Políticas de conexión

lunes, 6 de mayo de 2019


Las políticas de penetración de internet y la eficacia de las mismas en nuestro país ha sido algo más propio de la ficción que de la realidad. A lo largo de los años se han acumulado inversiones millonarias y fracasos notorios. El arribo de Vicente Fox a la presidencia no solo marco la alternancia al poder en nuestro país, sino también el primer esfuerzo de conexión a internet como política pública. Con Fox nació el Sistema Nacional e-México, con el fin de propiciar la incorporación de México a la Sociedad de la Información y el Conocimiento. La plataforma de conexión fueron los malogrados centros comunitarios digitales, distribuidos a los largo del país. Pobres resultados y un manejo poco claro sobresalieron en ese programa, que tenía la intención de potenciar el uso de Internet sobre todo en el tema de educación. El proyecto fracasó, pues al final del sexenio foxista, la cobertura de Internet quedó muy lejos de las proyecciones.
Con la llegada de Felipe Calderón a la presidencia no solo se recortó considerablemente el presupuesto a e-México, sino que modificó el otro programa estrella del sexenio foxista, Enciclomedia, que se transformó en Habilidades Digitales para Todos. Lo absurdo fue que hasta el último año del sexenio de Calderón, se lanzara su proyecto de Agenda Digital, que era propiamente su propuesta de conexión a internet para que México se situara entre los países mejor conectados en el orbe. Desde el arranque no se establecieron los objetivos precisos y su cobertura, lo que al final se tradujo en que al concluir el sexenio calderonista el programa quedara en el olvido y pasara sin pena ni gloria.
Con la llegada de Enrique Peña Nieto se puso en marcha, en 2013, la Estrategia Digital Nacional, el plan para digitalizar los servicios del gobierno, incrementar la conectividad a internet y concretar el proyecto de datos gubernamentales abiertos. El programa dedicado a ofrecer conectividad fue México Conectado, que tuvo el objetivo de conformar 250 mil sitios públicos de conectividad, como escuelas, hospitales y dependencias de gobierno; con los recortes sufridos durante el sexenio la meta se redujo a menos de la mitad de sitios públicos con conectividad; aspecto que tampoco se cumplió. México Conectado quedó como uno más de los esfuerzo fallidos que se han impulsado en México para lograr que el grueso de la población mexicana se conecte a internet.
Con la reciente administración encabezada por López Obrador se puso en marcha el programa Internet para Todos, que tiene el objetivo de conectar a los 50 millones de mexicanos que aún no cuentan con conexión en el país. Para eso ha destinado un poco más de 516 millones de pesos, que a ojos de diversos especialistas es insuficiente. El pasado 11 de marzo la CFE publicó las prebases de la licitación de la Red Troncal, mediante la cual se concesionarán 50 mil kilómetros de fibra óptica para conectar a 8 mil 535 sitios como escuelas, hospitales, parques públicos, edificios federales. El ganador de dicha licitación deberá invertir unos 30 mil millones de pesos, además deberá proporcionar internet gratuito en plazas, escuelas, centros de salud y otros sitios públicos.
La cuestión es ver si hay interesados en la licitación, ya que para las empresas significa invertir altas sumas en una infraestructura para zonas en donde no hay mercado para sus productos por ser las regiones más pobres del país. Hoy sabemos que el ingreso de México a la sociedad de la información no se logrará por establecerlos en programas de gobierno, buenas intenciones ni trasladando las funciones públicas a la iniciativa privada. Se requiere un programa robusto, realista que cuente con una sólida agenda, plazos específicos, objetivos concretos, mecanismos confiables de medición. Cuestiones de las cuales carece por ahora Internet para Todos.

Redes opacas

sábado, 27 de abril de 2019

Rebeca Mackinon, refiere que la vida pública en la actualidad no puede ser concebida sin las redes sociales, son las que permiten a los ciudadanos empoderarse informativamente y difundir sus puntos de vista y postura políticas. Las redes sociales permiten a los ciudadanos de diversas partes del orbe franquear el control informativo que ejercen los medios convencionales de comunicación. 

