El derecho al olvido

viernes, 17 de septiembre de 2010

christian_heller Para algunos la transparencia se ha convertido en un dogma. Las ONG, activistas e investigadores piden que el gobierno y todos los que manejen recursos públicos transparenten el uso de los mismos. Pero eso que puede ser sano para la vida pública, se convierte en fundamentalismo cuando se proclamas que la transparencia alcance toda dimensión humana.

Es el caso de Christian Heller, quien dice que vivimos una etapa de postprivacidad. Para él dicha fase equivale a la de la revolución sexual de los años sesenta. Según él las personas ya no le ven ningún sentido a ocultar una dimensión de su existencia porque les es más redituable el valor de la transparencia. Heller considera que la pérdida de fronteras entre lo público y lo privado no es una amenaza, que el afán de transparencia total de los individuos y de todo acto íntimo forma parte de una nueva etapa del proceso civilizatorio. Es la oportunidad para que todos reconquistemos lo público, como en su momento lo hicieron homosexuales y feministas. Pero, advierte, dicha reconquista debe pagarse con prácticas comunes y una apertura de las subjetividades.

En síntesis, es necesario superar nuestros pudores, alimentar los actos públicos con nuestra propia subjetividad para retomar el control de la sociedad, pero lo absurdo es que esa propuesta terminaría justo en que uno sería controlado por poderes digitalizados.

Otra variante la expresa el CEO de Google, Eric Schmidt, para quien las personas podrán cambiar de nombre para escapar de su pasado digital, de lo que uno hizo en su juventud y fue expresión de la edad. Una fuga de uno mismo, de su memoria, de sus identidades, parece ser la fórmula que, por absurdo que suene, es la más sensata que preludia, a tono con los vaticinios de la narrativa ciberpunk. La cuestión, aunque parece una broma, merece ser vista seriamente ya que la multiplicidad de dispositivos y conexiones que tenemos diariamente refieren que vivimos bajo una perpetua vigilancia. Es legítimo desear tener la posibilidad de un derecho a “olvidar” nuestro pasado, ¿pero realmente es posible? ¿No sería mejor aplicar las normas y garantizar la protección de la intimidad y la privacidad?

Publicado en Milenio

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