e impedir transferir el control de internet a Naciones Unidas o cualquier otra organización intergubernamental.

Pero las revelaciones de Snowden a mediados de 2013 sobre el programa PRISM, que permitía a la NSA acceder a datos de gigantes tecnológicos como Google, Facebook y Microsoft, dieron paso a una indignación porque el gobierno estadounidense y sus agencias de seguridad accedían con suma facilidad a una ingente cantidad de información personal que las personas depositaban en redes sociales y múltiples servicios en línea. De ahí derivó el término «capitalismo de vigilancia», para describir esa relación entre los usuarios que desean servicios gratuitos y las empresas que los brindan y venden o transfieren los datos generados por los usuarios a anunciantes o instancias gubernamentales.

Lo increíble es que internet no se haya balcanizado, no hubiera volado en múltiples redes nacionales o regionales. Incluso, a pesar del descrédito de la vigilancia masiva del programa PRISM y lo dado a conocer por Snowden, la reputación de Obama hizo que la ICANN no se despeñara. Poco antes de dejar la presidencia Obama, la ICANN se independizó formalmente de Estados Unidos en 2016, específicamente en el mes de octubre. Con ello se ponía fin al contrato que la ICANN mantenía con el gobierno estadounidense, en concreto con la Administración Nacional de Telecomunicaciones e Información. Probablemente, si no se hubiera dado en esa fecha hubiera sido muy complicado que la ICANN se liberara durante la administración Trump, ya que los republicanos eran enemigos de que internet se «regalara» al mundo.   

A pesar de sus desiguales trazos, la ICANN representa lo más cercano que tenemos a un marco regulatorio global para la infraestructura básica de internet, pero está lejos de ser lo que en su momento se llamó «el gobierno de internet», porque su alcance es muy limitado. Incluso personas como el mismo Gore reconocen que él y su equipo fueron ingenuos y cometieron el error en los primeros tiempos de la ICANN de no reflexionar con mayor profundidad sobre un marco más integral para internet que incluyera aspectos como la privacidad y la seguridad. Por eso mismo, por lo que fue y lo que es la ICANN, hoy suena ingenuo pensar que su modelo sería el idóneo para gestionar la inteligencia artificial.  

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Internet, dominios e ICANN (1)

La columna vertebral de internet la conforma la gestión de los dominios. Para que las personas puedan navegar por ese infinito mar de contenidos que es internet, se requieren identificadores o domicilios que les permitan acudir a las páginas o sitios que desean, que son en realidad los dominios. Para facilitar la navegación por el ciberespacio se conformó el Sistema de Nombres de Dominio (DNS) en 1983 y con ello tener una domicialización digital. Pero desde su inició el DNS fue una función jerárquica, centralizada y centralizadora, porque en la cima de los nombres de dominio —.com, .org o .net— está la llamada «zona raíz», que actúa como fuente fidedigna de información domiciliaria.

En los años 80 cuando Jon Postel se hizo cargo de la supervisión de la administración de la raíz/DNS nadie se percató del gran poder que eso tenía. Este proceso se dio gracias a que la otrora ARPA firmó un contrato con Postel, de Network Information Center (NIC) del Information Sciences Institute de la Universidad del Sur de California, para que él se encargara de ser la autoridad administrativa del DNS. Todo caminaba tranquilamente, pero eso cambió en los años 90 cuando internet empezó a masificarse, cuando la otorgación de dominios se volvió conflictiva por las aristas políticas, económicas y comerciales que empezó a conllevar.

Los primeros conflictos en torno a los nombres de dominio involucraron a diversos gobiernos y organizaciones civiles que exigían mayor autonomía en la gestión del DNS. Ante esta presión, durante el gobierno de Bill Clinton (1993-2001) se plantearon dos medidas clave: la creación de la Corporación de Internet para la Asignación de Nombres y Números (ICANN), encargada de administrar el DNS y la zona raíz; y el compromiso de que en el año 2000 el gobierno de Estados Unidos dejaría de ejercer control directo o indirecto de la ICANN, incluyendo la gestión del DNS y el archivo de la zona raíz.

En aquel momento, para manejar las diversas, y a menudo conflictivas posturas sobre la gobernanza de internet, el equipo del entonces vicepresidente de Estados Unidos, Albert Gore, fue quien ideó una solución ambiciosa: la creación de la ICANN. Esta entidad peculiar, diseñada para la cultura política de la época, sería la encargada de la gestión del DNS, asegurando en la misma la representación de las múltiples partes interesadas en el desarrollo de la red. Sin embargo, los avances fueron mínimos en la transferencia de la gestión de los servidores raíz y el DNS a una entidad verdaderamente independiente. La oposición interna en Estados Unidos a este esquema de la ICANN fue constante, y el desacuerdo resultante solo profundizó la confusión y el estancamiento.