No cabe duda que las redes sociales son grandes instrumentos de comunicación y de expresión pública, lo que se expresa en que en diversas circunstancias modulen la agenda pública de varias naciones.
 
Sin embargo, no se falta a la verdad al decir que las mismas  también tienen criterios opacos, poco transparente, los cuales se expresan cuando cancelan cuentas de usuarios por considerarlos violatorios de los acuerdos o reglamentos estipulados por dichas redes sociales, pero que en muchos casos no queda clara dicha cancelación, si realmente es debido a eso o a sus contenidos que en ocasiones contravienen las posturas del gobierno estadounidense, o intereses de otra índole articulados a las actuaciones "neutrales" de sus algoritmos.

Por eso la misma Mackinon está consciente que estas redes sociales se han vuelto grandes poderes fácticos globales, que no rinden cuentas a los ciudadanos en donde operan, que incluso terminan por violentar las leyes de las naciones en donde son usadas y pueden otorgar o cancelar la palabra a las personas. 

Sin olvidar que en muchos casos dichas redes evaden el pago de sus contribuciones fiscales de la mano de la condescendencia de gobiernos timoratos, que no entienden que la equidad empieza porque el piso en materia de contribución tributaria tiene que ser parejo.

La era de la posverdad

sábado, 1 de abril de 2017

El concepto de "posverdad" se empezó a popularizar en 2016 con el Brexit y el pasado proceso electoral estadunidense. En ambos casos, los rumores y las fake news al parecer fueron más importantes para millones de personas que las noticias verídicas.
Como constancia de su efecto, ese mismo año el Diccionario Oxford incluyó el término posverdad como una de las palabras del año, destacando que el término describe cómo las noticias falsas terminan por modelar el imaginario colectivo, al afectar las conductas sociales. La posverdad define una tendencia psicosocial, en donde las emociones y las ideas personales pesan más que los hechos objetivos para valorar un acontecimiento.
Pero el mismo término “noticias falsas”, que para muchos es una invención anglosajona, e incluso sin rubor alguno el mismo Donald Trump lo reivindica como propio, en realidad ya se usaba mucho antes de 2016 en Rusia y Ucrania, y designaba la creación de un texto de ficción y que fingía ser un trabajo periodístico para esparcir la confusión sobre un hecho concreto y desacreditar al periodismo en sí.
¿Por qué sucede esto en la red de forma tan intensa? La respuesta de Pierre Rosanvallon, es que internet es la manifestación clara de lo que es la opinión: una expresión caótica que funciona por imitación y propagación. El ciberespacio refleja que la opinión es un proceso ingobernable, incoherente y no unificado, lo que es propicio para circular noticias falsas y dar vida a la era de la posverdad.
De hecho, para muchos usuarios el año 2016 fue el del desencanto con internet y las redes sociales, todas sus virtudes alabadas hasta hacía poco para potenciar la democracia quedaron cercenadas por el tumulto de noticias falsas que se multiplicaron a lo largo de dicha anualidad. Se hizo notorio para un gran sector de usuarios de internet que la misma no es la expresión coordinada, unificada del sentimiento colectivo y democrático que pensaban los tecnoutopistas de los años ochenta y noventa del siglo pasado.
No es nuevo que la mentira y la desinformación sean habituales en situaciones de difusión de contenidos políticos, pero no tenían ese potencial de seducción que tienen hoy. Es sabido que las contiendas electorales no tienen mucho que ver con la defensa de intereses, sino con apelar a las emociones de los electores. No obstante, eso estaba hasta cierto punto contenido como resultado de que el periodismo moderno jugaba el papel de intermediario eficaz entre políticos, partidos, el gobierno y la población. Pero eso se acabó con la masificación de internet, en donde no hay filtros o intermediarios para poder publicar lo que se desea.
A eso se agrega, como lo corroboran diversos estudios, que la gente ya no confía en los medios de comunicación convencionales, lo que genera una “crisis de la verdad” noticiosa, dando como resultado que las personas confíen más en lo que comentan con sus pares: amigos o contactos en las redes sociales.
La confianza en los medios se ha erosionado: las personas consideran, en muchos casos con justa razón, que los mismos están más inclinados a intereses políticos y a defender sus proyectos particulares, que en servir informativamente a la sociedad. Además, esa desconfianza de las personas con los medios de comunicación es alimentada por los propios medios, cuando en el afán de nutrir sus espacios o atraer lectores, se adhieren a lo que proponen delirantes algoritmos de las redes sociales, en donde en vez de verificar y contrastar lo que retoman de dichos espacios digitales se tornan en cajas de resonancia de hechos falsos o tergiversados, y los destacan como si fuera un hecho noticioso relevante, pero generando en el imaginario colectivo la percepción de que todo lo que sucede en el ciberespacio tiene certificado de veracidad o es de valía informativa.
No olvidemos que las noticias falsas se propagan por varias cuestiones: para generar ingresos, para desacreditar (a personas como sucede en situaciones electorales para denigrar a candidatos, a funcionarios o políticos, para erosionar las marcas empresariales, etcétera), por mero afán lúdico, para tener tráfico sin objetivo de lucro o como recurso político de algunos gobiernos para influir en decisiones políticas de otras naciones. La lucha por la visibilidad en la red se vuelve feroz y se emplean diversas estrategias con el fin de ganar la atención de las audiencias.
No hay que soslayar que el tiempo de atención en los humanos es finito, por lo que las noticias falsas son parte de la lucha por captar la atención de las personas; los contenidos falsos son ideales porque tienen una alta tasa de propagación y logran la atención de las personas. No es gratuito que detrás de esa lucha por la atención estén un ejército de bots, que también tienen el objetivo de tocar la psicología humana, que es la razón principal del éxito de la desinformación. Las personas pueden ser engañadas fácilmente por cuentas automatizadas y pueden, sin saberlo, sembrar la propagación de noticias falsas.
Tal es el escándalo de esto que gigantes de la tecnología como Facebook o Twitter han implementado una serie de medidas y herramientas para tratar de frenar los contenidos falsos. Al mismo tiempo, han surgido varias organizaciones independientes de verificación de hechos para establecer la verdad de la información en línea. Incluso desde el lado técnico se buscan medidas para evitar la "aceleración" del contenido falso, con el fin de poner freno a la velocidad mental de compartir la información que se propala en las redes sociales. Los mismos medios convencionales de comunicación empiezan a decir que la mejor manera de tomar cartas en el asunto, es regresar a las máximas fundamentales del periodismo: verificar, contrastar y jerarquizar la publicación de contenidos. También, diversas organizaciones civiles hablan de impulsar campañas de alfabetización mediática para lograr que los ciudadanos y/o usuarios de internet sean más cuidadosos en la propagación de contenidos en sus redes sociales.
Pero si queremos evitar alimentar la era de la posverdad desde nuestro país, no debemos soslayar que a lo anteriormente enumerado se suman otros actores que tienen un papel destacado en esto: el gobierno y los legisladores. Ambos tienen una clara responsabilidad de asegurar que nuestras garantías individuales se reflejen en el ciberespacio. Deben articular con firmeza y sensibilidad marcos normativos que garanticen la protección de la privacidad de las personas, que no se vulneren la reputación de los ciudadanos, de articular programas que impulsen una alfabetización mediática en los niveles de educación básica, pero, al mismo tiempo, evitar violentar los derechos a la libertad de expresión.