Para dar cuenta de la magnitud del desafío de Gore no solo tuvo en contra de la gestión del DNS por parte de la ICANN a gobiernos de distintos países, a políticos de su país, sino también a pioneros de internet. Incluso para académicos como Meghan Grosse, consideraron que Gore y su equipo hacían uso de una estratagema cínica para proteger el poder y los intereses estadounidenses, en lugar de un intento genuino de preservar la cultura original de internet.

Ciertamente un tratado internacional bien podría haber cambiado esto, pero existía la genuina convicción de Gore y su equipo de funcionarios de que, en el sistema globalizado posterior a la Guerra Fría, internet requería algo que pudiera avanzar con mayor rapidez en la toma de decisiones que como acontece en las organizaciones tradicionales basadas en tratados, o entre pares gubernamentales. De hecho, Vinton Cerf era partidario que la ONU fuera la sede para la gobernanza global de internet. Tanto Cerf, como Crocker y Postel, viendo el futuro poder que tendría internet, querían un organismo asociado con la ONU y con sede en Ginebra, y se enfadaron cuando Gore e Ira Magaziner, asesor de Clinton, desecharon esa propuesta.

Lo que resultó al final fue un entidad privada contratada por el Departamento de Comercio y con sede en California. A pesar de los embates, Gore se mantuvo firme en su creencia en la promesa de la nueva frontera —del triunfo de la razón y la ciencia— y por fin contó con el apoyo bipartidista para sacar eso adelante. A la larga, viendo los resultados finales Gore peco de ingenuo, pero durante los años 90 parecía que el legado contracultural podía armonizar con el lucro, el despliegue del saber y la ciencia y el comercio.

Lo cierto, es que la administración Clinton terminó y Al Gore no llegó a la presidencia en el año 2000 y quedó fuera de la jugada en una elección empañada de fraude. Llegaron los republicanos nada partidarios de que el DNS y todo lo que tuviera que ver con internet fuera gestionado por múltiples partes. Se empantanó el futuro de la ICANN, que empeoró con el 11-S, ya que los ataques terroristas hicieron que la administración Bush viera a internet como arma de inteligencia y herramienta de vigilancia masiva para usar a una escala sin precedentes. En tal escenario era iluso imaginarse la autonomía de la ICANN.

Pero eso avivo la animadversión de una parte significativa de la comunidad internet contra el control del DNS y la raíz de internet por parte de Estados Unidos. El enorme crecimiento de usuarios fuera de Estados Unidos se tradujo en coaliciones cada vez más poderosas que no veían con buenos ojos que los organismos que tomaban decisiones políticas sobre las operaciones de internet derivaran su autoridad del gobierno estadounidense. La lucha por el control del servidor raíz se tornó una lucha por la identidad de la red. ¿El ciberespacio pertenecía a la etérea comunidad global de internet o al gobierno estadounidense?

En 2012, la UIT (Unión Internacional de Telecomunicaciones) albergó la Conferencia Mundial de Telecomunicaciones Internacionales, con el fin de actualizar la regulación global de las telecomunicaciones. Varios representantes de países asistentes tomaron la palabra, e intentaron usar las negociaciones rutinarias para imponer una medida vinculante a favor de una nueva regulación intergubernamental de internet. Posteriormente un grupo de países —India, Brasil y Sudáfrica— celebraron una cumbre en la que expresaron su intención de obtener un mayor control sobre internet. Al mismo tiempo, Rusia y China habían estado presionando para que la ONU tuviera un mayor control sobre la raíz de internet, y el propio Putin abogó por un mayor papel de la UIT en la gobernanza de internet.

La ICANN fue una institución puente, lejos del equilibrio del ritmo gradual de las organizaciones tradicionales basadas en tratados, pero con cierta rapidez para solventar las demandas. Pero también fue un puente entre culturas, antiguas y nuevas. Reunió a una recién formada «comunidad de internet» con experiencia, nacida de la ingeniería académica y la computación, con una comunidad empresarial consolidada, ilusionada por el auge de las cotizaciones bursátiles. La ICANN, al final, fue una solución innovadora a un problema importante y de gestión. Después diría el mismo Cerf que la ICANN fue «un milagro». Pero su plena autonomía se lograría hasta el segundo periodo presidencial de Barak Obama, aunque también mostraría sus limitaciones.

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