La moda de la singularidaqd

domingo, 5 de marzo de 2017

Existen términos que hoy son de actualidad pero que han sido rescatados del pasado, en donde habían pernoctado sin pena ni gloria. Un ejemplo de esos es el de “sociedad civil”, que se puso de moda en la segunda mitad del siglo pasado, pero fue recuperado de los escombros del siglo XIX.  
Estos términos en ocasiones se utilizan de manera discreta, son usados por parte de grupos reducidos que se mueven en el underground, pero de repente son retomados por los medios de comunicación o por los mismos círculos académicos, se popularizan y ganan notoriedad perdiendo su carácter raro.  
Eso sucede en nuestros días con el término “singularidad”, retomado del campo de las matemáticas y usado por especialistas en varios campos científicos, pero se ha sacado de su reducto para marcar una ruptura, para describir un momento en el cual la tecnología entra en una fase de aceleración y progreso donde el ser humano es incapaz de predecir sus resultados.  
Fue Vernor Vinge, matemático y escritor de ciencia ficción, quien llevó este término al dominio de los frikis en los años noventa del siglo pasado, al escribir un texto que se volvió de culto. El texto permaneció olvidado, pero recientemente ha retornado por sus fueros. Para Vinge, la singularidad se caracteriza por la aceleración del progreso tecnológico, pero, sobre todo, por la potenciación de la inteligencia.
Vinge sostiene que el avance tecnológico está a punto de producir un cambio que modificará el concepto mismo de ser humano, ya que la tecnología generará una revolución de enormes consecuencias: dará vida a herramientas que superen en inteligencia al homo sapiens. 
Ese adelanto se podrá lograr de la mano de la inteligencia artificial implantada en robots o en múltiples interfaces, pero también por la vía biológica: gracias a la ingeniería genética, las biotecnologías y manipulaciones bioquímicas se producirá un salto exponencial en los rendimientos y capacidades intelectuales de las personas, derivando en inteligencias sobrehumanas. 
El historiador Yuval Noah Harari ha señalado en su Homo Deus, algo que suena a los efectos de la singularidad: el ser humano se apresta a adquirir poderes divinos de creación y destrucción, y señala: “En un futuro no muy lejano podremos crear superhumanos que aventajen a los antiguos dioses no en sus herramientas, sino en sus facultades corporales y mentales”. 
Estas ideas están presentes en científicos reputados como Aubrey De Grey, Hans Moravec, Marvin Minsky o Ray Kurzweil. Este último sostiene que en el siglo que corre los humanos vamos a romper con la tasa actual de desarrollo, ya que experimentaremos 20 mil años de progreso, y entre las cuestiones que se exponenciarán estará la inteligencia.
Más allá de los derroteros que llegue a tomar esta cuestión, que haga realidad los preludios apocalípticos de Vinge o Noah Harari, o la perspectivas optimistas de De Grey o Kurzweil, otros autores describen que en algunos humanos ya podemos ver lo que será el futuro de la inteligencia artificial analizando el comportamiento del ahora presidente de Estados Unidos.
Cathy O'Neil señala que "Trump es puro instinto, sin programa o creencia permanente, es como un algoritmo de aprendizaje automático. Sería un error creer que tiene una estrategia más allá de hacer lo que funciona”. 
Ella señala que desde su campaña electoral sus discursos se podían equiparar a las exploraciones aleatorias estadísticas: en sus intervenciones estudiaba la reacción de la gente, si era un éxito lo repetía en los próximos debates. Para ella esa es precisamente la forma en que se comporta un algoritmo. Inicia siendo neutral, pero a continuación "aprende" con base en la dirección que tome la navegación a través de sus datos de entrenamiento. 
O'Neil  remata señalando: Tenemos el equivalente de una red neuronal dinámica a la cabeza de nuestro gobierno. Carece de ética y está alimentado por una ideología sesgada a la derecha. Al igual que la mayor parte de la inteligencia artificial es irresponsable y crea circuitos de retroalimentación de factores externos aterradores”.

Publicado en El Universal Querétaro



La frágil vida de Twitter


El surgimiento de la Web 2.0 marcó no solo el proceso de apropiación de internet por parte de los usuarios, aspecto que se evidenció con las redes sociales, sino que en poco lapso revirtió la crisis de las punto.com y dio vida a empresas como Facebook, Twitter, Instagran o Tumblr... que despertaron un optimismo por los negocios relacionados con el social media
Si bien los arquitectos de las redes sociales las hicieron con el fin específico de que las personas pudieran socializar y confeccionar redes, de inmediato los mismos usuarios les anexaron interfaces con servicios que diferían de la intención original de sus creadores. 
Eso fue lo que le sucedió a Twitter: sus fundadores nunca crearon esa plataforma con el fin de que sirviera para transmitir las protestas en Moldavia o en Egipto, o que la usaran los activistas en los procesos electorales o para demandar el respeto de los derechos humanos. Al final, los usuarios de dicha red social terminaron por convertirla en una herramienta de gran influencia social-mediática.
No faltan voces que ubican a Twitter como la herramienta abocada a edificar la democracia a lo largo del orbe. La fascinación tecnológica olvida que en Egipto los jóvenes la usaron para sublevarse contra la dictadura de Mubarak, pero después que ésta cayera terminaron por apoyar el derrocamiento del primer presidente electo y encumbrar a los militares en el poder.
No obstante, lo cierto es que dentro de las plataformas sociales, Twitter es la mejor para que los activistas se comuniquen en tiempo real, para intervenir en la vida pública e influir en los medios convencionales. El uso político de este medio es tal que es el preferido de Donald Trump, que hace con dicha interfaz comunicación política insensata: un tuit de ese personaje es suficiente para zarandear bolsas y economías a escala global. 
Al mismo tiempo que Twitter se afianza como la red social influyente en los medios de comunicación y la política, sus últimos resultados del año 2016 evidencian que como modelo de negocio es endeble. En su último trimestre Twitter apenas creció un 0.7 por ciento, equivalente a dos millones de usuarios. Lo contrario pasa con Facebook, que siendo una red de “baja proyección” mediática, sí es muy relevante para las masas, ya que en ese mismo período creció un 4 por ciento, equivalente a 72 nuevos millones de usuarios, demostrando de paso que no le hizo mella lo de las noticias falsas. 
No creo que a Jack Dorsey y la directiva de Twitter les falte leer algún libro de estrategia empresarial ni impulsar estrategias de marketing para posicionar a dicha red social. La verdad es que Twitter no ha sido mala para hacer que la gente se acerque a la misma, su talón de Aquiles está en lograr que quienes se incorporan a dicha plataforma no cancelen prontamente su cuenta, la tengan pero sin hacer uso de ella o que posteen una vez al mes.  
Lo triste de Twitter es corroborar que sirve de poco, en los tiempos que corren tener una cuota significativa de usuarios influyentes en la esfera política, económica y mediática, si no se es capaz de atraer el interés de las masas, que son las que realmente importan a los inversionistas para tener mayores ingresos por publicidad. 
Twitter ha impulsado un sinfín de cambios para volverse más atractiva. Su apuesta está centrada ahora en tener mayores controles en sus contenidos, en frenar el troleo y en reforzar la plataforma con servicios de inteligencia artificial, pero tampoco parece que eso sea el pasaporte a su masificación. 
Y esto es lamentable. Twitter paga la factura de habitar un ecosistema dominado por audiencias volátiles y contenidos “ligeros”. Si Twitter no puede crecer en usuarios a pesar del efecto mundial de tener como usuario a un personaje tan polémico como Donald Trump, que cualquier otra red quisiera tener, entonces está prácticamente condenada, sino a desaparecer, a rematarse para que pase a otras manos. Si un medio de comunicación de esta dimensión no es capaz de tornarse rentable, entonces es comprensible lo que pasa con la prensa escrita.


 
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